Velázquez Bosco, el eclecticismo historicista en el Skyline de Guadalajara


Velázquez Bosco es el arquitecto al que debemos el conjunto de la Fundación de la Desmaissières que lo circunda, la iglesia de Santa María Micaela y el palacio de la Condesa de la Vega del Pozo.

En julio del año pasado se cumplió el centenario de la muerte de Ricardo Velázquez Bosco, ínclito arquitecto español nacido en Burgos en 1843 y fallecido en Madrid a los 80 años, ciudad en la que residió gran parte de su vida y en la que dejó señera huella de su obra, como también lo hizo en Guadalajara, de ahí su presencia protagonista en este Guardilón de hoy. La figura y el nombre de este notable arquitecto, considerado por muchos como el más importante de los nacionales en el estilo conocido como eclecticismo historicista de finales del XIX y principios del XX, están fundamentalmente vinculados a Guadalajara a través de la Duquesa de Sevillano-quien también fuera Condesa de la Vega del Pozo y Vizcondesa de Jorbalán, entre otras dignidades-, doña María Diega Desmaissières y Sevillano. Esta gran señora, tan rica como benéfica y tan beatífica como mecenas de la mejor arquitectura de la época en que vivió, es curiosamente la única mujer que tiene un busto dedicado en el deambulatorio con personajes históricos arriacenses que hay en el paseo de las Cruces, lo que evidencia la impronta dejada en la ciudad. Hoy no nos vamos a ocupar de ella porque ya lo hicimos en profundidad en el Guardilón de noviembre de 2017, recordando su fastuoso y sonado entierro en su espectacular panteón, obra precisamente de Velázquez Bosco, pero era necesario traerla a colación porque lo más importante y significativo de las actuaciones de este arquitecto en Guadalajara fueron encargos de la Duquesa que hoy forman parte muy destacada de nuestro catálogo monumental: Fundación o Asilos -actual colegio de las Adoratrices- y, como ya hemos dicho, panteón de la propia Duquesa, iglesia de Santa María Micaela, palacio de la Condesa de la Vega del Pozo y oratorio de San Sebastián-hoy colegio de los Maristas- y poblado de Villaflores, fundamentalmente. 

Con motivo del centenario de la muerte de Velázquez Bosco, se han programado en la ciudad dos oportunas exposiciones que han concluido en la segunda quincena de enero pasado; una, en el Museo Provincial, concretamente en la sala de linajes del palacio del Infantado, titulada “Ricardo Velázquez Bosco y Guadalajara”, que constaba de planos históricos de la ciudad del último tercio del XIX y de dibujos de alzados, plantas y detalles de las principales construcciones que en ella proyectó y dirigió el arquitecto burgalés. En esta muestra ha quedado patente, una vez más, la categoría profesional de quien la ha comisariado, el arquitecto alcarreño, profesor titular de la UAH e historiador del arte, Antonio Miguel Trallero. También se evidencia en ella la competencia y la pasión por la planimetría de Francisco Maza, ingeniero responsable de topografía del ayuntamiento de Guadalajara hasta su reciente jubilación, y también profesor -en su caso, asociado- de la universidad alcalaína. Por otra parte, en el espacio expositivo del Teatro Auditorio Buero Vallejo, ha permanecido abierta al público hasta el pasado día 26 de enero la muestra titulada “Guadalajara monumental”, conformada por fotografías de postales con imágenes de obras y proyectos de Velázquez Bosco en Guadalajara. También esta exposición ha contado con un comisario de excepción, como es Pedro J. Pradillo, el destacado historiador y artista plástico local que es el actual técnico municipal de patrimonio. Además de su vasto conocimiento sobre el arquitecto burgalés, también acreditado en la magistral conferencia que dio el pasado 23 de enero, Pradillo ha aportado personalmente gran parte del material expositivo pues es propietario de una amplia y excepcional colección de postales sobre la provincia que le permitió escribir y publicar en 2018 una de sus grandes obras: “Guadalajara en la tarjeta postal ilustrada 1901-1939”. 

Panteón y Fundación de la Duquesa de Sevillano e iglesia de Santa María Micaela, proyectos de Velázquez. Foto: Nacho Abascal.

