La importancia de ser periodista

03/04/2022 - 12:51 Luis Monje Ciruelo

 No quiero decir que los periodistas seamos unos seres superiores, sino más bien lo contrario, pues a diario demostramos nuestra ignorancia –a la vez que nuestra osadía- teniendo que escribir sobre temas que no dominamos. Artículo publicado el 8 de octubre de 1980.

Más que la importancia de ser periodista, debería decir la importancia de escribir en los periódicos, puesto que no todos los que tienen acceso a la letra impresa son periodistas. Pero es igual para la argumentación que trato de exponer. Hay que reconocer que los que emborronamos cuartillas para que se publiquen parecemos importantes. Quizá alguien diga, al leer esto, que somos tan importantes como modestos -¡ojo, teclista, a ver si sustituyes la de por la tele, no fastidies!- , pero no le hagan caso: es pura envidia. También dicen que somos inconscientes, irresponsa bles, osados y, hasta algunos llaman a los chicos de la Prensa, “la canallesca”. Pues qué bien. A lo mejor somos un poco de todo eso. Pero si tanto nos insultan y tanto nos buscan y reclaman será porque no somos insignificantes.
Y la verdad es que no lo somos como profesión, aunque individualmente ya sea otro cantar. Nuestra importancia nace de que lo que pensamos lo publicamos a los cuatro vientos. La opinión de uno de nosotros vale tanto como la de millares de ciudadanos. Puestos a elogiar, podemos crear famas y prestigios, aunque no las merezcan; puestos a censurar y a agredir, tenemos poder para hundir créditos y reputaciones aun de  hombres honrados. Nuestros límites los señalan la Ética y el Código Penal, afortunadamente. Tenemos a nuestra disposición, amparada por la libertad de expresión, un arma terrible que se puede usar sin licencia ni carné. Lo extraño es que, en tiempos no tan lejanos, no se exigiera legalmente para escribir en los periódicos, certificados de buena conducta expedidos por la Guardia Civil y por el párroco, y de adhesión al Movimiento. A mí me los pidieron, por lo menos, para hacer unas oposiciones. Ahora, con  la democracia y de la libertad todo el mundo tiene derecho a decir lo que piensa, con frecuencia sin tener en cuenta a los demás.


En realidad, lo que yo quería decir al empezar es que nuestra importancia –la de los periodistas- es la misma que la de quien lleva en la mano una metralleta o una bomba de mano; una metralleta que igual puede lanzar balas que flores, a voluntad de quien la maneja. Y si quien la esgrime es joven e irreflexivo –cualidades que con frecuencia coinciden-, ya me dirán si no es como para echarse a temblar. Pero hay que reconocer que quien se pasea con una metralleta es siempre una persona importante. No quiero decir, por tanto, que los periodistas seamos unos seres superiores, sino más bien lo contrario, pues a diario demostramos nuestra ignorancia –a la vez que nuestra osadía- teniendo que escribir sobre temas que no dominamos, y siempre bajo el escalpelo y la disección de cien argos, que por detrás nos ponen como chupa de dómine y por delante nos dan palmaditas en la espalda. Con frecuencia se nos odia, pero siempre se nos teme. Algo es algo, porque, por lo menos, no se nos desprecia.
Estoy pensando que tal vez sea ésta una visión muy negativa y pesimista de la profesión periodística y, por consiguiente, poco real. Sin embargo, lo cierto es que siempre es mejor tener a los periodistas como amigos que como enemigos.El más humilde escribidor de periódicos tiene más influencia social que el científico más ilustre, por lo general modesto,que vive encerrado en su laboratorio o en su cátedra. Por eso he hablado de la importancia de ser periodista. Es posible que ésta sea una visión deformada del relieve de nuestra profesión, pero cuando el río suena, agua lleva.