En defensa de Star Wars y del cine comercial
El ascenso de los Skywalker es un digno cierre para la más que aceptable tercera trilogía ambientada en el universo de Star Wars.
Vayan preparando las piedras, porque El ascenso de los Skywalker es un digno cierre para la más que aceptable tercera trilogía ambientada en el universo de Star Wars, lo que no quiere decir que sea perfecta. Tras la osada Los últimos Jedi, en la que Rian Johnson decidió dar un polémico volantazo a la historia, Abrams y la Disney apostaron por volver a la esencia, a lo que el público esperaba ver, sin que ello suponga renunciar a las sorpresas (que las hay en esta tercera entrega y de las buenas).
Es ese trabajo de reenfocar la trama el que más lastra El ascenso de los Skywalker, sobre todo en su arranque. En una desesperada carrera por contar todo lo que Johnson debería haber explicado en la segunda entrega, la película ofrece un montaje alocado en el que el espectador apenas tiene un segundo para tomar aliento… Y en este caso es para mal, porque no se trata de simples escenas de acción, si no de trama y desarrollo de personajes, lo que implica la necesidad de tiempo para asimilar la información.
Por fortuna, una vez pasado ese primer trago, Abrams llega por fin a la película que él quería contar, la del épico desenlace de la que podría haber sido una saga maravillosa, con conflictos internos más que interesantes en sus personajes principales y una estupenda química entre los secundarios. Ahí sí que el director recalibra su pulso y decide darse tiempo para contar todas y cada una de las escenas con el ritmo apropiado.
La diferencia entre las dos partes de la película es tan brutal, que casi cuesta creer que se trate de un mismo director. Sin embargo, los tiempos son los que son y en el cine actual parece imposible que el desenlace de una saga épica dure ni más ni menos que 150 minutos, aunque ello suponga mutilar la película en la sala de montaje o alargar escenas innecesariamente.
En este caso, da la sensación de que en el futuro es más que probable que veamos un versión extendida del largometraje, aunque habrá que ver si es en una próxima reposición de la película para salas de cine (les recuerdo que Disney ya lo hizo con la última entrega de Vengadores), en la versión DVD o quizás en su mediático canal de Streaming. Porque el cine, no lo olviden, es sobre todo un negocio.
Vengadores ya presentó una versión extendida para cines pocos después de estrenar la original.
Por lo que puede leerse en los medios de comunicación, aunque la saga galáctica sigue dando pingües beneficios, el éxito de esta trilogía y sus spin off no ha sido el esperado. Esto seguro que supone un alivio para más de uno, porque evitará que se produzca un tsunami similar al de los superhéroes en los cines. ¿Quiere decir eso que la tercera trilogía es la peor de todas? Perdonen, pero no. Para quien esto escribe, resulta infinitamente superior a la compuesta por los episodios del I al III.
Está claro que nada igualará a la saga original, a los jóvenes Luke, Han Solo y Leia, porque fueron los primeros, porque nosotros éramos más niños y crédulos, porque en sus tiempo aún podía mezclarse inocencia, fantasía, humor y oscuridad en una salsa que hoy en día nos cuesta mucho tragar, porque preferimos que todo sea blanco o negro, adulto o infantil, cómico o serio.
No se engañen, diga lo que diga, con ellos todo era mejor... sobre todo nuestra infancia.
A esta tercera saga le ha faltado más control desde la producción. Abrams puso un buen punto de partida con un remake del episodio IV que supo captar su magia, sobre todo gracias a la mezcla de escenarios reales, efectos mecánicos y digitales, lo que sin duda ayudó a crear una atmósfera mucho más convincente que el de aquel festival de pantallas verdes y azules que hizo George Lucas en los episodios I a III. También acertó con sus protagonistas y con las mecánicas establecidas entre ellos e incluso su personaje más flojo, un Kylo Ren dubitativo, prometía un desarrollo interesante.
En la primera entrega, Kylo Ren no daba tanto miedo como prometía.
Después llegó, Rian Johnson, que hizo literalmente lo que le dio la gana en la segunda película. ¿Era buena? Para quien esto escribe sí, pero rompía con el espíritu y lo propuesto en la primera entrega. Suponía hacer un borrón y cuenta nueva en los personajes y sus relaciones, romper las expectativas del público. Fue valiente, quizás demasiado, y lo que es indudable es que dejó un camino incierto, en lo narrativo, para el futuro.
Rian Johnson hizo, básicamente, lo que le dio la gana con Los últimos jedi.
Y de ahí al regresó de Abrams, el Spielberg de nuestro tiempo, para reencauzarlo todo. Básicamente desechó el trabajo de Jhonson para retomar el suyo propio y sacarse de la manga al emperador Palpatine de golpe y porrazo en una increíble pirueta mortal que hemos aceptado más por nostalgia que por coherencia.
Pese a sus detractores, Abrams es posiblemente el Spielberg de nuestro tiempo.
Por raro que parezca, a los episodio VII a IX les ha faltado control más allá de los directores, la figura de un showrunner, y han acertado en muchas decisiones artísticas. No han sido el maravilloso retorno que los fans esperamos que fuera, pero sí un regreso divertido y entrañable. Habrá que ver qué ocurre a partir de ahora. El dinero que genera es la mejor garantía que tenemos de que habrá más Star Wars y tampoco hay que ser negativo con esta vena comercial, porque si algo ha demostrado Disney es que puede tener mucho respeto por los universos que le dan de comer, como el de las películas de super héroes, aunque tampoco a éstas les falten detractores.
La estrategia de Disney no es una revolución ni traición al séptimo arte. El cine clásico, Lo que el viento se llevo, eran superproducciones comerciales realizadas con buen gusto por buenos artesanos. Howard Hawks se plagió a sí mismo con El Dorado y Río Bravo, repitiendo John Wayne como protagonista en estas dos obras maestras del western. E incluso Alfred Hitchcock hizo un remake de su El hombre que sabía demasiado (1934) en 1956.
El hombre que sabía demasiado versión 1934.
El hombre que sabía demasiado versión 1956.
Las decisiones comerciales no empujan necesariamente a productos mediocres. Tampoco se les puede responsabilizar de que el público se acerque al cine para ver grandes superproducciones, algo lógico en un momento en el que cada casa es un cine/videoclub en sí misma gracias al streaming y la evolución tecnológica. En un momento en el que las historias íntimas pueden paladearse perfectamente en el salón de casa, la sala de cine y la pantalla gigante deben seguir siendo el hogar de los sueños, de las historias que asombren y emocionen. Y en ese sentido, esta última trilogía iba muy bien encaminada, aunque no hayan terminado de encajar todas las piezas. Esperemos que en el futuro afinen la fórmula. Aquí hay uno que le seguirá dando oportunidades.