Filosofía poética
Y como uno, ha escrito y publicado, no uno ni dos, sino más de cien sonetos, recuerda que un inglés opinaba que “nadie puede ser poeta, ni disfrutar de la Poesía sin un cierto desequilibrio mental”.
Si la Poesía es fuente de Filosofía, como escribió hace ocho siglos Alberto Magno, o es “el vino de los demonios” como la calificó así casi mil años antes San Agustín, , los que de vez en cuando nos sentimos poetas tendríamos que reflexionar antes de escribir pensamientos rimados, porque no tendría gracia que, en nuestro afán de aportar sensibilidad y belleza al trato humano, estuviéramos ayudando con nuestros versos a las maldades del Maligno, cuando la realidad es, en opinión, de Manzoni, que los poetas tienen mucha más cordura que los filósofos. Y no voy a seguir por este camino de desmitificar a los poetas porque, ya lo dijo Luis de Góngora, “no debe ser/ que se dedique el discreto/a escribir un buen soneto/ si algo mejor puede hacer”. Y como uno, ha escrito y publicado, no uno ni dos, sino más de cien sonetos, recuerda que un inglés, probablemente filósofo, pues si fuera poeta habría tirado piedras a su tejado, opinaba que “nadie puede ser poeta, ni disfrutar de la Poesía sin un cierto desequilibrio mental”. Que viene a ser lo mismo que el dicho popular “de poetas y de locos todos tenemos un poco”, tal vez porque la Poesía difícilmente da de comer, lo que sucede también frecuentemente con la Filosofía, y con el Periodismo cuando se escribe sin cobrar. Y de ello podrían hablar muchos compañeros. Lo que sucede es que cuando se disfruta con una profesión se prefiere la satisfacción al dinero. Yo mismo he contado que en mi primera época estuve lo menos veinte años sin cobrar ni un céntimo, y ni se me ocurrió pensar que me podrían pagar por ver mi firma en el periódico. Para mí, escribir y publicar era suficiente, pues para comer y vivir tenía otra profesión. Otra cosa sería si ocurriera ahora, con ochenta años escribiendo (siempre sobre la provincia) en estas páginas y en otras nacionales, apoyando a las instituciones en sus objetivos, por ejemplo, en la adjudicación del polígono para la descongestión industrial de Madrid, la construcción del embalse de Beleña para el abastecimiento de Guadalajara, así como en la reconstrucción del palacio del Infantado y del castillo de Torija, apoyando las gestiones de Layna Serrano,en lo que algo influyeron mis crónicas en ABC y La Vanguardia de Barcelona, para conseguirlo.