Jadraque, el refugio de Jovellanos


Tiempos de guerra y de revolución, tiempos de quimeras y de anhelos. Gaspar Melchor de Jovellanos, innegable protagonista de la Ilustración española, enfermo y acosado por las tropas francesas, encuentra la muerte en el caserío asturiano de Puerto de Vega, lejos de sus predios de Gijón, el veintiocho de noviembre de 1811. Es el final de una vida apasionada, un hermoso ejemplo de libertad y de concordia. 


    Tres años antes, el primer día del mes de junio de 1808, con el cuerpo y el alma heridos, Jovellanos llega a la mendocina villa de Jadraque, asistido por su secretario Manuel Martínez Marina y su mayordomo Domingo García de la Fuente. Durante su viaje desde Mallorca, donde había sufrido un penoso y prolongado cautiverio, el afamado ilustrado conoce funestas y azarosas noticias: las innobles abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII, el trágico levantamiento del pueblo de Madrid, la proclamación de José I como rey de España y el estallido de la guerra civil, la guerra de la Independencia, que enfrenta con crueldad a los españoles. Ante sus ojos, la nación se desgaja en dos bandos antagónicos. De una parte, absolutistas y literales batallan unidos frente al invasor ejército francés. Los primeros luchan por la vieja monarquía, los segundos por la soberanía nacional. De otra, los denominados afrancesados, partidarios del orden napoleónico, se alinean en torno a los nuevos gobernantes.   


    Jovellanos, enemigo de toda violencia, en su deseada clausura de Jadraque, busca descanso y consuelo en la casa palacio de su amigo y protector Juan Arias de Saavedra, hoy conocida como Casa de las Monjas. Es recibido con gran cariño por Juan de Oquendo, sobrino de Arias, que estaba retenido en Cifuentes a causa de la guerra, y ocupa dos grandes salas, en la planta baja de la mansión, con salida a un apacible jardín contiguo. A fin de engalanar tan grata morada, manda decorar estos aposentos, llamados ahora la Saleta de Jovellanos, con muy bellos y delicados frescos. En la actualidad, las elegantes estancias están presididas por una copia de un majestuoso retrato de Jovellanos, cuyo original, pintado por Francisco de Goya en 1798, se exhibe en el Museo del Prado. 


    Al día siguiente de su llegada, Gaspar Melchor de Jovellanos ve turbados sus sueños y deseos. Sus amigos afrancesados, necesitados de su prestigio y autoridad, reclaman su colaboración. Una carta del general Murat, regente del reino de España, reclama su urgente presencia en Madrid. Preso de un gran desasosiego, decide demorar su respuesta hasta que Arias de Saavedra, al que quiere como a un padre, venga a Jadraque. Prudente y moderado, emplea las últimas horas de la mañana en recorrer las calles y plazas de la villa, en compañía del alcalde Francisco Gauna. 


    Pese a su inquietud, Gaspar Melchor se recrea ante la bella portada manierista de la iglesia parroquial, dedicada a san Juan Bautista, y por el camino de la Soledad, de hermoso arbolado, se acerca hasta la iglesia del convento de frailes capuchinos, actual ermita del Cristo con la Cruz a Cuestas, hoy patrono de la localidad, bella talla barroca del siglo XVII. 


    Por la tarde de ese día, Juan Arias de Saavedra regresa a su noble casa de Jadraque. Los dos amigos, que llevaban años sin verse, movidos por un fraternal sentimiento, se funden en un conmovedor abrazo colmado de gozos y lágrimas. Sin más dilación, acuerdan responder con cautela a la misiva del orgulloso general francés: Jovellanos, dado su débil estado de salud, no debe emprender viaje a Madrid.    
    El insigne político, angustiado por un insufrible ataque de tos, dedica sus primeros días en Jadraque a cuidar sus dolencias. Su viejo amigo Juan Manuel Gil, médico de Cifuentes, que le había atendido tiempo atrás en los baños de Trillo, le receta los adecuados remedios para atenuar su tisis: pastillas de opio, leche de burra y pediluvios calientes, además de pasear por las feraces huertas de la ribera del río Henares. Y cuando mejore, montar a caballo. 


    Los partidarios del rey José no se dan por vencidos. El sábado 11 de junio, por la mañana, Jovellanos recibe dos nuevas cartas, escritas por sus amigos Gonzalo O`Farril y José de Mazarredo, ambos ministros del gobierno, en las cuales le suplican con vehemencia que se traslade a Madrid para ocuparse del bien de la patria. Sin tregua alguna, un día más tarde, un correo expedido en Bayona aumenta sus temores y zozobras. Se trata de una orden, firmada por el propio Napoleón, disponiendo su traslado a Asturias a fin de apaciguar a los españoles allí sublevados. Jovellanos, de nuevo confuso y vacilante, aduce motivos de salud para no salir de Jadraque.  


    A finales del mes de junio, Jovellanos recibe un nuevo escrito. Otro de sus amigos, José Miguel Azanza, duque de Santa Fe, le transmite los buenos deseos del emperador por la pronta curación de su enfermedad. Aún más. El 7 de julio, un correo oficial cabalga hasta Jadraque y entrega al sorprendido prócer su nombramiento de ministro del Interior, del gobierno del rey José I. Gaspar Melchor de Jovellanos rehúsa el cargo manifestando no poder corresponder a tal alta confianza. Desea permanecer alejado de la corte madrileña. 


    Los acontecimientos se precipitan. A finales del mes de julio se conoce en Jadraque la noticia de la derrota francesa en Bailén. En el mes de septiembre, Jovellanos es nombrado miembro de la Junta de Asturias y, dejando atrás anteriores incertidumbres, asume su nuevo y desconocido destino. Sin declinar de sus ideas ilustradas, toma partido por la independencia de la nación. Con lealtad se suma se suma a la insurrección de un pueblo, en su mayoría ignorante y fanático, y renuncia, no sin cierto pesar, a sus amigos afrancesados. Un bello gesto de honradez. 

 


    Gaspar Melchor de Jovellanos debe abandonar su amable refugio de Jadraque. El 17 de septiembre de 1808, entre llantos y abrazos, se despide de Juan Arias de Saavedra, su constante bienhechor. No se volverán a ver.  Arias fallecerá en el mes de enero de 1811, en el caserío Bustares, al pie de la sierra del Alto Rey, donde se había refugiado perseguido por el ejército francés.  


    En el palacio real de Aranjuez, el 25 de septiembre de 1808, se constituye la Junta Suprema Central y Gubernativa, conocida como la Junta Central, que asume todos los poderes de la España libre y la conducción de la guerra. Jovellanos tiene el honor de ser uno de sus miembros, representando a su tierra asturiana. Pese a no hallar un grato acomodo entre absolutistas y liberales, sus nuevos compañeros de viaje, Jovellanos será uno de los principales protagonistas de la génesis de la España contemporánea. 


    Una pregunta obligada: ¿Cuál era la mejor opción entre los bandos de aquella España dividida? La respuesta viene de la mano del recordado doctor Gregorio Marañón: “Yo-afirmaba el prestigioso intelectual- no hubiera sido ni patriota absolutista, ni liberal como los de Cádiz, ni afrancesado. Hubiera sido jovellanista”. 

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Javier Davara es profesor emérito de la Universidad Complutense de Madrid.