Revisando a Ochaíta en el 50 aniversario de su épica (y literaria) muerte


Guadalajara tiene una deuda pendiente con Ochaita, cual es recopilar toda su poética y su prosa en una antología, siguiendo los primeros y buenos pasos dados por José María Bris. (Foto: Entierro de Ochaíta en Jadraque.18 de julio de 1973. Archivo Santiago Bernal).

POR JESÚS OREA

Las formas de morir de los poetas han dado hasta para complejos y profundos estudios por ser muchas de ellas singulares en su resolución y no pocas sorprendentes y hasta rocambolescas en su ejecución, especialmente las autoinfligidas mediante el suicidio. Bertolt Brecht escribía estas palabras tras conocer la muerte voluntaria con una sobredosis de morfina de su amigo Walter Benjamin, en un hotel de Port Bou, en la frontera franco-española, perseguido y acosado por la Gestapo de Hitler: “Me dicen que, adelantándote a tus verdugos, has levantado la mano contra ti mismo”. Unas décadas antes, Balzac, el referente del realismo literario francés en el siglo XIX, había afirmado al respecto: “El suicidio es un poema sublime de melancolía”. Recordemos también como Alfonsina Storni, la gran poeta modernista argentina de origen suizo, buscó su mar para ahogarse en él yendo al encuentro de las caracolas marinas por caminos de algas y de coral, como cantaba Mercedes Sosa en una de las más bellas y melancólicas canciones que jamás he escuchado. Lorca —es de sobra conocido, aunque no el lugar donde reposan sus huesos—, no se suicidó, lo “suicidaron” los de un bando de la guerra civil, el llamado ”nacional”, por “rojo, maricón y poeta” que, para no pocos, son silogismos, pero se equivocan. Digamos que quienes piensan así, además de errados están herrados, empezando por los ejecutores del poeta granadino al que, por cierto, nuestro Buero Vallejo dedicó una de las escasas composiciones poéticas que escribió, de la que entresacamos estos tres versos: “Y tú, ya solo fósforo de huesos / o ennegrecida hierba quebradiza, / tú, Federico, vives”.

José Antonio Ochaíta, el poeta jadraqueño del que en julio próximo se cumplirá el 50 aniversario de su notorio fallecimiento, dejó esta última voluntad escrita en uno de sus siete sonetos castilleros dedicados a la Alcarria que fueron Premio de Poesía “Gálvez de Montalvo” en 1973, precisamente el año de su fallecimiento: “Que me pongan encima de los huesos, / cuando me entierren, el candente broche / de una piedra cualquiera del desmoche / de tu castillería…!”. Casualmente, aunque igual podría serlo de modo causal, en el año que Ochaíta pedía una piedra castillera alcarreña para su sepultura, murió en Pastrana de la forma más sublime y épica, lírica también, con la que un poeta puede fenecer: cayendo fulminado por un accidente vascular irreversible mientras recitaba, en la noche del 17 de julio del 73, unos versos dedicados a la Alcarria, ya míticos: “Tengo la Alcarria en las manos… / no en las que veis gusanas viejas, / cansadas de coger del aire / mi voz inútil…”. Continuando en ese juego de casualidades y causalidades que he apuntado, conviene subrayar que los premios de poesía de la Diputación Provincial, que comenzaron a concederse en 1958 —en 1973 fue la segunda ocasión en que lo ganaba Ochaíta tras haberlo obtenido también en 1966—, llevaban el nombre del poeta renacentista arriacense Luis Gálvez de Montalvo y desde 1975 y hasta la actualidad pasaron a llevar el del autor jadraqueño.

José Antonio Ochaíta fue un sensible poeta, notable para muchos y solo de verso fácil para algunos, si bien apenas produjo poesía, pues toda la que publicó en vida se condensa en cinco títulos: Turris Fortissima-dedicado a la Giralda de Sevilla, coescrito en 1935 con Eva Cervantes y prologado por José María Pemán- Ansí pintaba don Diego-que le valió su ingreso en la Real Academia de las Buenas Letras de Sevilla, en 1942- El Pomporé-poesía castiza andaluza que llegó a grabar con su propia y personal voz en una producción sonora en la que participaron otros artistas guadalajareños como Benjamín Arbeteta y Segundo Pastor-, Desorden- un poemario dedicado “a ti, madre, que no entiendes / los versos, estos versos que no / necesitan entenderse…”- y “La poetización de Jaén”-una obra destacada por Federico Carlos Sáinz de Robles en su Historia y Antología de la Poesía española del siglo XIII al XX en la que afirma sobre Ochaíta que “La poesía encandila su alma con el “daimon” (destino individual de una persona) griego, o con el “duende andaluz”, que será la brújula, si pauta, de su vida”-. En varias antologías se ha recogido también poesía de Ochaíta, especialmente la dedicada a Guadalajara, como es Guadalajara en la poesía-donde se recopilaron todos los poemas ganadores de los premios de poesía de la Diputación entre 1958 y 1979, prologada por el también gran poeta alcarreño José María Alonso Gamo- y, sobre todo, Antología Poética, un libro oportunamente editado por el Ayuntamiento de Guadalajara en 1998, cuando se cumplió el 25 aniversario de su fallecimiento. Se trata de una recopilación de composiciones, muchas de ellas inéditas, sobre las que tuvo acceso y seleccionó el que era entonces alcalde de Guadalajara, el también jadraqueño José María Bris, casado con María Luisa Ochaíta, sobrina del poeta y una de las derechohabientes de su legado al fallecer sin descendencia propia.

