Mi primera Navidad en el Alto Rey


A medianoche del día 28 de diciembre llamaron a mi puerta para que bajara a Navas de Jadraque a dar la unción de enfermos a José. Era la noche más inoportuna para salir de casa.

Mi primera Navidad en la Sierra del Alto Rey, a 1.800 metros de altitud, no se me olvidará en la vida. Corría el año 1966 y entonces el clima cumplía escrupulosamente con las cuatro estaciones. El 23 de diciembre cayó una nevada de esas que pasan a la historia. El obispo de Sigüenza-Guadalajara, Lorenzo Castán Lacoma, me había encargado que atendiera pastoralmente a cuatro pueblos serranos: Bustares, Navas de Jadraque, Aldeanueva de Atienza y Villares de Jadraque. La vida en la sierra era dura por el clima, el aislamiento y la carencia de servicios de primera necesidad. Por ejemplo, Navas de Jadraque no tenía carretera de acceso, ni tampoco luz eléctrica. A los enfermos los transportaban en parihuelas hasta Bustares a donde podía llegar un médico en coche. La gente sobrevivía con unas cuantas vacas y cabras y sus crías las vendían para conseguir algo de dinero.

La copiosa nevada convirtió la Sierra en la típica postal navideña, lástima que no dispusiéramos de cámara fotográfica. La ventisca arremolinó la nieve en las puertas de las casas y no se podía salir a la calle. Bebíamos agua de nieve. La nevada nos confinó a personas y animales. Entonces no había máquinas quitanieves ni salmuera para echar por las calles y caminos. Yo vivía en Bustares y al cabo de dos días Fermín, Cañato y Pepe, mi vecino, abrieron un túnel en la nieve para que pudiera abrir la puerta de mi casa. Ni que decir tiene que esa Navidad no tuvimos “Misa de gallo”, ni de Navidad, ni de Año Nuevo, ni los jóvenes cantaron villancicos por las calles. Estuvimos incomunicados con el mundo durante 15 días. Gracias a Dios, no hubo emergencias sanitarias porque hubiera sido imposible llegar al hospital de Guadalajara. Tan solo hubo un caso, en Navas de Jadraque, que no llegó a mayores. A medianoche del día 28 de diciembre, llamaron a mi puerta Miguel y Justo que, jugándose el tipo, subieron andando desde Navas de Jadraque para pedir que bajara a dar la Unción de los Enfermos a José, que tenía una enfermedad incurable y se había agravado. Era la noche más inoportuna para salir de casa: el camino (tres kilómetros largos) estaba cubierto de nieve y para colmo hacía ventisca. Me armé de valor porque el deber me llamaba y me puse en marcha. Pedí a Fermín que me acompañara porque no era cosa de caminar solo a esas horas de la noche y menos en circunstancias climatológicas tan adversas. Caminábamos con la nieve hasta las rodillas y el fuerte viento nos tiró al suelo un par de veces. Le di la Unción a José y Dios premió el esfuerzo, porque el enfermo mejoró. Pasamos lo que quedaba de noche al amor de la lumbre en la cocina de José y cuando amaneció regresamos a Bustares, con la ventaja de que con la luz del día al menos sabíamos dónde pisábamos.

Mi primera Navidad en el Alto Rey fue al más puro estilo de la Natividad de Jesús en Belén. Hubo pastores, vacas y ángeles de carne y hueso, pero en mi caso el calor no venía de los animales sino de una estufa de butano. Aquella Navidad, como la de este año, la celebramos “cada uno en su casa y Dios en la de todos”.