Feliz Navidad, Mr. Scrooge


En los pueblos corren los contagios desbocados según nos dicen los amigos de aquí y allá. Y no sé si acabaré contagiada por el Covid, pero seguro que acabo neurótica perdida ante cualquier tos o escalofrío, propio o ajeno.

Apuramos los días, los contamos ante una Navidad que se nos presenta entre esperanzadora e incierta, cargada de turrones y test de antígenos, sin duda el producto estrella para ver si así nos podemos reunir más seguros o, al menos, lo pensamos.

Unos cancelan eventos y otros se apresuran a organizarlos. Unos piden pasaportes que son más bien salvoconductos de la reunión y la diversión, y otros se lanzan a la convocatoria de mercadillos, ferias encubiertas y luces de neón, o mejor, led, por aquello de los objetivos de la 2030, a ver si quiere Dios que lo contemos para entonces entre omicrones que anticipan la Pi, que es letra que nos suena a fuerza de 3,1416, y que si las vacunas no lo evitan pronto se nos colarán la Rho, Sigma, Tau, Ypsilon, y así hasta la Omega, como nos enseñaba D. Gregorio Perucha en las clases de griego al reducido grupo de “adoratrices” de letras puras en tercero de BUP.

Así que, si a Mr. Scrooge se le presenta una Navidad pasada entre el recuerdo amable y el cerrojazo terrible, las Navidades presentes son más dubitativas en celebraciones y quedadas. En los pueblos de nuestra provincia corren los contagios desbocados según nos dicen los amigos de aquí y allá. Y no sé si acabaré contagiada por el COVID, pero seguro que acabo neurótica perdida ante cualquier tos o escalofrío, propio o ajeno. Mis hijos me empiezan a mirar divertidos al ver como igual enarbolo el termómetro con la maestría de los ganadores del duelo de OK Corral, que les planto un test delante en cuanto estornudan tres veces.  Todo sea por una Navidad más segura.

Lo malo es que no estamos acostumbrados, en el pasado reciente, a gripes ni constipados, así que la naturaleza se está cobrando con intereses los que no hemos pagado en años anteriores. Y entre una cosa y otra, vamos pensando que las Navidades futuras van a ser un poco así, como estas, que el bicho parece que amaina, pero no termina de irse, y tendremos que aprender a convivir con él con menos miedo y más prudencia, justo lo contrario de lo que pasa ahora.

Y mientras los gobiernos andan como pollo sin cabeza, entre prohibiciones y levantamientos de restricciones, con una cierta improvisación que me empieza a preocupar más que el virus, los españolitos vamos viendo por qué puedo sustituir el cordero, que está a unos precios prohibitivos, y si la luz de las velas va a servir para ambientar o para iluminar, que no está el horno para bollos y menos si es eléctrico.

Así que, amigos míos, actuemos con prudencia, pero sin miedo; tomemos precauciones para protegernos y proteger a los que queremos. Confiemos, que ya es confiar, que el gobierno tenga vacunas suficientes para que más pronto que tarde nos inoculen la tercera dosis a todos, hasta ahora el único remedio efectivo contra la plaga.

Y recemos como siempre, y más que nunca, ante el Niño Jesús de nuestro Belén doméstico, para que nos ilumine y proteja a nuestros padres y nuestros hijos, cuide de nuestros amigos y familiares y atienda esta España nuestra tan peculiar y extraordinaria. Así que vamos a escuchar los preciosos villancicos de nuestras Rondas populares, de los festivales de los colegios, de las reuniones familiares para que no se pierdan “los de Trillo” que hemos aprendido de mi madre y que evolucionan como nuestra memoria. 

Y como dice el de este año del coro del colegio Tajamar, que siempre nos alegra y emociona por estas fechas, “y rompió la luz y un llanto se oyó, el niñito por fin nació; el amor llegó, mi mundo cambió, Navidad en mi corazón”. Porque eso será lo que nos diferencie del rencor y la reserva, de la amargura y el enfado que nos impedirá vivir. Y aunque tengamos la tentación de dejarnos abatir por la dificultad, hay que recordar a Mr. Scrooge y el poder redentor del amor. Del Amor. Feliz Navidad.