Miguel de Unamuno en Guadalajara, por las tierras del Cid
El escritor recorrió, en 1931, una parte de la provincia
Las pantallas de cine nos han traído la memoria de un personaje de la cultura española que de cuando en cuando se asoma a nuestras vidas como para decirnos que nunca ha dejado de estar presente en el mundo de la historia, de la literatura y de la cultura. También nos ha llegado la memoria literaria de otros de esos personajes históricos que no deja de estar presente, al menos, en una gran parte de la provincia, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador.
Hace algo más de cien años que la figura del Campeador comenzó a asomarse a la provincia de Guadalajara de la mano de don Ramón Menéndez Pidal y de su mujer, María Goyri, cuando ambos nos descubrieron al personaje en cuestión y comenzó lo que alguno de los intelectuales de su tiempo señalaron como la leyenda.
El paso de don Ramón por la comarca de Atienza en su camino hacía Soria fue todo un acontecimiento para las fechas en las que aconteció, el sábado 23 de mayo de 1903, y no precisamente por la personalidad de don Ramón, que ya era toda una figura en el panorama cultural español, sino porque a don Ramón lo acompañaba su hermano don Juan quien era, a la sazón, Gobernador civil de la provincia. Su llegada a Atienza fue apoteósica y de corrido, y no menos la entrada a la localidad que sería eje de su investigación, Miedes de Atienza, de donde se nos cuenta que medio pueblo, sino todo, salió a recibir a aquellos embajadores de la cultura patria que trataban de buscar el camino que siguió Rodrigo de Vivar en su destierro y, ante todo, una piedra en la que la tradición, quizá madre de la leyenda, decía que se detuvo el de Vivar a descansar.
Fue, a juicio de algunos intelectuales de la época, la primera toma de razón del personaje histórico con la historia de aquella tierra, hoy tan ligada a la figura del caballero castellano por excelencia. Es un deleite andorrear por aquellos caminos y encontrar a cada paso, en tiempo bueno o malo, a gentes que hacen esa ruta tan en moda en nuestros tiempos, El Camino del Cid, que parte de Burgos y concluye en Valencia.
La expedición de la que don Ramón Menéndez Pidal y su mujer tomaban parte, además de estar integrada por el Sr. Gobernador, su hermano, venía arropada por dos de los representantes políticos de mayor influencia por aquellos días en la comarca serrana, ambos residentes de Atienza, Luciano Más Casterad, aragonés de nacimiento –de Bergedal (Huesca)-, y Juan Asenjo Landeras, de los Asenjos de la Atienza de toda la vida quien, a la salida de la villa, delegó en una de sus hijas, María Asenjo Infante, para continuar el acompañamiento hasta Miedes y más allá.
Por supuesto que a la comitiva, a las cercanías de la villa de los Beladíez, los Recacha y los Somolinos se unieron los médicos-intelectuales de la comarca, Jorge de la Guardia y Paulino Izquierdo, junto con los maestros de la localidad, don Francisco Barrio y don Víctor Rodrigo. A pesar de que don Paulino Izquierdo no salió de Miedes porque la edad y los últimos achaques le impidieron llegar al conocido paraje denominado “las Peñas del Cid”, divisorio entre aquella población y la de Alpedroches, en donde se encontraría la famosa y mítica peñasca, que no fue hallada por mucho que los intelectos del acompañamiento, y el propio don Ramón, indagasen en el entorno. Pero sí que dejó para la posteridad la leyenda, con la acotación unida a ella, de que por allí pasó el Campeador, aunque siempre se discuta, de entonces a hoy, lo de si en lugar de Atienza fue Ayllón la peña fuerte que cuando se escribió el Poema que dio origen al discurrir por aquí de Menéndez Pidal, la villa a la que se quiso referir el escribano primitivo.
El señor Gobernador regresó a Miedes aquella misma noche, después de improvisarse una suculenta cena en el magnífico cenador de don Jorge de la Guardia, para continuar camino de Atienza, donde hizo noche en una de las alcobas del fantasmal caserón de don Juan Asenjo, antes de salir a la mañana siguiente en gira de inspección hacia Hiendelaencina. Don Ramón y su mujer siguieron hacía tierras de Soria, en dirección a Gormaz.
Meses después don Ramón Menéndez Pidal dio a la imprenta el estudio con sus indagaciones en torno a la figura del Campeador y su destierro, estudio que ha llegado hasta el día de hoy.
