Eutanasia: La muerte como terapia


La asociación ‘Hazte oír (HO)’ acaba de publicar el libro ‘Eutanasia, la muerte como terapia’, del que por su interés y actualidad creo conveniente comentar algunos puntos.

Como ya es sabido, el 17 de diciembre del pasado año, en plena pandemia, el Parlamento español aprobó la ley de eutanasia. Y como también es sabido, la eutanasia es rechazada por la mayoría de los países del mundo, lo que está propiciando que médicos, moralistas, intelectuales, políticos y varias organizaciones civiles se estén movilizando contra la imposición de esta práctica, y vengan pidiendo la suspensión de la ley al Tribunal Constitucional. En este sentido, cabe destacar que la Asociación Hazte Oír (HO) acaba de publicar un libro, titulado Eutanasia. La muerte como terapia, del que por su interés y actualidad creo conveniente comentar algunos puntos.

En la Presentación del libro se da por sentado que “quienes pretenden incluir en el cuerpo de la ley  un supuesto ´derecho´ a la muerte o un ´derecho´ a ayudar a morir a otro, lo que quieren es terminar con el sufrimiento acabando con la vida del que padece. Pero quien, en un momento dado, pide morir, lo que está reclamando realmente es no sufrir. Por tanto, el deseo de morir no puede generar el ´derecho´ de hacerlo y con el apoyo del sistema de salud. Y tampoco esa intención puede obligar, por ley, a los profesionales sanitarios a poner fin a la vida de una persona”. 

Al exponer los Conceptos fundamentales, y tras señalar los distintos tipos de eutanasia, se habla de las acciones que se pueden confundir con la eutanasia. Tal es el caso de la retirada o no iniciación de un tratamiento médico, los tratamientos que podrían acortar la vida, al igual que la sedación paliativa (administración de fármacos para lograr el alivio de un sufrimiento físico o psicológico). Se aclara la diferencia que existe entre sedación y eutanasia: con la sedación se busca aliviar el sufrimiento del enfermo, mientras que con la eutanasia se busca provocar su muerte. La diferencia, pues, resulta evidente.

En el capítulo titulado Derechos y autonomía del paciente se precisa que “la eutanasia nunca es una solución médica, porque el fin de la medicina no es matar, sino curar y aliviar”. Se recuerda el célebre “Juramento hipocrático” que desde hace siglos sirvió de base a la deontología médica: “… no accederé a pretensiones que busquen la administración de venenos, ni sugeriré a nadie cosa semejante…”. Y más adelante nos encontramos con este lapidario párrafo: “La humanidad ha progresado al retirar a los gobernantes y a los jueces el poder de decretar la muerte (abolición de la pena de muerte). Los partidarios de la eutanasia pretenden dar un paso atrás, otorgando tal poder a los médicos. De conseguir tal propósito lograrían dos retrocesos al precio de uno: recrearían una variedad de muerte legal y degradarían el ejercicio de la Medicina”.

En este mismo capítulo se destaca que la legalización de la eutanasia transmite mensajes negativos que influyen en la población vulnerable, porque “tiene demasiadas y graves repercusiones éticas y sociales por lo que no puede ser aceptada como un derecho”. Por otra parte, se especifica que las leyes deberían garantizar el derecho de las personas a poder acceder al final de sus vidas a los cuidados paliativos: “Concretamente, sería deseable que la normativa universalizara los cuidados paliativos con atención multidisciplinar, la posibilidad de compartir los últimos días con los familiares más próximos (permisos laborales), la tramitación urgente de ayudas familiares y personales de la ley de dependencia…”.

Se comenta aquí la expresión “morir con dignidad”, y se dice lo siguiente: “Todos queremos morir con dignidad, pero esa expresión no significa que queramos que nos apliquen la eutanasia, sino que queremos morir en las mejores condiciones posibles: sin dolor, acompañados de nuestros seres queridos, auxiliados física, psíquica y espiritualmente…”. Queda claro que una cosa es querer “morir con dignidad” y otra muy distinta querer que nos apliquen la eutanasia.

Finaliza este capítulo con unas palabras que jamás deberían ser olvidadas: “Un individuo tiene el derecho y el deber de defender su vida y su libertad. Una familia tiene el derecho y el deber de defender la vida y la libertad de los suyos, y un Estado tiene el deber de defender y garantizar la libertad y la vida de sus ciudadanos”… Resulta evidente que si un Estado no cumple este requisito, vulnera los principios éticos más fundamentales, lo que sucede con la aplicación de la eutanasia.

En el capítulo Dolor, eutanasia y cuidados paliativos se destaca el hecho de que es excepcional que un enfermo pida que lo maten, de aquí que nunca se deba legislar partiendo de una excepción ni tampoco hacer de ésta una norma. Por tal razón, el Consejo de Europa, en su Resolución nº 1589, previene que la aprobación de la eutanasia solo conduce a que se promueva esta práctica y a que se realicen progresivamente más eutanasias. 

Se deja bien sentado que, si el objetivo del legislador fuera que los enfermos terminales muriesen sin dolor, se les aplicarían los cuidados paliativos, los cuales sí serían la verdadera solución al problema de estos enfermos. A propósito de esto, cabe recordar que en España solicitan cuidados paliativos unas 200.000 personas cada año. Sin embargo, casi la mitad muere sin poder acceder a ellos por la sencilla razón de que no hay para todos… Resulta mucho más rápido y económico aplicar la eutanasia. Está claro que “aliviar el dolor no es el fin que se persigue con la eutanasia, sino una excusa demagógica para lograr el verdadero objetivo: acabar con el paciente y con los costes que su dolencia implica”.

En el capítulo Legislando la eutanasia, tras declarar que “el Estado carece de legitimidad para permitir el asesinato, la eutanasia o el suicidio de los ciudadanos”, se recuerda que en los pocos países del mundo donde se practica la eutanasia los supuestos “mecanismos de control” terminan siendo olvidados, hasta tal extremo que los médicos practican la eutanasia sin la petición del paciente… Ocurre que una vez que se le ha abierto la puerta, la eutanasia entra en lo que se llama “pendiente resbaladiza”, es decir, cada vez se va ampliando más su aplicación. Cada eutanasia practicada anima a más eutanasias.

En el apartado de las Conclusiones se afirma, entre otras cosas, que “la altura moral de una sociedad se mide por la atención y el cuidado que presta a las personas más vulnerables. La eutanasia no es la respuesta humana ni social al sufrimiento. Su despenalización o legalización es inaceptable en el siglo XXI, cuando la medicina y los sistemas de salud y asistencia social disponen de medios suficientes para paliar el dolor, curar o, si esto último no es posible, proporcionar calidad de vida a las personas que lo precisan”.

Por último, recordar que tan interesante librito ha sido editado por la Asociación Hazte Oír (HO). Paseo de la Habana, 200. Bajo. 28036 Madrid.