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Lágrimas por María Luisa de Saboya
El 22 de abril de 1714 se despidió a la reina en la iglesia de Santa María La Mayor.
En febrero de 1714 llegaba a la ciudad de Guadalajara una carta firmada por el rey Felipe V: “Miércoles, catorce del corriente fue nuestro Señor servido de que pasase de esta a mejor vida la serenísima Reyna Dª María Luisa de Saboya, mi muy cara, y amada mujer”. La reina había muerto. María Luisa de Saboya dejaba este mundo el 14 de febrero a los 25 años a causa de una tuberculosis.
Casada con tan sólo 13 años, consiguió una gran fama y se ganó el cariño del pueblo español. Tuvo un gran poder político, y ejerció sus funciones como reina gobernadora cuando su esposo tuvo que ausentarse de España a causa de las guerras, siendo muy admirada por ello.
Tras la muerte de María Luisa, el rey envió, como era costumbre, una carta a todas las ciudades del reino para notificar el fallecimiento y disponer la celebración de las honras y exequias.
Y es que, cuando un miembro de la familia real moría se iniciaba un despliegue y protocolo dirigido a la celebración de estas exequias. Debía hacerlas cada ciudad, villa o virreinato, y esto dio lugar a una de las representaciones efímeras más impresionantes de la época: los túmulos o catafalcos reales. Unas estructuras arquitectónicas que acogían en su interior una representación del ataúd de la persona fallecida, aunque el cuerpo no estuviera allí.
Libro de Exequias por la muerte de María Luisa de Saboya en 1714, dedicado al X Duque del Infantado.
No había tiempo que perder; eran muchos los elementos que había que organizar. En Guadalajara el Ayuntamiento se reunió en pleno el 19 de febrero para empezar con las disposiciones. Se declararon los lutos correspondientes y se buscaron soluciones a la falta de medios de los que disponía la ciudad para afrontar los grandes gastos que un ceremonial de este tipo conllevaba. La solución pasó por viajar a Madrid y pedir al rey dos mil ducados para que se pudieran celebrar las exequias por su mujer. Además, hubo que tomar una serie de medidas como rebajar el sueldo a los capitulares, los cuales eran trabajadores del Ayuntamiento. Aun así,varios particulares debieron prestar dinero para afrontar el gasto.
Finalmente se dispuso que la celebración tuviera lugar el 22 de abril en la iglesia de Santa María la Mayor de la Fuente, la actual concatedral. Todo el edificio se decoró para la ocasión: en el centro de la iglesia se levantó un túmulo de casi 20 metros de altura realizado con materiales pobres como madera, yeso, papel, etc., que por medio de la pintura lograban engañar al ojo y hacer creer que se trataba de piedra, oro o mármol. Tenía tres cuerpos, y en el más alto de todos se colocó una almohada de seda con borlas de plata, y sobre ella una corona real con pedrería que aludía a la realeza. Rematándolo todo, una representación de la Muerte. Estaba repleto de velas de todos los tamaños para iluminar el templo, ya que las ventanas de la iglesia se cegaron y los muros se cubrieron con terciopelo negro.
Parecía un lugar irreal, onírico. La oscuridad, la luz cegadora de las velas, los cantos fúnebres, los dibujos alusivos a la muerte... A las cinco de la mañana del día 22 comenzó el repique de campanas de todas las iglesias para entristecer los ánimos de la población. A las once, desde el Ayuntamiento salió una comitiva de personajes enlutados camino a Santa María. Fueron tantas las personas que acudieron a despedir a la reina que no se pudo dar cabida a todas en la iglesia.
María Luisa Gabriela de Saboya, primera esposa de Felipe V y reina consorte de España desde 1701 hasta 1714.
Conocemos todos estos detalles y más gracias a la documentación que se conserva en el Archivo Municipal de Guadalajara y al Libro de Exequias que se editó para dar fe de todo lo que se realizó para dar el último adiós a María Luisa en la ciudad. Entre las curiosidades que podemos encontrar en estos documentos, aparece el regalo que se le hizo al sacerdote que predicó el sermón, al cual, además de sus honorarios, se le recompensó con chocolate y tabaco, productos muy lujosos y de un precio muy elevado en la época.
Fue un ceremonial asombroso, extraño para nuestra mentalidad actual, pero muy interesante para hacernos comprender la visión y el comportamiento que se tuvo ante la muerte durante la Edad Moderna.