Pedro Lahorascala: adiós a un gran periodista y poeta


Estamos ante un verdadero autodidacta que supo sacar el mejor partido a su inteligencia natural y vocación literaria y periodística a base de leer mucho primero, para poder escribir bien después.

Por Jesús Orea 

El “corazón oeste”, como el título de uno de sus poemarios, de Pedro Lahorascala -García García para el registro civil- se paró el 8 de agosto pasado cuando había latido durante 91 años, pero ya estaba cansado de vivir los últimos sin memoria. El hombre, como decía Ortega y Gasset, “más que biología es biografía” y cuando ésta se eclipsa entre nubes de olvido, aquélla, más que un vivir, es puro sinvivir. 

Regresaba yo en tan fatal jornada de vacacionar en mi queridísimo Comillas cuando Mariví, la viuda de ese gran, añorado y admirado amigo común de Pedro y mío -y de muchos más-, José Ramón López de los Mozos, me dio la triste noticia de su fallecimiento. Hacía muy poco tiempo que había preguntado por él a su hija, Áurea, una gran profesional de la música y su docencia, y en ese momento no parecía que Pedro estuviera en riesgo de muerte cercana. Pero la parca llega las más de las veces sin previo aviso y así se le presentó un día del “ferragosto” al gran periodista y poeta extremeño y alcarreño, nacido en Madrigal de la Vera (Cáceres), pero avecindado, arraigado y muy querido en Guadalajara desde 1963.

No podía, ni quería, dejar pasar el óbito de mi respetado y apreciado Lahorascala sin dedicarle un “Guardilón” porque es un acto de justicia dada su valiosa aportación a la colectividad y, sobre todo, de agradecimiento individual por todo lo que he compartido, disfrutado y aprendido con y de él. Pedro era una persona bajita y menuda de talla física, pero grande en muchos sentidos, especialmente por la sociabilidad y empatía calmadas que desbordaba y el magisterio que ejercía, siempre de forma natural y sencilla, nunca pretenciosa y altiva, ni mucho menos jerárquica, pese a haber sido jefe de unas cuantas redacciones, principalmente de Pueblo Guadalajara. Él no se formó en ninguna facultad y apenas cursó estudios primarios en la escuela de su precioso pueblo extremeño desde el que se trasladó a vivir a Madrid con su familia, siendo ya casi veinteañero, a finales de los años 40. Estamos, pues, ante un verdadero autodidacta que supo sacar el mejor partido a su inteligencia natural y vocación literaria y periodística a base de leer mucho primero, para poder escribir bien después. Sus ansias de conocimiento y superación, su perseverancia para hacerse un hueco en el oficio de periodista -él así lo consideraba, más que profesión- y su capacidad de aprendizaje, gracias a una atenta observación y una hábil y fructífera captación, hicieron el resto del trabajo para que terminara sido un Periodista y un Poeta con mayúsculas.

Pedro Lahorasca. Óleo Pepe Molleda.

Lahorascala -un original y sonoro pseudónimo que no me consta que revelara a nadie su origen- entró en el mundo del periodismo por una de las puertas más grandes que había entreabiertas -nunca abiertas del todo en aquella época censora- como era el diario Pueblo, el periódico verpertino de la organización sindical vertical franquista que comenzó a editarse en 1940 y cerró su última edición en 1984. Esta histórica cabecera, pese a tener raíces profundas entrelazadas con el régimen de Franco, practicó un periodismo posibilista, pero con una cierta conciencia crítica, especialmente en los años del tardofranquismo y el principio de la Transición. Su carismático director de aquella época, Emilio Romero, es considerado un auténtico referente del mejor periodismo practicado con ataduras. Pueblo y Romero fueron escuela y maestro de grandes profesionales como José María García, Arturo Pérez-Reverte, Rosa Montero, Jesús Hermida, Raúl del Pozo, Tico Medina, Carmen Rigalt, Jesús María Amilibia, José Luis Balbín o Juan Luis Cebrián. A ellos podemos sumar a Lahorascala quien se integró en su redacción en 1971, en las prestigiosas páginas de opinión, asumiendo también después la dirección del suplemento que este diario dedicó a Guadalajara entre junio de 1973 y el mismo mes de 1980. Pedro aglutinó en torno a Pueblo Guadalajara a un buen número de colaboradores que, después, han destacado como periodistas e, incluso, alguno también como escritor; es el caso de Chani Pérez Henares, Joaquín Utrilla -tristemente fallecido en accidente de tráfico cuando era un joven “plumilla” muy prometedor-, José Ramón López de los Mozos, Javier Pérez de Almenara, Luis Romero, Vegarmi, Pedro Delgado, Jesús Castillo -excelente fotógrafo que dejó Guadalajara para arraigarse en China-, José Luis Herguedas o Quique Largacha, entre otros. La actividad periodística de Lahorascala no se limitó a su paso por Pueblo, sino que también fue adjunto a la dirección -pero ejerciendo funciones reales de redactor jefe- del diario La Prensa Alcarreña durante los dos primeros años de vida de este periódico provincial que comenzó a editarse en octubre de 1981 y cerró cuatro años después. Fueron discípulos suyos en aquella etapa otro grupo de buenos periodistas locales como son Carlos Sanz Establés, Augusto González Pradillo, Félix Torcal, Félix García Pérez, Pablo Bodega o el fotógrafo Alfonso Romo. En los últimos años de su vida profesional activa como periodista trabajó como jefe del gabinete de prensa del Gobierno Civil de Guadalajara, hasta su jubilación a mediados de los años 90. Pedro tenía una pluma ágil, eficaz y rica en matices, en la que se advertía que no sólo estábamos ante un periodista, sino también ante un escritor y poeta. El hábil manejo de las fuentes de información y su relación con ellas, el arte de la maquetación y el oficio de la selección de noticias y su titulación eran algunas de las más notorias virtudes de su maestría periodística, factores que, unidos a su buen talante e inclinación a practicar el peripatetismo, le convertían en un excelente preceptor. La “academia” Lahorascala dio muchos y buenos frutos.

