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Cuando el Palacio del Infantado estuvo en París
En la Exposición Universal de 1900, en la sección española, se recreó el Patio de los Leones a escala natural.
Uno de los grandes fenómenos que tuvieron lugar en el siglo XIX fueron las exposiciones universales. Concebidas para reunir y mostrar los productos de la industria que se daban en los diferentes países de todo el mundo y sus innovaciones tecnológicas, acabaron congregando otro tipo de objetos, como obras de arte y alimentos, y sirviendo como una especie de parque temático que entretenía y maravillaba a los visitantes que acudían a ellas desde los más diversos lugares.
A pesar de que la primera exposición universal que se inauguró fue la de Londres en 1851, las más conocidas han sido las cinco que se celebraron en París. No en vano París era en el siglo XIX la capital de la modernidad, y ello la convertía directamente en la capital del mundo.
Estas exposiciones tuvieron un carácter educativo, ofreciendo una visión global del mundo y de sus productos, y combinando actividades académicas con otras más lúdicas que incluían espectáculos, con el propósito de que cualquier persona que las visitara, fuera cual fuera su formación, saliera satisfecho.
Fotografía de la sección española en la Exposición Universal de París de 1900. La Ilustración Española y Americana, 08-09-2000.
Los productos seleccionados para participar en una exposición universal tenían que ser representativos de cada país de origen, por lo que, a través de la participación en estas exposiciones se creaba la imagen nacional. Por eso fue tan importante estar presente en cada una de las ediciones. Y de ahí el cuidado que se puso en representar correctamente al propio país, dando muestras de la grandeza de cada uno de ellos. La exposición era un escaparate que reflejaba el orgullo patrio.
En ellas se conjugaba el pasado con el presente y el futuro, ya que para acoger a los pabellones de los distintos países participantes se levantaban unas estructuras efímeras que recreaban destacados monumentos de cada una de las naciones, como la Mezquita de Córdoba o la Alhambra de Granada en el caso español. Pero también se erigían grandes piezas que mostraban los últimos avances en tecnología, como la arquitectura en hierro y cristal. La Torre Eiffel es un claro ejemplo de ello. Levantada para existir por muy poco tiempo-lo que durara la Exposición Universal de 1889-, al final consiguió quedarse definitivamente, convirtiéndose en el símbolo de la Ciudad de la Luz.
La última Exposición Universal que se celebró fue la de París en 1900. Para esta ocasión nuestro país eligió al duque de Sesto como comisario para la representación de España, ya que para que todo saliera a la perfección la tarea del comisariado debía recaer en “hombres prestigiosos de la antigua aristocracia”, tal y como se expresó en la memoria presentada por la Junta Directiva.
Fueron muchos los periódicos españoles que se hicieron eco de tal evento, narrando los preparativos y ofreciendo a los lectores una crónica de lo que allí sucedía. El Proteccionista brindó multitud de detalles en su edición del 19 de marzo. Entre otros aspectos relató que el pabellón de España estaba situado en el muelle de Orsay, en las orillas del Sena, contando para su construcción con el arquitecto José Urioste y Velada, cuyo diseño se basó en el Palacio de Monterrey, la Universidad de Salamanca, la de Alcalá de Henares y el Alcázar de Toledo.
La sección española se encontraba dividida en dieciséis grupos. Según este periódico, el grupo dedicado a Hilos, Tejidos y Vestidos, ubicado en el campo de Marte, era una de las mejores instalaciones de la exposición. Y es que en sus casi 1.500 metros cuadrados de superficie se recreó el Patio de los Leones del Palacio del Infantado a escala natural, sustituyendo los escudos de los Mendoza y Luna por los de todas las provincias y regiones de España, y colgando en los pináculos estandartes con los colores de la bandera nacional. Gracias a La Ilustración Española y Americana, que ofreció una fotografía de esta reconstrucción en su edición del 8 de septiembre, podemos tener una imagen de ella.
Durante 212 días nuestro palacio fue admirado y conocido por visitantes de todo el mundo que acudían a París para estar al tanto de las innovaciones presentadas. Prueba de ello es el hecho de que en algunas guías esta instalación figuraba entre las curiosidades de la exposición, comentando cómo estos visitantes quedaban impresionados por su belleza decorativa. Una muestra más del orgullo que debemos de sentir como guadalajareños.