
Salvador Toquero, una cálida huella periodística y humana
Eran tan brillantes el estilo periodístico y la calidad literaria de Salvador que, por supuesto, también cultivó la investigación, el ensayo y la novela, publicando cuatro libros.
Con tanta emoción como verdad proclamo públicamente que Salvador Toquero Cortés (Horche, 1926- Guadalajara, 2007) no solo fue mi mentor, sino que fue mi padre periodístico, a la par que quien me introdujo en el país de la literatura, en el que ahora soy transeúnte, aunque aspiro a residente. Salva, mi querido y añorado Salva-como así le llamaba cualquiera que se le acercara porque, aunque su figura y señorío imponían, su afabilidad y cordialidad daban patente de corso para relacionarse con él-, hace ya casi 18 años que murió, pero les aseguro que sigue presente en el corazón y la memoria de muchos, especialmente entre su familia, de la que me considero parte aunque no tengamos vínculos de consanguinidad. Este Guardilón de hoy, en memoria suya, era tan justo y necesario que llevaba mucho tiempo escrito, aunque haya sido ahora cuando se ha convertido en un original de imprenta y vaya a ver la luz en Nueva Alcarria, el periódico en el que él comenzó a hacer sus “pinitos” periodísticos como cronista deportivo, mediados los años 50 del siglo pasado. No obstante, es público y notorio que Toquero estuvo toda su vida vinculado al histórico semanario Flores y Abejas-fundado en 1894 y el más influyente de la provincia en su primera época, abrupta y traumáticamente cerrada por la Guerra Civil en julio de 1936-, del que fue director desde 1967, nueve años después de iniciar su segunda época, hasta 1997, cuando, siendo ya la revista El Decano de Guadalajara, le relevó su sobrino-y también maestro y amigo mío-, Santiago Barra Toquero. La voz y la palabra de Salvador no solo tuvieron eco en nuestra provincia en el ya citado Flores y Abejas y en Radio Juventud pues también fue muchos años corresponsal de Radio Nacional de España, del diario Ya, de la agencia Logos y hasta editorialista de la revista taurina Tendido 13.
Toquero, además de una excelente persona, cuajada de valores humanos y portador de principios inalterados, fue uno de los guadalajareños más influyentes de la segunda mitad del siglo XX ya que no sólo ejerció el periodismo, y además de manera elegante y solvente en el fondo y brillante en la forma, sino que también acreditó ser un competente profesional como maestro nacional, procurador de los tribunales y técnico de la Administración del Estado, sino que ocupó relevantes puestos en la vida pública: vicepresidente de la Diputación (1964-1967), secretario del Consejo Provincial del Movimiento, delegado provincial de la Delegación Nacional de Deportes -ya en la transición política, impulsando la construcción del primer polideportivo cubierto de la ciudad, el hoy llamado “David Santamaría”- y presidente de la Caja de Guadalajara (1982-1986), dándose la circunstancia de que fue el primer presidente de una entidad de ahorro de este tipo que accedió al cargo desde el tercio de impositores. Lo ejerció, no siendo retribuido por ello, con competencia, sensatez y eficacia, contribuyendo decisivamente al impulso y crecimiento de la Caja. Después, vendría la politización de estas entidades de ahorro y, con ella y la crisis financiera de 2008, el final de casi todas ellas, incluida “la nuestra” que, como saben, era el eslogan de la Caja Provincial, hoy subsumidísima en Caixabank y con la parte material de su obra social en un almacén de Sevilla, incumpliéndose así lo comprometido y firmado tras su inicial integración en Banca Cívica y después en lo que no deja de ser la marca que sustituyó a La Caixa. No sé si Salva hubiera podido evitar la desaparición de Caja de Guadalajara si le hubiera tocado el proceso de integración en otras entidades siendo él presidente, lo que jamás habría consentido es que su obra social viajara a Sevilla para dormitar allí en un almacén y, probablemente, ya sin billete de vuelta.
Salvador Toquero en la Alameda de Brihuega el día del encierro de 1981, cita a la que nunca faltaba. Foto: Luis Barra.
Conocí a Salvador Toquero el día antes de cumplir los 17 años, o sea, el 28 de octubre de 1978. Era yo, pues, un adolescente que quería dejar ya la categoría cadete para pasar a la juvenil y, sobre todo, ambicionaba ser periodista. Siempre lo quise ser, desde que, teniendo apenas 13 años cumplidos, comencé a ser el responsable -entre los alumnos, pero con un profesor supervisando, por supuesto- de la revista escolar de los Salesianos, llamada Despertar, que apenas pudo dar unos bostezos pues el colegio decidió que costaba mucho y no le terminaban de ver utilidad. Por cierto, y lo cuento ahora por primera vez, en la ciclostil con la que editábamos Despertar también se imprimían los programas del Cine-club “Don Bosco”, germen del Alcarreño, un soplo de cultura asociativa joven, no en, pero sí por la libertad, en medio del tardofranquismo. Algún pasquín que otro igualmente salió de aquella ciclostil. Ahí lo dejo.
