Javier Borobia siente y sueña


Javier no se ha rendido nunca, simplemente está luchando, y entre lucha y lucha consigo mismo y sus circunstancias, descansa de esa vida ajetreada que tuvo hasta los 54 años.  Este pasado mes de abril cumplió 70 años. 

El pasado mes de abril, Francisco Javier Luis Vicente Parmenio Borobia Vegas, para el registro civil, simplemente Javier Borobia para sus muchos conocidos y amigos, cumplió setenta años en la tranquilidad de su hogar de Guadalajara, cuidado hasta el extremo y confortado por el amor y el cariño de su mujer, Alicia, y sus dos hijos, Rodrigo y Diego. Pese a que en febrero de este mismo año se cumplieron quince años del grave contratiempo de salud que le causó un daño cerebral muy importante, que motivó su jubilación profesional anticipada y lastró sobremanera sus capacidades, Javier, doy fe de ello, sigue sintiendo y soñando, dos acciones, dos facetas de su vida tan importantes que su único libro publicado se subtitula, precisamente, “Notas de andar, sentir y soñar”. Andar, hace ya tiempo que no puede hacerlo por sí mismo, pero para sentir y soñar no hace falta caminar, basta querer y poder hacerlo. Y él, puede, aunque no todo lo que quiere, si bien un único sentimiento, solo un pensamiento de Javier o un mínimo sueño, ya valen más que los de muchos porque su proverbial bonhomía, su talla intelectual y su inteligencia emocional son capaces de superar hándicaps que para otros resultarían insalvables, rindiéndose ante ellos. Y Javier no se ha rendido nunca, simplemente está luchando, y entre lucha y lucha consigo mismo y sus circunstancias, descansa de esa vida ajetreada que tuvo hasta los 54 años y que tanto bien hizo a Guadalajara, su ciudad y provincia, a las que quiere con la pasión de uno de sus mejores hijos, como sin duda lo es. Javier es uno de los guadalajareños mejor nacidos y su contribución a la cultura local y provincial, no pueden pagarse ya hoy con todo el oro del mundo, y menos aún podrán retribuirse cuando llegue la liquidación de los tiempos, parafraseando a Ortega y Gasset, su filósofo de cabecera, cuando meditó ante la estatua del Doncel tras andar y ver las “míseras” tierras de Guadalajara y Soria, pero a su juicio impagables por ser las que produjeron el “Myo Cid”.

Recordar a Javier Borobia en su setenta cumpleaños, no solo de forma íntima, sino pública y compartida y a través de este “Guardilón” -hogaño de papel, antaño en ondas hertzianas por él y junto a él y otros amigos-, es para mí una obligación. Lo he dicho y escrito muchas veces y no es simple retórica: Javier es para mí, no solo mi mejor amigo, sino el único hermano que me queda ya con vida, después de que se marcharan mis dos hermanos de sangre, Alfonso y Carlos, mucho antes de lo razonable. Javier y yo no compartimos apellidos, pero en todo lo demás somos hermanos porque nos elegimos el uno al otro para trenzar entre nosotros una relación fraternal que, a día de hoy, y a pesar de los pesares, lejos de decrecer, ha ido en aumento. Ya no podemos hablar largo y tendido, como antes, de lo divino y, sobre todo, de lo humano, pero una sonrisa, un gesto, un abrazo o un beso son suficientes cada jueves para ratificar esa hermandad elegida, no impuesta, que tanto he disfrutado, disfruto y disfrutaré hasta que Dios quiera. Ese Dios, el mismo de don Juan Tenorio, en el que ambos creemos, especialmente en su forma sacramentada y cargando con la cruz a cuestas. Las cosas de la tierra cada vez complican más levantar la vista y mirar al cielo, pero yo no puedo dejar de creer en el mismo Dios que cree Javier Borobia.

Portada del libro 'Papeles de Javier Borobia', escrito por Jesús Orea en 2014.

Dicho todo esto de un tirón, que a algunos les parecerá un desnudo emocional y no seré yo quien lo desmienta, creo obligado mirar atrás-sin ira y con el sosiego que te da el tiempo para aceptar las cosas que no te agradan, e incluso las que te hieren- con el propósito de recordar algo de lo tanto y bueno que Javier ha hecho por Guadalajara y que muchos conocen, pero demasiados, no. A ellos, a quienes no han oído si quiera hablar de él o solamente representa un nombre y poco más, va fundamentalmente dirigido este artículo, contextualizado en su septuagésimo cumpleaños, una edad ya madura como el membrillo en otoño, tan maduro que hasta le da su nombre al sol luminoso, pero frío, de ese tiempo.

