Explota, Explota: Una bomba sin pólvora
No es fácil hacer una comedia. Y mucho menos hacer una comedia musical. El reto requiere ritmo, mucho ritmo. Emilio Martínez Lázaro, por ejemplo, superó con honores el examen en El otro lado de la cama, una comedia madrileña de las suyas reconvertida en musical y que además gozaba de un reparto acertadísimo. Han pasado 18 años ya de aquello.
En Explota, Explota, el debutante Nacho Álvarez muestra buenas intenciones, sobre todo a la hora de preparar el diseño de vestuario, pero su propuesta no tiene más garra que la que aportan las canciones de Raffaella Carrá, mucho más transgresoras que el espíritu de la propia película. Y quizás sea ese su mayor pecado, sacar del armario a una señora que se atrevió a provocar cuando pocos lo hacían (atención a la letra de ‘5353456´ o ´Lucas´) y a una televisión en la que Valerio Lazarov estaba haciendo literalmente lo que le daba la gana, para ofrecer un producto completamente plano en lo visual, carente de ritmo y magia en los número musicales y cuyo argumento no le llega a la suela de los talones al gamberrismo que proponía El otro lado de la cama.
Años 70, el día de su boda, María (Ingrid García Jonsson) huye entre lágrimas de Italia para recalar en Madrid, donde el destino le hará cruzarse con Amparo (Verónica Echegui), una joven que le dará empleo, hogar y una nueva vida. A partir de ahí, conocerá al ´guaper´ de turno, Pablo (Fernando Guallar), y hasta tendrá la oportunidad de bailar, su gran pasión, en un programa de RTVE, en la que también trabaja Pablo como censor.
En estos tiempos nuestros, una sonrisa bien vale el precio de una entrada, y sin duda Explota, Explota les sacará ambas a su público objetivo, que probablemente es el que más le está arrebatando a la salas de cine el miedo a la pandemia. Su comedia, amable y previsible, hará bailar a quienes bailaron con las cancines de ‘La Carrá’, poco importa que los números musicales tengan poca fuerza; que las canciones apenas aporten emoción a la historia; que a veces estén metidas con calzador, como en el caso de la maltratada subtrama de Lucas; o que su pareja protagonista no termine de funcionar. Guallar directamente es un error de casting, de esos que son muy guapos, pero a los que el director no da ninguna oportunidad de ser graciosos ni el de querer intentarlo. Y en cuanto a García Jonsson, se defiende con los bailes e incluso las canciones, pero aquí la única que parece saber que está en una comedia es Verónica Echegui, lo más grato de la película.
La sensación final es que Nacho Álvarez ha decidido dejar de lado todo el potencial de su película para ofrecer un producto cómodo y que no provoque sobresaltos, de los que recomendar a tus padres para que pasen la tarde, pero que no hace justicia a la artista ni a la época en las que se inspira.