Y Atienza se convirtió en un plató de cine

04/12/2021 - 10:00 Tomás Gismera

En la casa de Lucas de la Vega, en la calle Mayor número 11 de Atienza se alojaron los hermanos Salvador y Atanasio Romero, escayolista y carpintero respectivamente, del equipo de producción de la película Las Troyanas, y en ella vivieron durante todo el tiempo del rodaje.

Fueron dos de las pocas personas que llegaron a Atienza con la productora y se quedaron en Atienza a vivir. Las casas de los atencinos de aquella época -1970-, no estaban preparadas para ofrecer las comodidades que pretendían quienes llegaron de fuera, acostumbrados a ciertos caprichos que Atienza no les podía ofrecer, como el de tener un aseo junto a la habitación.

Al pregón del Ayuntamiento de Atienza, solicitando casas con camas, o gentes dispuestas a acoger a los extranjeros que llegasen para el rodaje de la película, emitido el 15 de julio de 1970, respondieron dos docenas de atencinos, que pasaron por la secretaría de la Casa Consistorial para poner a disposición de los extranjeros, previo el correspondiente ajuste económico, sus habitaciones: Felipe Esteban una habitación con dos camas; Isidra Garcés dos habitaciones con cuatro camas; Miguel Albertos dos habitaciones con tres camas; Casilda Garay dos habitaciones con cinco camas; Fidela Bravo una habitación con tres camas -sólo para señoritas-; Emilio Sancho una habitación con dos camas en las callejuelas…; así, hasta las cuarenta y ocho camas, que se reunieron. Lucas de la Vega, ofreció cuatro habitaciones, con una cama cada una.

Comenzaba entonces, mediado el mes de julio, el movimiento dentro de la villa para recibir lo que estaba por llegar. Un acontecimiento que, para Atienza, era poco menos que aquel mítico viaje a la luna que el año anterior tuvo a todo el mundo en vilo.
De un lado para otro del pueblo se notaba el movimiento, e incluso cuando el 7 de agosto un nuevo pregón municipal requirió los rodillos de emparvar mies, algunos atencinos se echaron las manos a la cabeza, imaginando que los del cine traerían al pueblo una riqueza nunca vista.

Algunos atencinos, al escuchar el pregón, no salían de su asombro, y eso que el pregón era muy sencillo, para que todo el mundo lo entendiese: “Todos los dueños de rodillos de emparvar mies que quieran ofrecerlos en alquiler y mediante pago a la Compañía de la Película del Cine, se pasarán mañana 8 de agosto a las 12 del mediodía para tomar sus notas y ajustarse en el precio, por el Ayuntamiento”.
Los rodillos de emparvar la  mies, que a esas alturas del verano, y hasta el año siguiente, no se volverían a emplear, puesto que la era ya estaba suficientemente arrodillada, se utilizaban para allanar el terreno sobre el que posteriormente se echaría la parva de la trilla. Los de la película los emplearían a modo de atrezo, simulando ser columnas derribadas de los templos.

No todos los agricultores de Atienza disponían de aquel pedazo de piedra redonda. Por lo general sus dueños se lo pasaban al vecino, o a la familia, o se compartía la propiedad. Lograron reunirse 19 piezas, que se ajustaron en trescientas pesetas –unidad- para todo el rodaje. Los propietarios de rodillos no dudaron en sacar un rendimiento extra con ellos, desde Hipólito Cabellos, el primero en acudir a la llamada, a Higinio Somolinos, que ofreció los dos que tenía.

También se pidieron caballos y yeguas para figurar en alguna que otra escena, pero eran tan pocos los que en Atienza se encontraban, 17 en total que, al no reunir las condiciones, fueron rechazados.
Para complementar las columnas, se subieron al lugar del rodaje algunos rollos de piedra de los que sirvieron para señalar el Vía Crucis, montado en el siglo XVIII desde el Hospital de Santa Ana hasta la ermita del Humilladero. Luego se dejaron por allí y sirvieron para que el Vía Crucis se rediseñara, desde la iglesia de la Trinidad, al cementerio.

Un espacio de terreno, el que se abría desde la parte posterior de la iglesia de Santa María del Rey, en cuya delantera se sitúa el Campo Santo, hasta rodear por completo el castillo, que fue ocupado en su totalidad por los de “la película”. Tras Santa María del Rey se situaron las casetas y carpas en las que los del cine cubrían sus necesidades, fisiológicas y del estómago; y más allá se encontraba  el escenario del rodaje; bajo los impresionantes roquedales sobre los que se alzó en su tiempo el patio de armas del castillo, o el albacar, más propiamente dicho, convertido en ruinoso templo romano con columnas derribadas. Unas columnas que no eran otra cosa que los tubos de hormigón que se emplearon en las acometidas del agua.

