Evocación de Jaca

18/07/2020 - 17:27 Luis Monje Ciruelo

  Cuando nos incorporamos Esteban y yo al cuartel de La Victoria, en Jaca, no tardamos  en establecer amistad con un grupo de jóvenes amigas. 

Cuando llegué a Jaca (Huesca) el 31 de enero de 1947, con 21 años cumplidos y recién obtenida en el Campamento de Robledo (La Granja) la estrella de cinco puntas de Alférez de Complemento de la Instrucción Premilitar Superior (I.P.S.) en ningún momento pensé que ese período, como los tres años que viví en Palazuelos en casa de mis abuelos, durante a Guerra Civil, iba a ser un tiempo clave en mi vida, facilitándome experiencias y conocimientos que me han servido de mucho en mis facetas de periodista y escritor. Salvo en esas dos etapas clave de mi vida nunca me había separado separado de mi núcleo familiar, aunque reconocía que a falta del Servicio Militar (la puta mili al decir de algunos, suprimida por Aznar), le vendrían bien al currículum vitae que empezaba a construirme, estas novedades de la Milicia Universitaria. Y por eso mismo, al solicitar destino para los seis meses de prácticas como Alférez de Complemento en una unidad del Ejército, tanto mi amigo Juan José Esteban Pascual, médico, como yo Profesor, aprovechamos la oportunidad de que el Ejército nos costeaba el viaje, para solicitar un destino cuanto más lejos mejor. Yo, a Canarias y  los Pirineos, y él no sé, pues al final nos dieron el mismo: el Batallón de Cazadores de Montaña, Talavera XV con base e Zaragoza, pero destacado en Jaca.  Y este cambio a una cabeza de partido, de gran tradición militar, no nos importó, al contrario, nos alegró, porque suponía cobrar el doble que estando en su base de Zaragoza. Omito la repetición del extenso y entretenido relato del viaje en tren para incorporarnos a nuestra Unidad desde Zaragoza con mi amigo Juan José Esteban Pascual porque ya lo he contado.  Lo mismo que haré con otros episodios del tiempo que estuvimos en el Ejército en Jaca para no alargar los relatos. Por ejemplo, mi supuesto enamoramiento de la imaginaria princesa mora Zulima, que se quedó en los bosques de Ansó cuando los moros se fueron, con figura de una insinuante corza, según una extendida leyenda.

    Cuando nos incorporamos Esteban y yo al cuartel de La Victoria, en Jaca, no tardamos  en establecer amistad con un grupo de jóvenes amigas (mocetas les llaman en Aragón) a las que acompañábamos en el paseo muchas tardes. No tardamos, sin embargo, en mostrar nuestras preferencias: yo por Amparito Martínez Mayner, hija de un sastre en calle Mayor, 13, y Esteban por Alicia, quizá ésta mejor dotada de físico, pero Amparito más dulce de  carácter e impostada de ingenuidad.