Además de un gran periodista, Pedro fue un buen escritor y poeta como ya decíamos, siendo esta última la faceta que más le distinguió pues de la treintena de libros que llegó a publicar, 22 de ellos fueron de poesía. Su poética tenía una honda raíz popular, pero su inquietud por profundizar en ella le llevó a cultivar praderas también cultas, con claras influencias de los mejores poetas en castellano, de aquí y del otro lado del Atlántico. Precisamente uno de sus últimos poemarios publicados fue América: te nombro, inspirado en el verso del peruano César Vallejo que dice: “Entre las dos orillas corre el río”. Su primera obra poética publicada, titulada Romería de horizontes, data de 1956, cuando aún residía en Madrid, si bien la mayor parte de su poesía está escrita viviendo ya en Guadalajara, concentrándose fundamentalmente su publicación entre 1984 (Canciones para ir a la tierra) y 1995, en que editó  Cancioncillas del Henares. En esos poco más de diez años, Lahorascala publicó 15 del total de sus 22 poemarios; los restantes vieron la luz en la etapa en que ya estaba jubilado. Fue galardonado por su obra literaria con varios y notables premios, el primero de ellos una “Hucha de Plata” del Concurso Nacional de Cuentos de la Confederación de Cajas de Ahorros, en 1966, por su relato titulado El corazón y las piedras. En poesía, destacan el Provincia de Guadalajara “José Antonio Ochaíta”, de 1991, por Pasión en Agosto, y antes había sido finalista del Premio “Mario Ángel Marrodán”, en 1966, por Cristales de Otoño. Una de sus más notables aportaciones a la poesía guadalajareña fue impulsar la fundación del Grupo Literario “Enjambre”, en 1979, junto a Alfredo Villaverde, Jesús Ángel Martín, José Ramón López de los Mozos, Josepe Suárez de Puga y María Antonia Velasco. Este colectivo fue el agitador de la cultura literaria de la provincia en la Transición y primeros años de democracia, sobre todo la poética.

A Pedro le gustaba mucho acompañar sus versos de creaciones plásticas, fundamentalmente dibujos, de ahí que muchos de sus poemarios estuvieran ilustrados por notables artistas, la mayor parte de ellos guadalajareños o vinculados a Guadalajara; entre estos destacan Raúl Santos, Jesús Campoamor, Antonio González Lamata, Antonio Burgos, Amador Álvarez, José María Ortíz, José Luis Pastor Pradillo y Fanny.

A Pedro le quise mucho y me sentí correspondido. Nunca compartí con él redacción, pero sí muchas horas de paseo, café y tertulia, siempre con la literatura, especialmente la poesía, y el periodismo y la actualidad -que son vasos comunicantes- de por medio. Tuvo la amabilidad de escribir el epílogo de mi primer libro publicado, “125 Luces de bohemia” (2011), que con su hábil pluma y gracejo tituló Exordio puesto al revés. Considero a Pedro uno de mis referentes, al tiempo que amigo. Se ganó en vida descansar eternamente en paz en su Prado del Poeta madrigaleño, un bucólico rincón familiar que con paternalismo y mucha ilusión creó en su pueblo y que tuve el placer de conocer. Termino con sus propias palabras, las que dan inicio a su cuento, titulado Milagro en primavera: “Sucedió que iba a morir un poeta. Era una noticia de excepción para un periodista. Y me llamaron”