¡A cántaros!
Se nos ha ido Pablo Guerrero, pero nos deja un enorme legado con canciones, poemas y honestidad 'a cantáros'.
Yo no se cuantas veces habré cantado esa canción: cientos de veces, seguro; no ya en los escenarios, sino en esos corrillos, desde la adolescencia y juventud, hasta ahora, en que la cantamos en grupo con los “Amigos y amigas de la Biblioteca”; al principio, en plan balada, como la cantaba Pablo, ahora, en versión “country”, como la grabó “Nuestro Pequeño Mundo”. La canción nació en 1972; los de mi “quinta” andábamos en plena adolescencia, pero fue luego, tres años después, cuando el cantautor extremeño la grabó en aquel concierto en directo en la “catedral” europea de la canción reivindicativa, que era el Olympia parisino. Unos años antes, también Paco Ibáñez, otro hito imprescindible de la canción de autor, había pasado por allí.
“A cántaros” expresaba en un lenguaje simbólico la necesidad del cambio para una generación:
Tú y yo muchacha estamos hechos de nubes,
Pero ¿Quién nos ata?
Portada de L.P.A Cántaros. Edición Círculo. Foto: José Antonio Alonso.
Una generación y todo un país, que necesitaba liberarse de aquellas ataduras para cantar con esperanza y vivir en libertad:
Pero tú y yo sabemos
que hay señales que anuncian
que la siesta se acaba…
y que una lluvia fuerte…
limpiará nuestra casa.
Pablo Guerrero recitando en Rabanera del Pinar (Burgos). Foto: José Antonio Alonso.
La censura imperante alcanzaba cualquier tipo de expresión sospechosa, pero parece que no se atrevió a prohibir una canción que, teóricamente, lo único que hacía era pedir la lluvia a gritos, como si de una rogativa -laica, eso sí- se tratara. La propia censura se convertía, frecuentemente, en una buena aliada de la fruta prohibida, y los libros, las canciones y las proclamas pasaban de mano en mano y de boca en boca a toda velocidad.
Pablo Guerrero con el escritor Félix Maraña y José Antonio Alonso. Rabanera 2022.
“Están cambiando los tiempos”, llevaba por título una canción de Luis Pastor, otro de los cantautores imprescindibles, y el LP homónimo, editado en 1977 por “Movieplay”, sello que destacó, en aquella época, por sus ediciones en este mundillo que hoy nos ocupa. Eran tiempos de cambio, de un cambio sin retorno; pero la dictadura se resistía a terminar. En 1976, Fraga, ministro de la Gobernación hizo famosa la frase “La calle es mía”, al tiempo que prohibía las manifestaciones del 1 de mayo. Y Pablo Guerrero, un poco después grabó, el L. P. “A tapar la calle”. El tema, que daba también título al disco, era un recuerdo de la famosa canción popular de corro que todos habíamos cantado de niños: “A tapar la calle/ que no pase nadie…”, pero en este caso Pablo alternaba los personajes para los que había que tapar la calle, con otros tipos, de lo más variopinto, para los que, también según sus palabras, las puertas deberían estar abiertas:
A tapar la calle,
que no pase nadie
que no tenga dudas,
que vaya con prisas
y tenga señora
que le lava y le guisa.
A abrir la calle,
que pase la gente
que nunca ha pasado
y los mal peinados
y el Señor Obispo
con su novia en triciclo.
Se ha escrito tanto, en estos días, después del deceso de Pablo, que no quisiera repetirme demasiado, salvo en cuatro rasgos fundamentales que ya se han nombrado: él fue una persona honesta, capaz de ahondar en los sentimientos y en los detalles más humanos, con un lenguaje poético y musical rico y variado, procedente de variadas fuentes. Sus canciones son en realidad obras de artesanía, amasadas en la artesa del silencio y la serenidad, y cocidas en el horno cálido de la vida cotidiana y el sentir de la gente sencilla. Confieso que he disfrutado mucho de sus canciones y que, posiblemente, sea uno de los cantautores que más haya influido en mi faceta de cantautor.
Cuando algunos empezamos a componer, la hornada de los cantautores de la Transición ya tenía una trayectoria bien definida. Muchos bebimos en sus fuentes, las disfrutamos y las adaptamos a nuestro tiempo y a nuestra tierra. Digo tierra y pienso en la influencia que el folklore de cada territorio tuvo en los cantautores y grupos de aquellos momentos. Una mirada al cartel del “Festival de los pueblos ibéricos”, que tuvo lugar en Madrid, en 1976, basta para corroborar el vínculo de muchos de aquellos artistas con las músicas de su lugar de procedencia; ellos y ellas utilizaron los esquemas y las características de la música tradicional y los adaptaron a los nuevos tiempos, fusionándolos con otros ingredientes –jazz, pop, country, etc.-. También Pablo Guerrero se inspiró en el folklore extremeño, sobre todo al principio de su trayectoria, aunque enseguida se sintió atraído por otras corrientes de diversa procedencia que fueron enriqueciendo su acervo musical y poético.
Con nuestra provincia tenía Pablo un cierto vínculo, ya que estudió magisterio en Sigüenza. Por los escenarios de Guadalajara pasó también alguna una vez. Recuerdo un concierto que dio en el Mercado de Abastos, cuando el patio abierto todavía estaba cubierto por un tejado que descansaba en unas hermosas y esbeltas columnas metálicas, ya desaparecidas. Éramos muy jóvenes entonces. Mucho más reciente tengo el concierto que ofreció en el Teatro Moderno, en 2017, organizado por la Fundación “Siglo Futuro”. Allí estuvo acompañado de muy buenos músicos y amigos, presentando algunos temas de lo que sería su nuevo disco: Mundos de andar por casa, título muy en consonancia con su forma de ser llana y sencilla.
Le conocí personalmente, hace poco tiempo, en 2022. Fue en Rabanera del Pinar, en tierras burgalesas, donde, desde hace tiempo, nuestro amigo, el cantautor Iñaki Auzmendi, tiene a bien convocar a cantautores y poetas llegados de variados rincones para hablar a la sombra de un viejo árbol, yantar y cantar en los pueblos de la zona. Allí estaba recitando versos Pablo Guerrero con el que apenas tuve tiempo de conversar, el suficiente para entregarle uno de mis discos. Yo sí sabía que me encontraba al lado de uno de mis cantautores preferidos, el carismático autor de una de las más hermosas canciones, convertida, tal vez sin buscarlo, en un referente de toda una generación y de un inolvidable tiempo de esperanza: A cántaros.