Insensibilidad

11/07/2021 - 09:43 Luis Monje Ciruelo

 Podríamos decir sin exagerar que nos estamos haciendo insensibles, protegiéndonos cada vez más egoístamente, con un caparazón de indiferencia ante los dramas como la muerte de tantas personas cada día por la pandemia.

"Pero el dolor del otro no es el tuyo,/ no es al que en tu corazón, cruel, se enrosca,/ porque el dolor ajeno solo es suyo...” 

Así dice el poeta, sin entrar en el endurecimiento de la sensibilidad humana ante tanta muerte y tanta desolación de las actuales guerras: ante tantas tragedias de las que nos enteramos a diario, ante ese parte de víctimas que a diario desde hace más de un año nos informan de la muerte por Covid-19 en Guadalajara y en todos los lugares del mundo. Podríamos decir sin exagerar que nos estamos haciendo insensibles, protegiéndonos cada vez más egoístamente, con un caparazón de indiferencia ante los dramas. Nos acostumbramos a que las muertes no se consideren ya de una en una sino en bloques. La muerte ya no es un camello negro, como dice la sentencia árabe, que se arrodilla ante la puerta de cada casa. Serían necesarias caravanas de camellos para computar en esos países las muertes que a diario ocurren. Unos  son muertos lejanos, que a nosotros cada día nos afectan menos, pues ya se sabe que el impacto informativo guarda proporción inversa con la distancia y con la reiteración. A más lejanía, menos efecto. Y si los muertos son por decenas y todos los días, dos o tres muertos ya no tienen importancia. Parece que no nos damos cuenta de que siguen muriendo cada día gente por la pandemia y actuamos como si hubiese terminado e ignoramos que existen conflictos armados en el mundo. Sin embargo, si las incesantes guerras no han variado la condición humana habría que despreciar el oxímoron de que las guerras consistan en matar a unos para salvar a otros. Y no vale aquí la sentencia senequista de que “aquel que crees muerto no ha hecho más que adelantarse en el camino: le han adelantado, quizá a cañonazos”. 

  Cada día conocemos que decenas, centenares de personas mueren por el virus. Más o menos, las mismas que habitantes tiene Cifuentes, incluidas sus diez pedanías. Los muertos en guerra son, por su parte, en su mayoría, jóvenes. ¿Puede decirse de ellos que “han vivido apriesa”, como desaconsejaba Gracián? ¿O, en su caso, que el morir por la Patria es dulce y hermoso, según Horacio, si han muerto aplastados por un tanque o destrozados por una bomba, sin ver al enemigo? Yo no sé si es que el corazón del hombre se endurece ante tanto desastre o es que piensa que “el dolor ajeno no es el suyo”. Tal vez sea un armazón para no sufrir por tanta muerte, cercana o ajena, aquí y en todo el mundo.