Pastrana recibe el mes de las flores con jotas y dulzainas de las Cruces de Mayo

01/05/2019 - 14:04 Redacción

Declarada Fiesta de Interés Turístico Provincial, la Rondalla de Pastrana cantó los Mayos a la Virgen y a las mozas en la plaza del Ayuntamiento.

Pastrana, Guadalajara, recibió el mes de mayo en una noche preciosa en la que sobraba la chaqueta, y aún más en ocho placitas de la Villa Ducal  donde los vecinos habían tejido otras tantas cruces, las Cruces de Mayo, en la que es Fiesta de Interés Turístico Provincial, y encendido hogueras para asar las viandas y cenar en unos casos, o para recibir la visita del resto de vecinos, de la Rondalla y de los dulzaineros en otros.

 

Históricamente, el canto de los mayos está unido a la celebración del Día de la Cruz, que corresponde exactamente el día 3 de mayo. Según la tradición católica, Santa Elena,  madre del emperador romano Constantino, viajó a Tierra Santa para buscar la Cruz de Cristo. Lo logró después de excavar la tierra del Monte Calvario en una de las colinas cercanas a la ciudad de Jerusalén. Allí se descubrieron tres cruces, las de los ladrones Gestas y Dimas que acompañaron en su martirio a Jesús, y también la propia de Jesús.  Dicen que la de Cristo obró el milagro de curar a un enfermo. Desde entonces, fueron muchos los peregrinos que, llegados a Tierra Santa, se llevaron como reliquia un trocito de aquella cruz, o lignum crucis. En la Colegiata de Pastrana se conservan varios pequeños fragmentos en torno a los que la villa ducal celebra la Fiesta de las Cruces de Mayo.

A lo largo de la tarde, los pastraneros se habían esmerado por vestir las cruces, que, excepto la de El Heruelo, la más antigua, fabricó la Escuela Taller de Pastrana, siendo alcalde Antonio Alegre, hace dos décadas, para cada barrio del pueblo que la solicitó. A eso de las once y media de la noche, terminando abril, ya se oía la música de las dulzainas por las calles del pueblo.

 

Los barrios de Pastrana habían hecho acopio de ornamento vegetal, al gusto de cada uno de ellos, y rosas y flores, para, entre todos los vecinos, vestir con el verde de las hojas y los colores de las flores, naturales y artificiales, compradas y robadas, su cruz. Cada comunidad se afanaba en la tarea, mientras caían las últimas luces del día, y los pájaros atronaban el cielo con su cantar de primavera. Alguna gota que se había escapado perfumaba, con el olor del agua recién caída, el que dulzor del polen del campo.