La Dirección General de Bellas Artes, a través de la Comisaría General de Patrimonio Artístico, impuso al Ayuntamiento de Atienza las condiciones bajo las que se permitiría el rodaje; entre ellas, que un arquitecto de la Dirección General revisaría sobre el terreno todo el proyecto; arquitecto que pasaría su minuta a la productora; además de firmarse un contrato entre el Ayuntamiento y los del cine, teniendo los señores del cine la obligación de hacer un depósito monetario en la Dirección General para responder de los daños que pudieran ocasionarse al entorno. Depósito que sería a fondo perdido para utilizarse después en obras de reconstrucción del castillo.


Los del cine, como aquellos americanos que disponen de un inmenso capital y nada se les pone por delante lo aceptaron prácticamente todo, siempre que se aceptasen sus condiciones, que las establecieron en 6 puntos principales:

Ensanchar el camino de las murallas hasta los cuatro metros y eliminar todo rastro de piedra en él; tallar unos escalones en rampa, desde ese camino hasta lo alto del cerro, pudiéndose tallar alguna especie de muro o columna de piedra superpuesta, sin argamasa ni cemento; levantar en la ladera de Santa María del Val una especie de campamento con chozas formadas por muretes de piedra, sin cimientos; levantar dos monolitos de piedra a la entrada del escenario de rodaje; situar algunas piedras simulando almenas sobre las murallas, sin cemento ni nada parecido, y, por último, y como no hubo suficientes, y los que se ofrecieron no reunían condiciones, esparcir por la ladera del castillo los dichos tubos de fibrocemento de gran diámetro, simulando columnas derribadas.

Por supuesto, la Dirección General de Bellas Artes exigía, y la productora se comprometía, a que todos esos trabajos, una vez concluyese el rodaje, desaparecerían, retornando el entorno a su estado primitivo. Las cláusulas así lo indicaban: Todos estos trabajos quedarán desechos a la terminación de la filmación y sus materiales retirados, quedando el castillo y su entorno en el mismo estado en que se encontraba antes de comenzar los trabajos.
Ni se demolería, ni se mancharía, ni se construiría con cemento ni se alteraría con hierros o cualquier otro objeto parte alguna del histórico castillo ni mucho menos de las murallas; que fueron incendiadas con cinco mil litros de combustible traído de Sigüenza.

Bueno, hubo algo que no figuraba en las estipulaciones, y fue la desaparición de los grajos o cuervos que anidaban en las murallas y el entorno del castillo, que por su estridente sonido molestaban al rodaje, y que tuvieron que ser eliminados a golpes de perdigón y tirachinas ofreciéndose, al parecer, veinticinco pesetas por pájaro derribado.

Al escenario del rodaje muy pocas personas tuvieron acceso, pues el castillo y su entorno estuvo rodeado por custodios a jornal de la productora, para que no se alterase ninguna de las piezas que serían utilizadas; ni siquiera el gran bailarín Antonio, Antonio Ruiz Soler, quien visitó en Atienza a la gran Katharine Hepburn, con quien entabló amistad en Nueva York, accedió a aquel plató de cine a campo abierto. Algunos periodistas sí que lo lograron, como Natalia Figueroa, que tenía enchufe puesto que las artistas principales y el director se alojaban en su casa familiar de Sigüenza, o el italiano –estrella del periodismo europeo de la época-  Mássimo Olmi, que llegó, entrevistó y se marchó.

Un plató de cine por el que el Ayuntamiento de Atienza debía de ingresar una importante cantidad de pesetas, a la que se había de sumar el depósito que la productora realizó ante la Comisaria del Patrimonio de la Dirección General de Bellas Artes, cien mil duros de los de aquel tiempo, depósito constituido el 24 de julio, y que Bellas Artes ponía a disposición del municipio para las dichas obras de restauración del castillo, a pesar de que ni en aquel ni en los años sucesivos se diese públicamente a conocer que en el castillo de Atienza se hiciesen obras de restauración, después de que los del cine abandonasen Atienza. Formaba parte de una de las condiciones del acuerdo: Posteriormente, esta cantidad se invertirá en obras de restauración del castillo. (Continuará)