Javier es una persona buena, en el sentido más machadiano de la palabra: generosa, empática, cercana, afable, solidaria… y, partiendo del “Zoon Politikon”, el animal político aristotélico, podríamos calificarle de auténtico “Zoon Paideion”, animal cultural, y, especialmente, del teatro, su gran pasión junto a su familia, Guadalajara y Castilla. Haremos un hueco también en sus afectos más significativos a la Diputación Provincial pues fue un competente técnico jurídico de la institución provincial y se identificó mucho con ella, donde dejó una huella indeleble entre sus compañeros, los sucesivos presidentes y diputados provinciales que conoció en su trayectoria y los alcaldes y secretarios a quienes siempre ayudó y sirvió ejemplarmente. Como ya escribí en las solapas del libro editado en 2014 y en el que recopilé gran parte de su obra escrita y publicada, titulado “Javier Borobia. Notas de andar, sentir y soñar”, si Javier es un hombre de la Cultura, así, con mayúscula, dentro de ésta es, fundamentalmente, un hombre de Teatro, su gran pasión que, incluso, se planteó como profesión pues, antes de optar por realizar la carrera de Derecho, se pensó muy seriamente la posibilidad de cursar estudios de Arte Dramático. Siendo aún muy joven, inició su andadura en el mundo de la escena al integrarse en el recordado grupo alcarreño de Teatro de Cámara y Ensayo “Antorcha”, en el que destacó como actor, guionista, productor y director; incluso llegó a ser su presidente un tiempo. Fue jurado y miembro del comité de selección de grupos en las 33 ediciones celebradas del Certamen Nacional de Teatro “Arcipreste de Hita” (1977-2012). Asumió, en varias ediciones de la década de los años noventa, la dirección general del Festival Medieval de Hita. Colaboró activamente, como miembro destacado del grupo “Mascarones”, en la recuperación del Carnaval de la ciudad de Guadalajara, aportándole novedosos actos como el Anuncio y el Pregón, arropados por enmascarados tradicionales procedentes de pueblos de la provincia, especialmente botargas, y siendo el autor del guión y puesta en escena del Entierro de la Sardina. Javier fue, también, el ideador, creador y “alma mater” del Tenorio Mendocino, la representación itinerante del texto del Don Juan, de Zorrilla, que desde 1992 se escenifica en torno a algunos de los monumentos más representativos de la ciudad de Guadalajara, a cargo del grupo “Gentes de Guadalajara”, que él mismo promovió, impulsó y hasta nominó.  Fernando Borlán, a quien dedicamos el anterior “Guardilón”, sin duda fue pieza clave en el inicio del Tenorio alcarreño, pero fue Javier quien lo sumó al proyecto junto a alumnos suyos, como a tantas otras personas y colectivos. El Mendocino es una “suma de esfuerzos y voluntades” en el que “prima la ética de la ilusión sobre la del trabajo”, como el propio Javier lo definió tras sacarlo a la calle después de varios años de escenificarse parcialmente en los bajos del histórico restaurante arriacense “El Ventorrero”-hoy “Miguel Ángel”- con ocasión de la singular “Cena de ánimas con Don Juan” que él mismo se inventó para iniciar cada año la temporada de la “Cofradía de Amigos de la Capa” de Guadalajara, de la que fue su “fiel de fechos”, o sea, secretario.

Otra faceta sobresaliente de Javier es la de comunicador, siéndolo de primer nivel. Tiene el don de la elocuencia y siempre encuentra la palabra, no sólo exacta, sino además brillante. Leer mucho, como él leía hasta que pudo hacerlo, es la mejor escuela para hablar bien. Fue un destacado colaborador de prensa, radio y televisión, quedando especial y buen recuerdo suyo en los estudios de Onda Cero, donde, junto a un servidor y otros amigos, hizo durante una década, entre los años 80 y 90 del siglo pasado, el programa que da nombre a esta colaboración mensual en Nueva Alcarria, el casi mítico “Guardilón” para muchos guadalajareñistas y castellanistas. También hay cálido recuerdo de él en la COPE, donde fue tertuliano de “Café, COPE y puro”, primero en su versión radiofónica y después en la televisiva, otro programa en el que siempre destacó y llevó a momentos verdaderamente sublimes que ya son historia de la radio local.

Punto y aparte merece el compromiso de Javier con las tradiciones socio-religiosas de la ciudad de Guadalajara. Fue miembro de la Cofradía de la Pasión del Señor desde niño, en la que llegó a ser Hermano Mayor entre abril de 1997 y diciembre de 2003, cuando dimitió, para no mezclar las cosas de Dios con las del César, tras resultar elegido concejal del Ayuntamiento de Guadalajara (2003-2007), como independiente dentro de las listas del PP. Igualmente, heredó de su padre -quien fuera alcalde de la capital unos meses en 1979- la titularidad de “San Felipe”, en la histórica Cofradía de los Apóstoles, y participó representando a su “apóstol” en casi todas las Procesiones del Corpus desde 1971 hasta 2008. Aún sin pretenderlo ni buscarlo, fue elegido presidente de la Junta de Cofradías de la ciudad, contribuyendo notablemente al impulso de la Semana Santa arriacense, de la que fue pregonero oficial en 2007, como ya lo había sido anteriormente de las Ferias y Fiestas en 2000. 

Termino ya con estas palabras escritas por el mismo Javier: “En cualquier caso queda, frente al patrimonio de la vida, ese intramuros infranqueable que es cada hombre en su silencio”.