Miguel de Unamuno en Guadalajara
Corrían días de República, cuando a don Miguel de Unamuno, republicano convencido y concejal entonces del Ayuntamiento de Salamanca, se le ocurrió echarse al camino del destierro del Cid, no a descubrir las huellas históricas del personaje de Vivar, sino a conocer sobre el terreno aquellos paisajes que formaban, y forman, parte de la historia de Castilla. Las tierras cidianas de Atienza, Miedes, Gormaz, Almazán, Berlanga, Burgo de Osma, Medinaceli…
Miguel de Unamuno
Al contrario de lo que hiciese don Ramón, que pateo estas tierras en buen tiempo para hacerlo, primavera, don Miguel prefirió el caluroso mes de agosto; y en lugar de hacerse guiar por cumplido séquito, acudió a las tierras del Cid con breve, pero erudita compañía, sin lugar a dudas.
Llegó don Miguel a Guadalajara procedente de Madrid para llevar a cabo la gira de inspección el viernes 28 de agosto de aquel recién estrenado año republicano de 1931. Un año republicano en el que se estrenaba como alcalde de la ciudad de los Mendoza quien hasta entonces había sido catedrático de Física y Química en el Instituto provincial, don Marcelino Martín González del Arco, llegado a Guadalajara procedente de Salamanca, donde conoció a Miguel de Unamuno. Marcelino Martín era natural del salmantino pueblo de Cespedosa de Tormes.
Y don Marcelino Martín, más que como alcalde como amigo, recibió a don Miguel de Unamuno uniéndose al recibimiento otro de los renombrados intelectuales de la capital alcarreña, el catalán Miguel Bargalló Ardevol, profesor de Historia en Guadalajara, militante en las filas socialistas, al igual que don Marcelino, y concejal en el Ayuntamiento de la ciudad además de vicepresidente de la Comisión Gestora de la Diputación provincial, presidida por el briocense Enrique Riaza Martínez, cuando don Tomás Blánquez, de tan grata memoria, era su secretario.
Marcelino Martín
Ambos tres, don Marcelino Martín, don Miguel Bargalló y don Enrique Riaza, en unión de don Miguel y dos o tres personajes más, salieron desde Guadalajara, camino de Atienza, en las primeras horas del sábado 30 de agosto. Tres o cuatro horas después de la salida se encontraban en la hidalga villa, que poco o nada tenía que ver con la actual, entonces ruina de los tiempos y hoy estampa para tiempos mejores. Curiosidades del destino, si años atrás, cuando don Ramón Menéndez Pidal llevó a cabo el mismo viaje fue acompañado por Luciano Más Casterad, que en la primera ocasión comenzaba a medrar en la política provincial, en esta segunda don Luciano, que continuaba medrando en la política provincial, no pudo acompañar a los expedicionarios por motivos, más que culturales, ideológicos, ya que a la comitiva llegada desde Guadalajara se unió en Atienza su entonces alcalde republicano, don Gregorio Gallego, quien había derrotado en las urnas, precisamente, a don Luciano Más. Un don Luciano Más Casterad que fue, por espacio de casi treinta años, diputado por el partido de Atienza, en la diputación provincial y el Congreso de los Diputados, y que tan sólo pudo ser alcalde de la villa por unos pocos meses.
En Guadalajara don Miguel de Unamuno fue saludado por los más destacados militantes socialistas, y lo mismo sucedió en Atienza, donde por la villa lo guiaron en su búsqueda de las huellas del Cid además de don Gregorio Gallego, don Doroteo Cabellos Esteban, que lo sucedería poco tiempo después en la Alcaldía, y un joven concejal de los que por entonces animaban la vida cultural atencina, Juan Benito Arribas Hijes. El todopoderoso Juan Asenjo Landeras había fallecido diez años atrás. De Atienza marcharon a Miedes, desde donde los atencinos regresaron a su villa, continuando la expedición, por tierras sorianas, llegando hasta Gormaz.
Gormaz
Unos días después, el 4 de septiembre, don Miguel, sin alardear de ciencia histórica, publicó en uno de los periódicos en los que colaboraba, el diario El Sol, las resultas del viaje: Unos días a restregarme el alma en la desnudez ascética de la vieja Castilla reconquistadora, la del Cid, Guadalajara, Atienza, Berlanga, Burgo de Osma, San Esteban de Gormaz, Soria, Numancia, Almazán, Medinaceli, Cifuentes, Brihuega..., nombres que son tierras que resuenan en este romance castellano, cuyo primer vagido literario sonó en ellas, en esa Extremadura, o sea frontera con los moros…