Valores en el olvido
Como si de un virus se tratara, algunos de los pecados capitales se han alojado en la condición humana afectando a su sistema inmunológico. La ira, la envidia, la soberbia, la codicia o la avaricia contaminan.
Una sociedad que no se respete a sí misma está condenada a su autodestrucción. El respeto, como tal, es uno de los principales valores colectivos por el que se debe regir la conducta humana. Respeto a las ideas, a las costumbres, a los gustos o preferencias del prójimo. Todo lo que no sea respetable desborda lo correcto y en su control entra el Derecho y la ley como reguladores de la conducta de las personas, en una acepción clásica del Derecho que incluye su poder coercitivo, esto es, su carácter imperativo.
Más allá de los grandes principios, nos relacionamos y actuamos por la educación recibida y cultura adquirida que, con el tiempo, hemos asimilado como forma de nuestro ser. Si las mismas se basaron en los valores comentados, lo normal es que las continuemos por más que el tiempo y las modas moldeen nuestras relaciones haciéndolas convivir con las nuevas pautas sociales. Pero los valores son siempre los mismos, inalienables. De tal forma, el respeto, la responsabilidad, la honestidad, la solidaridad, la compasión, el amor, el perdón, la gratitud o la empatía permanecen auténticos, fijos, permanentes. Un hombre que los tenga y conserve es un hombre de bien. Y educado.
Observo con pena cómo nuestra sociedad discurre más por sentimientos primarios más propios de los animales que los que se rigen por la razón. Por ejemplo, la violencia como medio de resolver diferencias, el insulto a los que no piensan como tú o el desprecio a los que son diferentes a ti. De la misma forma, me duele que, por el hecho de tratar bien a una mujer, con galantería, se tilde ese comportamiento de machista. A mi me enseñaron a dejar pasar por delante a una dama. También tengo que padecer la descalificación por mis ideas políticas, entiendo que bien moderadas, por quienes solo poseen las suyas como únicas. Qué insensatos, qué imbéciles (no es un insulto, es una descripción: tonto a falto de inteligencia). Un sectarismo más propio de la izquierda que la intolerancia ejercida por grupos de ultraderecha. Tanto monta, monta tanto.
Así las cosas, Europa se polariza, se radicaliza, se acuesta con partidos de uno y otro extremo. Las convicciones políticas se vuelven armas arrojadizas como la quijada de Caín. Siempre y cuando no conculquen derechos fundamentales, cualquier idea o aportación puede venir bien a la comunidad. Siendo Pérez Galdós miembro del Congreso de los Diputados, sus afines le reprochaban que tomase más cafés con la oposición que con sus correligionarios, “aprendo más de ellos que de los nuestros, que sé de sobra lo que piensan”.
Como si de un virus se tratara, algunos de los pecados capitales se han alojado en la condición humana afectando a su sistema inmunológico. La ira, la envidia, la soberbia, la codicia o la avaricia, contaminan no sólo nuestra escala de valores, sino la que nos ha permitido realizarnos como gente de bien. Yo aprendí que tras el esfuerzo, venía el premio y no aspiraba, ni aspiro, a pelotazo alguno. Me alegraba, y me alegro, del éxito de los demás y si puedo aprender algo, mejor. Prefería, y prefiero, intercambiar antes ideas que criptomonedas y ahora me emociona más un paseo con alguien querido que el lujo del mejor crucero. Cada vez me gusta más el arte e intentar recibir la sensibilidad que aportó el artista en su elaboración. Pero claro, contar esto en el hemiciclo o en el parlamento europeo, suena a sainete de Groucho Marx.