La naranja mecánica


Vemos como se pide con el mismo desparpajo la inclusión en el Código Penal de un piropo grosero como acabar con la prisión para delitos contra la Constitución.

Es difícil el equilibrio y permanente el conflicto entre la libertad de expresión, el derecho al honor y la intimidad o la dignidad humana. Un conflicto que hoy se presenta con actos, vandálicos hasta el delito, de jóvenes que invocan la libertad de expresión a pedrada limpia o arrojando cócteles molotov. Asistimos estupefactos a justificaciones y simpatías nada encubiertas hacia la causa de saqueadores de nuestra paz y nuestros bienes en las calles de Barcelona, de Madrid, de Valencia….

Cada generación ha tenido un “Cojo Mantecas” pero ahora están organizados, y tiran de manuales para aumentar el daño; visten capucha y se enmascaran con mascarilla para contagiar la enfermedad del odio.

Arden las calles porque a un tipejo con tan poco talento como bonhomía se le ha condenado por un delito de enaltecimiento del terrorismo. Y como no es el primero por el que se le condena, la sentencia no se puede suspender y el condenado tiene que ingresar en prisión. Lo normal, porque la ley y la lógica van de la mano en cuanto a dar una oportunidad a quien delinque, pero no veinte. Y en el historial delictivo del tal Hasel es largo, con otras condenas por enaltecimiento del terrorismo, por agredir a una periodista, por coacciones, por agredir a un testigo, por amenazas, allanamiento de local y resistencia a la autoridad. Vamos, una alhaja que dirían nuestras abuelas.

Esto excita a opinadores de diferente pelaje e instrucción, que pontifican sobre si deberían o no existir estos delitos consistentes en insultar, amenazar o escarnecer a otros, especialmente si son de “los otros”. Como muchos opinan sin estudiar, no saben o no quieren saber que en muchos países democráticos de nuestro entorno estos delitos existen, desde la apología del nazismo o del terrorismo a las injurias al jefe del Estado, y que están castigados con penas de prisión.

Vemos como se pide con el mismo desparpajo inclusión en el Código penal de la apología del franquismo o el piropo grosero al tiempo que se proponen acabar con la pena de prisión para los delitos contra la Constitución, incluidas las injurias a la Corona, la sedición, o la apología del terrorismo, cuando no su desaparición. Parece que el criterio del Derecho penal de ahora en adelante no es el cumplimiento del principio de “última ratio” para castigar determinadas conductas intolerables, sino un recurso a la carta para la reeducación en la ideología que se pretende dominante. Una reeducación que utiliza a jóvenes asociales y violentos, como el psicópata protagonista de la estremecedora película de Kubrick que da título a este artículo, para justificar la libertad de hacer el mal, pero sin asociarle consecuencias. 

El ejercicio de la libertad implica siempre responsabilidad. Y no nos cansaremos de decir que, en un Estado de derecho, los límites los miden los Tribunales en la aplicación de la ley. Podemos odiar la grosería, la indignidad y la maldad y no siempre estaremos ante una conducta que deba ser castigada penalmente. Pero si lo está, como es el caso del presunto rapero y condenado delincuente, no vale invocar la libertad como coartada. Porque como afirmaba GIOBERTI, los mayores enemigos de la libertad no son los que la oprimen, sino los que la deshonran.