MÁS CAOS QUE EN BARAJAS: Turistas alcarreños atrapados en el avispero humano del aeropuerto de Hamburgo
El personal habilitado en el control de seguridad del Aeropuerto de Barajas se ha incrementado y se nota. Un grupo conformado por una decena de turistas alcarreños, procedentes de zonas tan dispares como Pioz, Hontoba, Molina de Aragón o Azuqueca de Henares, experimentó ayer viernes el contraste entre una organización puntera y referente en Europa y el caos tercermundista del aeródromo alemán de Hamburgo. David vence a Goliat. FOTO: AP
Frente al exquisito y atento dispositivo del aeropuerto de Barajas que hubo en el vuelo de ida Madrid-Hamburgo, sufrieron en su propia piel la otra cara de la moneda: el caos organizativo, sanitario y asistencial en el de la ciudad alemana, en el tramo de vuelta.
Había infinidad de colas interminables que pasaban varias veces en forma zigzagueante por el mismo sitio, cuyo final no se atisbaba. Unos viajeros iban con mascarillas y otros no. Situación lamentable. Pese a que se atraviesa en Europa una nueva ola de Covid, la distancia de separación interpersonal era de escasos centímetros. Pese a que el Viejo Continente experimenta una crítica situación, derivada de un riesgo patente de atentados terroristas de grupos chechenos y otros muchos afines a la dictadura rusa, las aglomeraciones hacían imposible una óptima seguridad.
El comentario más escuchado era: “Parece que estamos en el aeródromo de una república bananera”.
El icono europeo de organización y seguridad se derrumbó como la Torre de Babel. La situación no era comparable a la de Barajas, donde en el vuelo de ida no hubo que esperar más de 20 minutos para rebasar el control de seguridad. Esto que les voy a narrar sucedió en Alemania, el supuesto país del orden, ejemplo de eficiencia organizativa, energética e industrial de toda Europa.
Para los diez turistas alcarreños que viajaron en el vuelo charter de vuelta que la compañía Iberojet fletó para dar servicio aéreo con el objeto de embarcar en el puerto de Kiel, a bordo de crucero Costa Diadema, y para las miles de personas que se agolparon en el aeródromo de Hamburgo, el mito, a la hora de constatar que era real, defraudó. Era solo una leyenda. Solo una leyenda. El héroe se convirtió en villano.
Un redactor de Nueva Alcarria experimentó en su propia piel la situación caótica y denigrante que a continuación les voy a relatar.
Imagen tomada por Nueva Alcarria una hora antes de alcanzar el control de seaguridad.
A las 13.00 horas de ayer viernes, el autobús (técnicamente llamado shuttle), procedente del puerto alemán de Kiel, llegaba al aeropuerto de Hamburgo. Tras acceder a la T1 alemana, la primera impresión era patente: un inmenso laberinto de gente con y sin mascarilla -la amplia mayoría de españoles la llevaba- atestaba sus instalaciones en un número incontable de filas. Los que tenían que facturar el billete no sabían a dónde se debían dirigir debido a una nefasta señalización y al mínimo interés del personal por dar servicio al cliente de las instalaciones aéreas.
Vista panorámica del caos que se vivió en el aeropuerto de Hamburgo. FUENTE: AP
Parecía la Torre de Babel: Españoles, eslovenos, italianos, brasileños, turcos, argentinos, ingleses y personas de innumerables nacionalidades, incluidos la decena de resignados españoles procedentes de Guadalajara, vagaban de un lugar a otro del aeródromo sin nadie que les atendiera, en medio de un caos idiomático sin precedentes: No sabían donde facturar, y mucho menos en qué cola se debían poner para acceder al control de seguridad.
Los viajeros procedían del buque Costa Diadema que atracó en Kiel tras una ruta por los Fioordos noruegos.
Los alcarreños, siguiendo las indicaciones de la agencia de viajes que contrataron, basadas en las instrucciones vagas y desinteresadas del personal del aeropuerto y una cartelería que daba prioridad a la lengua germana, lograron por fin sumarse a la fila oportuna para atravesar el punto de seguridad, gracias a una voluntariosa empleada. Una vez allí, les esperaba un calvario de más de una hora para atravesar el checkpoint, similar al de Berlín en la Segunda Guerra Mundial, pero con muy poca eficiencia y muy poca sensación de seguridad y confort humano. Tan solo había seis escáneres para las miles de personas que esperaban. Los controles eran muy estrictos, pero poco ajustados a la realidad de ciudadanos que, debido a esa escasez de personal, perdieron sus vuelos y sus conexiones.
En el caso del de Hamburgo-Madrid de Iberojet, con salida a las 16.00 horas, el resultado fue dramático: Diez personas se quedaron sin embarcar y parte de un grupo de 18 sevillanos no llegó a coger el AVE en Atocha debido a la demora de 40 minutos en la salida del vuelo provocada por el colapso del control de seguridad y la dilación en la entrega de equipajes en Barajas.
La bucólica imagen de la sirenita, en Copenhague, se les quedará para siempre en el recuerdo.
Los controles de temperatura, y la nula voluntad de entendimiento por parte del personal, que se expresaba de forma prioritaria en alemán y con escaso conocimiento del inglés, ralentizaban de forma surrealista el acceso del pasajero a la zona de embarque. Un escáner ultravanzado revisaba hasta el último rescoldo de los estresados cuerpos de los pasajeros llevando hasta un delicado límite el derecho a la protección de datos y la privacidad, recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Si el viajero daba fiebre se le practicaban controles sanitarios para garantizar que no tenía Covid y, sin embargo, el riesgo de contagio por la situación que se vivía era extremadamente alto y no hacía falta ser médico para ello.
Finalmente nuestros alcarreños embarcaron a tiempo y llegaron a su destino, pero tres horas después de lo previsto, ya que en la cinta de equipaje, ya en Barajas, aparecieron cinco maletas rotas. Muchas otras personas no lo lograron, pese al trato denigrante y las prácticas de seguridad estrictas, estiradas al máximo, hasta la fina línea legal y ética que separa el derecho a la seguridad y el de la privacidad.