Peajes


Hemos perdido la batalla de la anticipación y podemos perder la batalla de la comunicación. Marruecos dice: los actos tienen consecuencias.

No damos abasto. Es un sinvivir esto de ver las noticias, escuchar la radio o leer la prensa y si además estás al tanto de las redes sociales, el ataque de ansiedad lo tienes garantizado. Cuando no nos hemos recuperado del susto del virus, nos amenazan con el impuestazo directo o a plazos o tramos, según se hable del tradicional o del nuevo de las carreteras; y cuando no nos hemos recuperado de este impacto, nos invaden por tierra y mar nuestra españolísima Ceuta y, no quiero dar ideas, pero cualquier día se nos tiran hasta en parapente dependiendo del humor del monarca alauita, que es la forma cursi de decir marroquí.

Los mismos temas con diferentes titulares o la misma canción adaptando la letra. Porque en el fondo todo se trata de lo mismo, de pagar peajes. La actividad diplomática tiene mucho que ver con eso, con tragar sapos y hacer extraños compañeros de cama y viaje, por usar unos cuantos tópicos al uso. Y también pagar peajes. Maria Moliner, que escribió el diccionario de cabecera de mi casa por herencia paterna, dice que diplomacia es el “arte de conducir las relaciones oficiales entre naciones”. ¡Pues vamos listos! Si los vecinos son más de malas artes y el gobierno de España no tiene ni arte ni parte, o lo parece.

Los equilibrios son delicados y los socios, en muchas ocasiones, pueriles, poco de fiar o demasiado susceptibles. Da igual la antigüedad del país para que las rabietas se conviertan en vendettas. Si damos por buena la experiencia de Napoleón, que en cuanto te descuidabas te montaba una invasión, deberíamos jugar con la diplomacia de verdad, esa que es la policía vestida de etiqueta antes de tener que vestir a nuestro ejército de socorrista. 

Nuestro aliado de cartera y mal vecino del sur lanza la carnaza de sus jóvenes y niños a las aguas del mediterráneo a buscarse la vida o la muerte en función de la suerte o el esfuerzo de los soldados españoles, que se juegan la suya para salvar la de los invasores inconscientes. Y nuestro gobierno a verlas venir. Y en Ceuta, a sufrir el miedo y la angustia y con ella toda España, que sabe que este es un desafío en el que sólo puede perder, porque no va a ser lo suficientemente contundente en la defensa de nuestras fronteras o no va a ser lo suficientemente humanitaria a los ojos indiscretos de los móviles que muestran al mundo imágenes más o menos manipuladas.

Hemos perdido la batalla de la anticipación y podemos perder la batalla de la comunicación. Marruecos dice: los actos tienen consecuencias. Y no hay nadie en nuestro gobierno que replique que también para ellos las habrá. Si les conceden una ayuda para controlar la migración ilegal y no la suspenden en el acto, parece que las consecuencias sólo caen de un lado de la valla, de las concertinas o de los espigones. Sólo falta ajustar los mohines a falta de las consecuencias que nosotros deberíamos saber administrar para que en el tango que nos están obligando a bailar no marque siempre el ritmo la pareja chulesca que nos ha tocado en suerte o desgracia. Pero me temo que lo que nos espera es el mantra o el bálsamo de Fierabrás, para conjurar el mal al grito de unidad, unidad, unidad. Y mientras tanto, por aquí, seguiremos pagando peajes…