Mi encuentro y relación con Toquero parten de cuando empecé a colaborar con Flores y Abejas, aquella víspera de cumplir los 17 años, una fecha decisiva en mi vida pues el periodismo y la literatura -que llegó después, cuando puse las largas a mis Luces de bohemia-, son mi verdadera vocación y pasión. Salva me enseñó el oficio de periodista a pie de imprenta, entre las cajas del señor León y Jorge Monterde, al lado de la linotipia, primero de Gaspar y después de Agustín, y cerca de la impresora plano-cilíndrica que operaban Paco y Vicente. Aprendí más junto a Salva cerrando las ediciones semanales de Flores y Abejas, los lunes y martes por la tarde y en la vieja imprenta “De Mingo”, situada en la carretera de Fontanar, que los tres años que aguanté-esa es la palabra, sí- en la facultad de Ciencias de la Información de la UCM. Además de aprender a maquetar páginas, a corregir originales y después galeradas, a titular, y, sobre todo, a escribir de urgencia para incorporar al periódico noticias de alcance o, simplemente, rellenar una página “coja”, Salva me inculcó, sobre todo, tres valores que asumí como propios y que he procurado preservar: cultivar la verdad, la independencia y el guadalajareñismo sin boina, reivindicativo en su favor, pero crítico cuando es necesario. Toquero era una persona de ideología conservadora y que nadó a gusto en las aguas del franquismo, pero siempre demostró una proverbial tolerancia y aceptación de las ideas ajenas y puso su granito de arena a la transición política en Guadalajara defendiendo con vehemencia, primero el restrictivo decreto ley de estatuto de asociaciones políticas de 1974, y, después, la más aperturista ley sobre derecho de asociación política de 1976, impulsada por Fraga, el antecedente de la legalización de los partidos que llegó en febrero de 1977. En la “tercera” de Flores y Abejas-cabecera renombrada en 1990 como El Decano de Guadalajara-, coincidimos durante muchos años La Noria conservadora de Salva -la columna que escribió y firmó desde enero de 1976 hasta un par de semanas antes de su muerte, acaecida en diciembre de 2007- La Semana progresista de Santi Barra y mis liberales Luces de bohemia. Para mí, en esa tercera del añorado Floro, como con cariño llamábamos a nuestro periódico algunos de sus redactores y colaboradores, comenzó todo pues gracias al magisterio y a la confianza y apoyo de Salva me reafirmé en mi afición periodística, primero, y en mi vocación literaria, después. Además de ser un fino periodista, Toquero escribía como los ángeles, haciendo periodismo literario o literatura periodística, un estilo híbrido, no muy bien visto por la ortodoxia, pero que él sublimó. ¿Metáforas e, incluso, alegorías en medio de una columna de opinión? Acudan a las hemerotecas y verán cómo, no solo las hizo posibles, sino que las bordó, literalmente. Y creó escuela. Y a ella pertenezco yo.
Eran tan brillantes el estilo periodístico y la calidad literaria de Salvador que, por supuesto, también cultivó la investigación, el ensayo y la novela, publicando cuatro libros: Buscando a Cela en la Alcarria (1982), escrito al alimón con Santi Barra y que es un gran y emotivo trabajo de indagación sobre la intrahistoria y los personajes del Viaje a la Alcarria, de Cela- obra que el propio Nobel calificó de “magnífica y emocionante” y que, no tengo duda, motivó su Nuevo viaje a la Alcarria, El calor de una huella (2000)-en la que recuperó la memoria de los ocho años, entre 1940 y 1948, en que la Academia de Infantería tuvo su sede en Guadalajara al estar el Alcázar toledano en los suelos, como nuestro palacio del Infantado-, Alcaldes de Guadalajara (2003)- otra concienzuda obra de investigación y despliegue de datos sobre los alcaldes que tuvo la ciudad en el siglo XX- y La luz de una herida (2010), novela póstuma de ambiente taurino, una de las grandes pasiones de Salva junto con el deporte-en el que destacó como un férreo defensa del Depor, en el que jugó entre 1947 y 1954-, publicada por su hijo y editor, Fernando, cuando se cumplía el tercer aniversario de su muerte. También fue autor de una obra de teatro, inédita, titulada El refugio que nunca nos cierran, ambientada en la II Guerra Mundial, con la que ganó el premio nacional de teatro universitario (TEU), entre cuyo jurado estuvo el gran dramaturgo Alfonso Sastre. Por detrás de Toquero quedó una obra presentada por Jaime Campmany quien después sería afamado periodista, escritor y poeta. En estas cinco obras, Salvador acredita y combina su talento, perspicacia y perseverancia como periodista y su personal y luminoso estilo literario. El cielo le tiene, España le guarda.