Navidades de ausencias

02/01/2021 - 16:23 Luis Monje Ciruelo

Vivieron y pasaron, “como la verdura de las eras”, al decir de Jorge Manrique.

Los últimos granos de la clepsidra anual nos sitúan otra vez ante la Navidad. En muchas familias esta conmemoración del nacimiento del Niño-Dios no es precisamente una noche buena, porque, como casi siempre las reuniones familiares pivotan sobre el recuerdo y nunca falta alguien a quién evocar y más en un año como este preñado de muertos. Y, en muchos casos, esa persona era precisamente el eje, el núcleo y el corazón de las reuniones familiares. Somos conscientes, de que no sólo la gloria, como recuerda Kenpis, sino la vida, pasan fugazmente, aunque en realidad más bien somos nosotros los que pasamos por el tiempo, que es eterno y, como las dimensiones del Universo, no tiene límites. Pero nosotros somos finitos y tan insignificantes que el Libro de Job lo definió perfectamente: nuestros días sobre la tierra son como una sombra. No me extraña la tristeza de aquel niño del cuento navideño de Pedro Antonio de Alarcón que de repente comprendió la realidad del famoso villancico que su abuela cantaba alegremente entre el regocijo general en el belén familiar: “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, y nosotros nos iremos y no volveremos más”. Ese verso final, que todos coreaban divertidos, a él, que hoy estaría haciendo segundo o tercero de la ESO, le hizo ver de repente la incongruencia de que fuera motivo de regocijo eso de que todos nos iremos y no volveremos más. Y aunque los escenarios sean hoy distintos, y ya no nos reunamos en torno a los ascuarriles rurales, y hoy menos que nunca con la pandemia, sea imposible congregar patriarcalmente a toda la familia, nosotros podemos pensar, como el niño del cuento, en tantas generaciones de nuestros ancestros que cantaron los mismos villancicos y conmemoraron en la noche prenavideña, quizá ahora sin zambombas ni panderetas, el nacimiento del Redentor. Vivieron y pasaron, “como la verdura de las eras”, al decir de Jorge Manrique. Desde hace más de dos mil años, los hombres se han reunido para festejar familiarmente una fecha que siempre ha tenido un sentido, sobre todo religioso, pero también íntimamente hogareño. Por eso esa noche debe de ser de alegría y no de nostálgicas tristezas. Aunque no podamos evitar, en el contento de la convivencia familiar, el pálpito de que la ausente todavía está, aún sin verla, entre nosotros. En realidad, pensamos que nadie muere si sigue viviendo en nuestros corazones.