Santiesteban, pintor del amor

25/06/2020 - 23:07 LUIS MONJE CIRUELO

Artículo publicado en Nueva Alcarria el 21 de noviembre de 1982.

 

 

 

 

El éxito se ha rendido, una vez más, a los pies de Carlos Santiesteban. Nuestro pintor ha colgado en el palacio del Infantado, en las góticas galerías de su claustro superior, veintiún lienzos, en cada uno de los cuales ha volcado la esen-cia alquitarada de su depurado arte y los sentimientos más delicados de su dolowrido corazón. Porque Santiesteban es un pintor que sufre, y a la vez goza, cuando crea, en un contrasentido que él pretende líricamente explicar con palabras de fuego que a veces hielan y a veces queman. Nadie discute que es un hombre de contrastes, una persona de altibajos que tan pronto se exalta en entusiasmos como se deprime en desilusiones. De su exposición nos ha dicho que contiene un men-saje de amor, de belleza y de esperanza, para a renglón seguido asegurar que se encuentra disconforme con ella y que aspira a una mayor perfección. Tan pronto se entusiasma con su arte, hasta casi saltársele las lágrimas, como asegura que no va a pintar en una larga temporada.

Por lo pronto, el éxito artístico de su exposición le ha traído aparejada una conmoción emocional, motivada quizá por un frustrado sentimiento que no ha  podido encontrar peor albergue que su corazón de artista. A uno le parece que Santiesteban siente un doliente gozo con sus penas de amor. Tal vez porque las tristezas las transforma en fuente de inspiración, nuestro pintor es víctima de sus sentimientos. Pinta como el pájaro vuela o como nada el delfín: por intuición, no por las técnicas rigurosamente aprendidas y fríamente asimiladas.
“Mi escuela es la vida” ha afirmado en una honda y sentida conversación.

“Pinto porque amo, sin distinción de sexo ni de situaciones. Y si en mis cuadros predominan los rojos y azules es porque el azul es el color del cielo y el rojo, el color del amor. De tal manera es así, que mis rojos son azules logrados, y yo lo-gro el amor íntegramente. Don Juan Tenorio me parece un hombre vulgar. Yo tengo amores mucho más raros”.

Carlos Santiesteban es un personaje digno de Passolini. De impensables re-acciones, tan pronto se exalta por la sinceridad del pueblo ante su obra, por la entusiasta admiración que sus lienzos despiertan, como declara rotundamente que ésta es su última exposición en Guadalajara. Santiesteban piensa también, segu-ramente, como Víctor Hugo, que la obra maestra es una variedad del milagro. Y en consecuencia lucha afanosamente por la perfección, aunque en la contienda se deje jirones de su propio yo y en su interior se le hunda algo dejándole con las lágrimas al aire.
Santiesteban busca esforzadamente la belleza a través del amor, y viceversa.

Vive momentos de depresión en medio del éxito y cree que esto se refleja en un leve tinte de tristeza que se desprende de sus óleos y que los llena de melancolía. El amor es para él su cruz y su manantial. Por línea materna tiene de la Alcarria la sobriedad; por su origen andaluz y mediterráneo le viene la gracia de la línea y del color.

Al pintor le hace ilusión pensar que en la misma esbelta galería renacentista del palacio en que se instaló el “buffet” para la exposición entre adornos de luces rojas y guirnaldas de flores, Isabel de Valois, la bella princesa de Francia, disfrutó con Felipe II los felices primeros instantes de su matrimonio.

Una fuerte crisis emocional le impide al hipersensible Santiesteban disfrutar el triunfo de su arte. Nos ha confesado que se siente enfermo, quebrado, con los nervios rotos como cuerdas de violín. Dice que tal vez huya a su querida tierra malagueña en busca de un refugio solitario al borde del mar. Allí quiere descan-sar y olvidar la congoja que le aprieta el corazón. A lo mejor cuando regrese nos obsequia otra vez con una nueva explosión de azules y rojos que para él son siempre símbolos de amor.