Velázquez Bosco inició su carrera profesional de la mano de Jerónimo de la Gándara, uno de los arquitectos historicistas españoles, especialmente clasicista y neorrenacentista, más importantes de mediados del siglo XIX. Está considerado como el primer técnico español que conoció in situ las ruinas del Partenón ateniense y que elaboró algunos de los primeros y mejores planos de ellas. La inclinación historicista de De la Gándara influyó de manera evidente en Velázquez Bosco hasta el punto de convertirse, como ya hemos dicho al principio, en uno de los más grandes arquitectos historicistas españoles, especialmente dentro del eclecticismo, la corriente artística que combinaba distintos estilos para generar algo nuevo. Esta circunstancia es especialmente visible en el panteón de la Duquesa de Sevillano, de traza, aspecto y gusto neobizantinos, pero en el que se mezclan varios estilos, tanto en su arquitectura como en su decoración: planta de cruz griega, fachadas neorrománicas lombardas, cimborrios también románicos, detalles decorativos mudéjares y otros apuntando modernismo, pese a que el historicismo era su antítesis. El conocimiento de la estética oriental que tan presente está en el panteón alcarreño tiene su indudable origen en el viaje que Velázquez Bosco hizo a Oriente en una expedición en la fragata de guerra “Arapiles”, en la que le integró como dibujante Jerónimo de la Gándara. Antes incluso de ser un reputado arquitecto, el burgalés fue un gran dibujante y sus trabajos plásticos vieron la luz en prestigiosas publicaciones, entre ellas la colección “Museo y Monumentos arquitectónicos de España” y otras vinculadas al Museo Arqueológico Nacional. La apetencia, y en este caso también formación, historicistas de Velázquez Bosco, más allá de la influencia recibida de De la Gándara, le sobrevinieron gracias a su participación activa en trabajos de restauración en monumentos de la categoría de las catedrales de León y de Burgos, la mezquita de Córdoba, la ciudad andalusí de Medina Azahara, la Alhambra granadina y el monasterio de La Rábida, en Huelva, donde Colón preparó durante cinco años su histórico viaje que devino en el descubrimiento de América. Dentro de sus muchos trabajos restauradores para la Administración, Velázquez Bosco también intervino en la rehabilitación y adaptación como instituto del antiguo palacio de don Antonio de Mendoza, siendo el artífice de la restauración de la magnífica fachada de Covarrubias de la iglesia del antiguo Convento de la Piedad, y en la de la capilla de los Urbina, también conocida como de Luis de Lucena, el único resto que queda de la antigua iglesia de San Miguel.   

Velázquez Bosco fue el arquitecto de importantes edificios proyectados y construidos en Madrid, adonde se trasladó con su familia siendo muy niño, viviendo allí la mayor parte de su vida. Las obras más importantes y conocidas de su huella madrileña son los palacios de Velázquez-así llamado por él y no por el pintor barroco sevillano- y de Cristal, del Retiro, el actual Ministerio de Agricultura-cuando él lo proyectó fue para ser sede del de Fomento-, la Escuela de Ingenieros de Minas, el actual edificio del CESEDEN-inicialmente destinado a escuela de sordomudos- o el palacio de Gamazo, localizado en el número 26 de la calle Génova. En su faceta restauradora, en Madrid dejó huella en el Casón del Buen Retiro, donde proyectó la fachada occidental tras ser seriamente dañado el edificio por un huracán en 1886.

Según hemos relacionado al principio, además del señero panteón de la Duquesa de Sevillano, el edificio más reconocible y notable de la ciudad junto al palacio del Infantado, con la anuencia de que es bien visible desde la Autovía de Aragón y por ello destaca en nuestro panorama urbano, en nuestro particular skyline, Velázquez Bosco es el arquitecto al que debemos el conjunto de la Fundación de la Desmaissières que lo circunda, inicialmente proyectada como un complejo de Asilos para mayores y jóvenes mujeres, la iglesia de Santa María Micaela -un bello ejemplo de eclecticismo arquitectónico y decorativo, donde, más que combinarse, juegan y se divierten distintos estilos-, y el palacio de la Condesa de la Vega del Pozo, construido sobre una vieja casona familiar de los siglos XVI-XVII y en el que sobresale el oratorio de San Sebastián, donde destaca su torre que parte de la misma portada y que imita un elemento románico.

Punto y aparte, ya casi final, merece el proyecto de poblado agrícola de Villaflores que Velázquez Bosco proyectó también en Guadalajara por encargo de la tantas veces necesariamente nombrada Duquesa de Sevillano. Se trata de un conjunto de nueva planta que tan filántropa señora ordenó construir junto a la Cañada Real de las Matas para asentar allí una colonia de trabajadores, fundamentalmente agricultores y ganaderos, empleados en las tierras próximas, por ella adquiridas en 1886. El proyecto lo conformaban un edificio principal para viviendas y usos agrícolas, unas viviendas de colonos pareadas, un palomar, un molino, unas bodegas, naves-almacenes y una capilla. Este singular poblado, declarado Bien de Interés Cultural en 2015, está en un avanzado estado de deterioro y ruina, si bien se está llevando actualmente a cabo en parte de él una primera, tardía e insuficiente actuación restauradora por parte del ayuntamiento de la capital, su propietario parcial. Mil ideas de usos culturales, recreativos, formativos y turísticos se nos ocurren para este histórico-artístico y peculiar espacio, pero ninguna puede pasar de eso, de mera ilusión, sin recursos económicos para, primero, restaurar los edificios, después adaptarlos a nuevos usos y, finalmente, ponerlos en marcha tras urbanizarse y equiparse el conjunto. Entre tanto don y tan poco din, consolémonos con la cita de Keynes que dice que “las ideas forman el curso de la historia”. Las buenas, porque las malas lo deforman.