¡Hasta siempre, Asociación Cultural Carravilla de Atanzón!
Sirvan estos renglones en esta última edición de 2022 como reconocimiento a una institución que durante más de treinta años fue un símbolo de Atanzón, cuya labor se vio reflejada en decenas y decenas de páginas en este medio a lo largo de todo ese tiempo, convirtiéndose en un referente dentro del mundo asociativo provincial gracias al trabajo que consiguió desarrollar dentro del campo sociocultural.
Mañana deberían cumplirse treinta y cuatro años de existencia de lo que el 31 de diciembre de 1988 supuso el nacimiento de un colectivo asociativo que durante más de tres décadas consiguió que Atanzón lograra lo que se rubricó en sus estatutos aquella misma fecha: la recuperación y consolidación de parte de sus tradiciones, algunas ya perdidas; la dinamización de la actividad cultural del pueblo; conseguir una mayor vinculación y participación de las personas que contribuyeran a la expansión y mejora de la calidad de vida de sus habitantes; y, con todo ello, el reconocimiento del buen nombre de Atanzón.
Se trataba de la Asociación Cultural Carravilla. Un colectivo formado en sus orígenes tanto por miembros jóvenes como por otros que ya lo eran menos, pero con las mismas ganas de hacer actividades.
Fueron años de ilusión y esfuerzo que durante todo ese tiempo llevaron a cabo veinte juntas directivas al frente de hasta más de cuatrocientos socios que incluso llegó a tener la asociación y que hicieron posible, por ejemplo, la recuperación de la fiesta de los Mayos y de San Marcos (ésta última declarándola fiesta de la propia asociación Carravilla); la instauración del día del Árbol o de la Semana Cultural en vísperas de las fiestas (desde 1989 formó parte del programa como complemento a las mismas); la edición del boletín informativo El Pregón a lo largo de 43 números; la confección de la primera web relacionada con la villa (gracias al empeño del añorado Jose Luis García Nieto); la revitalización del certamen de villancicos (gracias también a la familia de Valentín Pérez), así como de la cabalgata de Reyes Magos y la organización de las campanadas de Año Nuevo en la plaza Mayor; el apoyo para la fundación de la Zambombada de Atanzón; la celebración de la bueyada, que durante varias ediciones unió la villa con la vecina localidad de Caspueñas; así como la programación de talleres, salidas a espectáculos, realización de excursiones, como la primera de todas a los San Fermines de 1990. Todo ello hizo un Atanzón más vivo que nunca.
Capítulo aparte merece la creación del premio Trigo y Miel en 2002. Un galardón reconocido fuera del pueblo y nada entendido dentro del mismo que durante dieciocho ediciones premió a personas o instituciones que destacaban en el fomento de los valores humanos, la recuperación del patrimonio histórico, cultural y medioambiental o en mejorar las condiciones de vida de los pueblos. Entre esos premiados estuvo el periódico Nueva Alcarria, reconocido en la edición de 2014, por cuanto la cabecera alcarreña ha supuesto en la propia evolución de los pueblos de la provincia dando a conocer sus tradiciones, costumbres y pequeñas noticias, permitiendo que muchas hayan podido sobrevivir y se hayan transmitido.
Con todo ello, la tarde del pasado 24 de agosto, en vísperas de las fiestas patronales de San Agustín, en una asamblea extraordinaria a la que tan sólo asistieron tres socios, se confirmó la disolución de la ya mítica asociación atanzonera. La falta de interés tanto en la participación de las actividades como en la asistencia a las reuniones por parte de los socios y no existir relevo a la hora de presentar ninguna candidatura para continuar con la gestión, certificaron su desaparición.
El destino quiso que el último presidente haya sido el mismo que hace casi treinta y cuatro años tuviera el honor de ser el primero en presidir la asociación: José Antonio Gutiérrez. Un intento que en su momento el anterior alcalde de la villa, Carlos Cabras, animó a presentarse de nuevo como figura revulsiva para encabezar la nueva junta directiva pero que, tras tres años y con la pandemia de por medio, no ha existido ninguna intención por parte de la masa social para que la entidad se mantuviera viva.
La Asociación Cultural Carravilla se ha marchado en silencio, sin apenas apoyo o reconocimiento por parte de los que mayoritariamente fueron socios suyos y que ahora deja a Atanzón huérfano de una de las principales señas de identidad que ha tenido durante las últimas tres décadas. Las asociaciones duran mientras dura la actividad de sus fundadores. Sin relevo generacional todo tiende a desaparecer.