Ochaíta fue un singular poeta, sin duda alguna, pero su conocimiento a nivel nacional e, incluso, internacional no le vino dado por esta faceta, sino por ser el autor o coautor de la letra de más de 600 canciones, sobre todo del género de copla, siendo las más conocida el Porompompero- un éxito solo comparable con el que muchos años después tuvo la famosa Macarena de Los del Río- y Americanos, la conocidísima canción interpretada por Lolita Sevilla con la que los habitantes de La Puebla del Río reciben a los dadivosos y esperados yanquis en la mítica película de Berlanga, Bienvenido Mr. Marshall. Aunque José Antonio Ochaíta fue un jadraqueño y alcarreño militante-Nací donde Castilla se viste de perfume-, estuvo siempre estrechamente vinculado a dos universos geográficos españoles casi antagónicos, por climatología, paisaje e idiosincrasia: Andalucía y Galicia. En Andalucía, sobre todo en Sevilla, Jaén y Cádiz, residió un tiempo y tuvo familia y numerosos amigos. Allí se acercó al mundo del flamenco y de la copla que tanto le inspiraron para su fértil producción como letrista. A este respecto, volvemos al mundo de las casualidades y de las causalidades, cabe destacar que el ganador de la última edición del Premio Provincia de Guadalajara de Poesía “José Antonio Ochaíta” ha sido un gran poeta, escritor y crítico literario gaditano, Manuel Francisco Reina, que, precisamente, es el autor de una importante obra, titulada Un siglo de copla, editada en 2009, en la que Ochaíta tiene destacadas referencias por su gran aportación como escritor de letras para ese género tan español. Coplistas y cantantes tan populares como Concha Piquer, Gracia Montes, Antoñita Moreno, Marifé de Triana, Rocío Jurado, Manolo Escobar, El Príncipe Gitano, entre muchos otros, cantaron canciones cuyas letras había compuesto Ochaíta solo, o en compañía de otros autores, sobre todo León, Quintero, Quiroga, Valerio, Montorio y Solano. Otra faceta en la que el poeta jadraqueño igualmente destacó es en la de comediógrafo pues fue el autor de 24 obras teatrales, básicamente comedias-entre las que cabe citar Doña Polisón, por el elevado número de representaciones que alcanzó-, además de escribir el guion o participar directamente en el montaje de otra veintena larga de espectáculos musicales y dramáticos, entre ellos Canciones y bailes de España, La rosa de Andalucía, Toros y coplas o Madrid, Madrid musical.

La huella gallega en Ochaíta, previa a la andaluza, quedó unida a él de forma indeleble por su residencia temporal, antes y después de la Guerra Civil, en Santiago de Compostela, donde ejerció durante un tiempo de profesor de literatura en el colegio compostelano de los Jesuitas, hasta que las autoridades republicanas prohibieron a las órdenes religiosas la titularidad de centros docentes y la impartición de su ideario en ellos. Pese a esta circunstancia, el jadraqueño decidió permanecer en la actual capital gallega por su arraigo en ella y la estrecha relación que mantenía, entre otros, con escritores de la talla del mismísimo Valle Inclán o de Álvaro Cunqueiro. Forzado a dejar su labor docente, Ochaíta comenzó a trabajar como exitoso redactor de El Faro de Vigo, el periódico decano de la prensa española, fundado en 1853. Se imbricó tanto en la sociedad galaica que ésta le acogió como miembro de la Academia Gallega de las Letras, como, según ya hemos visto, también formó parte de la Real Academia Sevillana de las Buenas Letras, circunstancias que certifican que fue profeta fuera de su tierra, siendo muy bien aceptado e integrado allá donde vivió, estudió y trabajó. También en Madrid y en Salamanca dejó su impronta, siendo en la ciudad del Tormes alumno de Unamuno, con quien trabó cierta relación, al igual que con Ortega y Gasset y Azorín, a quienes conoció en su Jadraque natal.

No soy el primero que alerta del hecho de que Guadalajara tiene una deuda pendiente con Ochaíta cual es recopilar toda su poética y su prosa en una antología, siguiendo los primeros y buenos pasos ya dados por José María Bris hace 25 años. Y fue el ya citado Manuel Francisco Reina, ganador del premio Ochaíta de 2022, quien, cuando recogió su galardón en Sigüenza hace unos días, lanzó una idea al viento a la que estoy dispuesto a aportar mi propia brisa creativa y esfuerzo: recuperar la edición o, al menos, la filosofía y la intención de Alforjas para la poesía en cuyo proyecto de llevar a los poetas y su obra a matinés literarias en el madrileño Teatro Lara colaboró el jadraqueño con el vate y empresario teatral burgalés Conrado Blanco. Tras su épico y al tiempo lírico morir, Ochaíta se merece el mejor homenaje posible a un autor, algo que no le pueden tributar guirnaldas ni mármoles ni oropeles, sino cosechas de palabras, sus propias palabras, como éstas con las que ya acabo: “Todo está desvencijado / mientras todo se levanta…”.