Serranía de Guadalajara, despoblados con memoria

03/10/2021 - 09:24 Raúl Conde / Raquel Gamo

Un libro recorre los pueblos despoblados, expropiados y abandonados de la comarca.

Miguel Delibes solía decir que un pueblo sin literatura es un pueblo mudo. Probablemente, ese es el espíritu encomiable que ha movido a la Asociación Serranía de Guadalajara a editar un volumen sin precedentes en la bibliografía de temática local: Serranía de Guadalajara, despoblados, expropiados, abandonados (Diputación de Guadalajara, 2021, 405 págs.). Es un libro cuajado de conocimiento y, por qué no decirlo, de sentimiento hacia veinte poblaciones que durante el último medio siglo han quedado sepultadas en la ciénaga de la inexistencia no tanto en el plano físico –quedan las ruinas de viejos caseríos- como en el humano. El trabajo se completa con un DVD del excelente y sobrecogedor documental Los Pueblos del Silencio, también disponible a través de un código QR.  


    Nos honramos en firmar dos capítulos de esta obra coral. En concreto, los que corresponden a los despoblados de Tobes y Fraguas. El primero, situado en las estribaciones de Sierra Ministra y plató de rodaje de películas y series. El segundo, enclavado en el Parque Natural de la Sierra Norte y objeto de una intensa polémica que ha situado la despoblación y los límites de la normativa conservacionista en el centro del debate público. Ambos núcleos simbolizan el abandono progresivo de decenas de nuestros pueblos, como consecuencia del éxodo migratorio de la década de los 60 del siglo pasado pero también por una política que, a raíz de una llegada tardía de la Revolución Industrial, expulsó a chorros mano de obra de las zonas rurales y sacrificó amplias capas del territorio del interior en favor de las grandes concentraciones urbanas del centro y de la periferia.


    Basta recorrer las callejas solitarias y fotografiar las casas con los tejados deslomados de un pueblo deshabitado para calibrar el drama que supone la pérdida de tantas pequeñas localidades que un día llegaron a tener vida. Subyace en este proceso el abandono de la tierra y el vaciamiento de pequeñas poblaciones. Pero también, como acostumbra a recordar el escritor Julio Llamazares, la extinción de la cultura rural. De ello intentan dar buena fe nuestros textos en este libro, en el que tenemos el honor y el placer de coincidir con un ramillete de escritores, historiadores y amantes de la Sierra que exploran las raíces y los vestigios del presente en núcleos tan representativos como El Atance, El Vado, La Vereda o Umbralejo, entre otros.


    Por estas páginas, cargadas de referencias bibliográficas, reseñas de prensa y citas de autoridad, transitan también personas de carne y hueso que explican lo que un día fueron los pueblos de sus orígenes. Esta labor de recopilación de testimonios eleva el interés de la obra, que no se limita a ser un ensayo de Historia sino un gran reportaje que irradia vivencias, anécdotas, recuerdos. La memoria siempre guarda lo que vale la pena, escribe Eduardo Galeano. De modo que ahí quedan, como notarios vivos del pasado, las palabras de Justino y Rosario, de Alcorlo; de Luis García, el último habitante de Bujalcayado; de Rafael Heras e Isidro Moreno, antiguos vecinos de Fraguas; de Aurelio de Pedro, de Matallana; de Julio Moreno, de Umbralejo; de Francisco Martín Moreno, de La Vereda; y hasta de ese antiguo habitante de Tobes que al hablar con los autores prefirió guardar el anonimato, acaso porque la memoria de estos lugares evoca el trance amargo de una sangría demográfica que aún hoy sigue sin detenerse.


    Queremos agradecer a la Asociación Serranía, con su presidente, Octavio Mínguez Tavi a la cabeza desde Majaelrayo, la invitación a formar parte de este proyecto. Y a José María Alonso Gordo, serrano a fuer de valverdano, su labor de coordinación para dar forma y coherencia editorial a una veintena de textos escritos cada uno desde el enfoque, el estilo y la voluntad intelectual de sus respectivos autores.


    Quienes firmamos estas líneas formamos parte desde hace muchos años de la Asociación Serranía de Guadalajara, que nació como un grupo de amigos de esta comarca y, a fuerza de tesón, se ha consolidado como un cordón umbilical serrano imprescindible. Vivimos muchos Días de la Sierra, muchas rutas de la jara, muchos ciclos de primavera y muchos almuerzos compartidos como para guardar un recuerdo imborrable. Esta entidad fue pionera a la hora de galvanizar los esfuerzos de toda la Serranía, que en realidad son muchas serranías –desde Sigüenza hasta El Cardoso y desde Campisábalos hasta Cogolludo- en una comarca desestructurada y con una población escasa, dispersa y envejecida. De ahí la importancia de dar continuidad a una asociación que tiene como prioridad la defensa del patrimonio cultural y natural.
    Actualmente, 65 núcleos habitados de la Sierra (el 15 por ciento de los 446 de toda la provincia) no alcanzan los diez habitantes, según datos de la Diputación. A pesar de este panorama sombrío, hay pueblos, como Villacadima o Querencia, que se resisten a caer. Son dos ejemplos que demuestran que el problema al que se enfrenta esta tierra no es tanto el devoro del pretérito como la angustia por el futuro, una meta casi inviable si no somos capaces de concebir los pueblos no solo como suministradores de ocio sino como espacios vivos. Si la despoblación aún tiene arreglo, solo puede pasar por cultivar el arraigo. Por eso es importante saber de dónde venimos.  

 

Raúl Conde, periodista, fue presidente de la Asociación Serranía entre 2008 y 2013.
Raquel Gamo, periodista, fue pregonera del XII Día de la Sierra (Condemios de Arriba, 2019).