Lorenzo Arrazola, el checano que presidió el Gobierno de España en 1864

09/08/2020 - 13:32 Jesús Orea

Está considerado como  uno de los actores principales de la política española de la mitad del siglo XIX y todo un referente del liberalismo moderado, también llamado liberal catolicismo. Estamos también ante un gran orador. 

Aunque la inercia y las letras mayúsculas de la historia suelen llevarnos a pensar en el ínclito Conde de Romanones como el único político vinculado a Guadalajara que ha llegado a presidir el gobierno de España –estuvo al frente de él hasta en tres ocasiones-, lo cierto es que unas décadas antes de que don Álvaro de Figueroa y Torres alcanzara por primera vez tan alta dignidad, un checano de nacimiento, Lorenzo Arrazola García, fue el primer ministro de Isabel II, pese a que solo ocupara este cargo durante unas semanas de principios de 1864. Sabido es que en el siglo XIX y en el primer tercio del XX, los presidentes del consejo y los ministros caían como fruta madura y con frecuencia inusitada, contándose la duración de sus mandatos por semanas o, como mucho, por meses, en bastante mayor medida que por años. Para refrendar lo dicho, baste el dato de que Isabel II, en sus 35 años de reinado, nombró a 39 presidentes del gobierno. Nuestro paisano fue el antepenúltimo.

Lorenzo Arrazola nació en Checa en 1795 y murió en Madrid en 1873. Para resumir en apenas unas líneas su notable biografía, tomamos los datos principales de ella del número 11 de los Cuadernos de historia del derecho de la UCM, correspondiente a 2004, cuyo autor es Braulio Díaz Sampedro. Este afirma que el checano fue un “eminente jurista y político del siglo XIX español” que alcanzó la presidencia del Gobierno en enero de 1864, llegó a ser en seis ocasiones Ministro de Gracia y Justicia y en dos de Estado, fue diputado del partido liberal moderado y senador vitalicio. También accedió a la Presidencia de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia, fue Presidente del Tribunal Supremo y dirigió la magna obra titulada Enciclopedia Española de Derecho y Administración. No obstante, quien más en profundidad y mejor ha estudiado la trayectoria personal y política de Arrazola es otro gran checano, Antonio Martínez Mansilla, doctor en Historia, licenciado en Derecho y profesor de Geografía e Historia en diferentes Institutos de Madrid, entre otros afanes y tareas, y autor de la obra titulada Lorenzo Arrazola o el Estado liberalcatólico”, una revisión crítica de su biografía, que mereció el prestigioso premio gijonés “Ateneo Jovellanos”, de Investigación Histórica Española-Hispanoamericana, en 2006. Entre otros reconocimientos y distinciones, Martínez Mansilla también fue en 2017 premio Provincia de Guadalajara “Layna Serrano” de Investigación Histórica por otro gran trabajo, en este caso titulado “Guadalajara y Molina en las Cortes de Cádiz (1810-1813)”. Sin duda alguna, quien desee profundizar en la figura y la obra política de Arrazola, necesariamente ha de acudir al gran trabajo hecho sobre él por su paisano.

 

Arrazola nació en Checa pero desde muy niño ya se le sitúa fuera de la villa molinesa y se le vincula con el norte de Castilla y León, exactamente con Benavente (Zamora), donde su tío materno era corregidor y le acoge, alimenta y da estudios para librar de estas cargas a sus padres, una familia hidalga y de alcurnia, de origen vasco, pero venida muy a menos por diversos avatares. El checano destacó desde muy temprana edad por su inteligencia, capacidad y dedicación al estudio, formándose, primero, con un antiguo dominico y, después, con los agustinos, en el reputado seminario leonés de Valderas. Siempre mostró especial inclinación por conocer las lenguas clásicas, especialmente el latín, que llegó a dominar de tal forma que hasta escribió un notorio número de composiciones poéticas en esta lengua. Pese a ser un hombre más de dialéctica que de coraje - si tomamos prestada la feliz expresión de Ortega y Gasset en sus meditaciones ante la estatua del Doncel seguntino. Arrazola llegó a alistarse en 1823 como voluntario y simple soldado en el Ejército de Galicia, comandado por el general Murillo, para oponerse a los Cien Mil Hijos de San Luis que encabezaba el príncipe de Angulema y que pretendieron, y consiguieron casi paseándose, dar fin al Trienio Liberal (1820-1823) e inicio a la Década Ominosa (1833-1833) con el regreso del absolutismo. Arrazola dio ese paso de las letras a las armas por su compromiso con el entonces recién estrenado constitucionalismo español y sus ideas liberales moderadas.

