
La muerte de José, el mendigo que murió en su lugar de trabajo
Fue el domingo, 24 de octubre. Yo estuve hablando con él antes de la misa y nada hacia presagiar lo que sucedería un poco más tarde. Murió en ‘su lugar de trabajo’, en ‘su banco’ de espera y descanso, entre misa y misa.
Este suceso recuerda la situación en la que viven y mueren personas “sin techo” que mendigan en las puertas de las iglesias”
José llevaba más de quince años mendigando los domingos y festivos en la puerta de mi parroquia de San Pío X, de Madrid. La parroquia era su lugar de “trabajo” donde, monedilla a monedilla, conseguía dinero para sus gastos. “¿Por qué pides?”, le pregunté alguna vez. “Toma, porque necesito dinero para comer y pagar mis gastos”, me respondió. Los gastos de José eran un par de cafés al día y la comida. La ropa se la daba Cáritas parroquial. Siempre se negó a ir a un comedor social o a dormir en un albergue.
La vida de José antes de aparecer por la parroquia de San Pío X es una incógnita. Él no contaba nada y nosotros no le preguntábamos. Debía tener algún hermano y hasta algún hijo pero como si no los tuviera porque no sabía nada de ellos. El hecho es que estaba solo y enfermo. Nosotros sabemos que José estuvo varios años durmiendo en la calle, detrás de la iglesia de San Pío X, y que, últimamente, dormía en una pensión pagada, en principio, por Cáritas parroquial y después por los Servicios Sociales del Ayuntamiento. Sabemos que no bebía alcohol ni tomaba drogas. Que era amable, servicial, agradecido, respetuoso con todos y con sentido del humor.
Los domingos, cuando yo llegaba para celebrar la misa de diez, José estaba en la puerta de la iglesia esperando a la feligresía para recibir la “paguita”. En las mañanas invernales le saludaba con el tópico: “José, hace un frío que pela”. El me respondía: “Solo hace fresquito”. Y añadía con buen humor: “Yo no he tenido que poner esta noche la calefacción”. En la pensión no había calefacción y menos todavía cuando dormía a la intemperie. Mi llegada matinal a la parroquia tenía cierto encanto. José haciendo de amable recepcionista de la feligresía y don Héctor, el cura todoterreno, barriendo la entrada de la iglesia. Una escena muy evangélica.
La familia real de José era la feligresía y la parroquia de San Pío X, su casa. Sabía que le queríamos y que podía pedirnos lo que necesitara, aunque no era muy pedigüeño.
Fue el domingo, 24 de octubre. Yo estuve hablando con él antes de la misa y nada hacía presagiar lo que sucedería un poco más tarde. Después de la misa, José y Begoña, que también mendiga a la puerta de la iglesia de San Pío X, fueron al bar de la esquina a tomar un café y hacer tiempo hasta la misa de 12,30. A la vuelta del café, José estaba sentado en “su banco” cuando el corazón empezó a fallarle. Begoña, hizo de enfermera de primeros auxilios. Con la misa de 12,30 empezada avisaron a don Héctor que José se estaba muriendo. Salió de la iglesia para darle la Unción de Enfermos pero los servicios médicos del Sámur no dejaron acercarse al sacerdote ni a nadie porque habían iniciado las maniobras de recuperación y por “cuestión de protocolo” en estos casos. La misa se reanudó y la feligresía impactada rezaba por José. Finalmente los médicos certificaron su defunción, muerte súbita, y el juez de guardia procedió al levantamiento del cadáver…
En honor de José hay que decir que murió en “su lugar de trabajo”, en la puerta de “su iglesia”, en “su banco” de espera y descanso, entre misa y misa, rodeado de gente rezando por él. Pocas veces una muerte ha sido relevante por el lugar y el momento del suceso. José no se merecía menos y Dios lo ha tenido en cuenta.
La feligresía de la parroquia le echaremos en falta cuando vayamos los domingos a misa y José no esté en la puerta de la iglesia saludándonos amablemente, esperando recibir la “paguita”.