Antes de su integración eventual en la milicia, el checano había destacado sobremanera en el seminario de Valderas por su aprovechamiento en los estudios de Filosofía y Humanidades; incluso sin acabar su formación superior, durante el Trienio Liberal, ocupó la cátedra de Derecho Constitucional en el mismo centro donde él se estaba formando. Tras dejar atrás su corta y coyuntural etapa militar, concluyó con brillantez sus estudios de Leyes en la Universidad de Valladolid, si bien durante el largo período absolutista que siguió al breve liberal encontró numerosas dificultades para poder hacerlo. En la ciudad del Pisuerga pronto se hizo acreedor a un gran prestigio como jurista y llegó a ser Rector de su universidad; años más tarde, ya residiendo en Madrid, fue Decano de la Facultad de Derecho de la Universidad Central. Un paseo pucelano lleva su nombre.

Podríamos extendernos mucho más en la biografía de Arrazola, tanto en su faceta de político como de jurisconsulto, pero prefiero hacer un breve juicio crítico de su labor política. Está considerado como uno de los actores principales de la política española de la mitad del siglo XIX y todo un referente del liberalismo moderado, también llamado liberal catolicismo. Sumadas su inteligencia, vasta formación y elocuencia, estamos ante un gran orador en una época, precisamente, en que el nivel y el tono parlamentario marcaban los liderazgos y las influencias políticas. No es extraño, por ello, que pronto se fijara en el brillante nivel dialéctico de un entonces aún joven diputado andaluz, Antonio Cánovas del Castillo, a quien llevó Arrazola por primera vez al consejo de Ministros en su breve mandato como presidente del gobierno –del 17 de enero al 1 de marzo de 1864-.      Entre las acciones políticas más destacadas atribuibles al político checano está la aceptación de los fueros vascos que contribuyó a estabilizar la vinculación de las provincias vascongadas con la Administración del Estado y, sobre todo, a finiquitar la primera guerra carlista de 1833-1840. A Arrazola también cabe atribuirle la gran influencia que tuvo sobre el General Narváez, de cuyos sucesivos gobiernos formó destacada parte, y se le otorga el haber sido capaz de moderar al militar granadino cuando en el final de su carrera política tendió hacia posiciones reaccionarias. En la recensión de la ya comentada obra de Martínez Mansilla sobre su paisano que hace la Fundación Dialnet de la Universidad de la Rioja, se valoran así algunas de las más notorias aportaciones de Arrazola a la política nacional: “Muestra el impulso conciliador de un moderado puro para asegurar la paz de las clases medias mediante transacciones voluntarias y “noluntarias” con el carlismo militar y clerical que giran en torno al Convenio de Vergara y al Concordato de 1851. De este modo, procuró que tanto la España liberal y la España carlista, como la España imperial y la nueva España de los ayuntamientos y de las provincias, conviviesen y se asimilaran sin lastimarse demasiado. Entretanto, pilotó la revolución jurídica moderada y, entre otras decisiones, refrendó y recreó el Código Penal de Isabel II que también alcanzó vigencia provisional en el Estado carlista de Carlos VII”.

Ha quedado acreditado que Arrazola fue un gran e influyente político de Estado, cuyo origen guadalajareño no olvidó la Diputación Provincial cuando en 1880 encargó el proyecto de su nuevo palacio a los arquitectos Marañón y Aspiunza. Éstos previeron insertar en la fachada cuatro medallones con las efigies de otros tantos personajes de la provincia claves en la historia: el gran Cardenal Mendoza, el humanista Luis de Lucena, el pintor Antonio del Rincón y Lorenzo Arrazola. No está documentado el motivo por el que, finalmente, no se consumó la realización de estos bustos en relieve, quedando vacíos y muy visibles en la fachada del palacio provincial los medallones en que estaba previsto integrarlos.

Termino ya diciendo que fue tal la importancia de Arrazola en la política nacional que hasta Azorín lo cita expresamente en una publicación clave en su trayectoria como literato, “La voluntad”, en la que el pesimismo de Schopenhauer cruza los Pirineos y toma matices ibéricos convirtiéndose en una de las señas de identidad de la Generación del 98. En esta obra, José Martínez Ruiz crea el personaje de Antonio Azorín que poco después asume como seudónimo y es con el que alcanza la fama. El escritor alicantino cita al checano como uno de los personajes de la vida nacional que retrató en su viaje a España el gran fotógrafo francés Jean Laurent, con estas palabras: “Arrazola, presidente del Consejo, con su cara de hombrecito apocado, asustadizo, y la mano derecha puesta sobre el pecho al modo doctrinario, en actitud que se usaba mucho en tiempo de Cousin y de Guizot”. Lamento no haber podido obtener ese retrato para complementar este texto; el grabado con la imagen de Arrazola que sí se inserta está tomado del Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia.