Alejo Vera triunfa con su pintura en el Infantado 100 años después de su muerte
Alejo Vera fue, junto con Casto Plasencia, uno de los dos más importantes y célebres pintores nacidos en la provincia que desarrollaron la mayor parte de su obra en el siglo XIX. Merece la pena visitar su exposición.
Con motivo del centenario de su fallecimiento, que aconteció el 4 de febrero de 1923 en Madrid, se viene celebrando desde el pasado mes de marzo en el palacio del Infantado (Antigua Sala de Linajes) una magna exposición del pintor guadalajareño Alejo Vera (Viñuelas, 1834) que, bajo el título de “Alejo Vera. Buscando la belleza”, han organizado conjuntamente el Museo de Guadalajara y la Diputación Provincial, con la importante colaboración de la Fundación Cajasol, tenedora de varias obras del artista que, antes de integrarse en esta entidad y después en Banca Cívica, pertenecía a la obra social de Caja de Guadalajara. Las cesiones de otras obras propiedad de particulares han completado las aportadas por la Fundación Cajasol. La muestra está constituyendo un notable éxito puesto que hasta este momento la han visitado cerca de 14.000 personas, casi triplicando el número de visitantes máximo que habían pasado por una exposición temporal en el Infantado desde 2014, año en que comenzaron a contabilizarse estos datos. La buena acogida de público ha aconsejado que se prorrogue la muestra hasta el próximo día 22 de octubre cuando, en principio, estaba prevista su clausura para el 24 de septiembre pasado. Es justo reconocer el buen trabajo que han hecho las dos comisarías de la exposición y expertas en la obra de Vera, Mª Lourdes Escudero y Mª Rosario Baldominos, así como también cabe destacar la adecuada y eficaz coordinación que han aportado a la muestra Fernando Aguado y Miguel Ángel Cuadrado, por parte del Museo Provincial, y Plácido Ballesteros, en representación de la Diputación de Guadalajara, de la que es jefe del servicio de Cultura desde hace ya casi 25 años.
Alejo Vera tiene un importante espacio y reconocimiento dentro del arte pictórico español de la segunda mitad del siglo XIX y primer cuarto del XX, encuadrándose su obra dentro de algunos de los estilos propios de esa época, como son el historicismo, el naturalismo y el romanticismo, destacando también como un eminente retratista y también muralista. Nacido en la pequeña localidad campiñera de Viñuelas, donde pasó su infancia, ya en su adolescencia y primera juventud marchó a Madrid a estudiar Bellas Artes en la Escuela de San Fernando. Fue uno de los primeros becarios o pensionados de la Diputación Provincial, corporación que en 1876 instituyó y hasta reglamentó este tipo de ayudas a jóvenes artistas de Guadalajara con especial talento y no excesivos recursos, con el fin de que pudieran formarse adecuadamente en academias españolas y extranjeras, especialmente en la de Roma, como fue el caso del propio Vera. Otros grandes pintores pensionados por la Diputación en el siglo XIX fueron Genaro Leal y Leandro Merino, y, ya en el XX, Fermín Santos y Regino Pradillo.
Numancia, de Alejo Vera, propiedad del Museo del Prado y expuesto en la Diputación de Soria.
Vera complementó su inicial formación como pintor en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando con la que recibió en el taller de Federico Madrazo Kunt, uno de los más reputados artistas españoles del romanticismo pictórico y relevante miembro de la saga de los Madrazo, inaugurada por su padre y patriarca familiar, José -reconocido neoclasicista-, y continuada por su hermano Luis -cultivador de la pintura histórica y religiosa, además de gran retratista- y por sus propios hijos, Raimundo y Ricardo, afectos ya al estilo impresionista.
Italia y la antigua Roma ejercieron en Alejo Vera una gran influencia personal y, sobre todo, artística y allí residió, se formó y trabajó en tres etapas distintas: la primera, la más larga y formativa de todas, entre 1859 y 1874, pensionado por un banquero; la segunda, como pensionado de mérito por la pintura de historia en la Academia Española de Bellas Artes romana, entre 1878 y 1881, y, la tercera, y última, entre 1892 y 1898, ya como director de la propia Academia. La cultura italiana y, sobremanera la clásica romana, fueron tan interiorizadas por Vera que está considerado como uno de los artistas del historicismo pictórico que más ha recurrido en sus obras a Pompeya y Herculano. Casas, objetos, detalles decorativos, costumbres y personajes pompeyanos emergen de entre la lava solidificada del Vesubio que las sepultó hace casi 2000 años y recobran vida idealizada en los cuadros de nuestro paisano pintor. En la exposición de sus cuadros en el Infantado, hay prueba evidente de esta “pompeyofilia” de Vera y, además, muy bien y oportunamente complementados, a modo de atrezo, con restos arqueológicos clásicos de los fondos del museo para hacer dialogar realidad en piedra con ficción al óleo y otras técnicas.
En su segunda estancia temporal en Roma, Alejo Vera pintó una de sus más conocidas y reconocidas obras, titulada Numancia-cuya imagen acompaña este artículo- que mereció la Primera Medalla y su autor la Gran Cruz de Isabel la Católica en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1881. Previamente, en 1856, había recibido una mención honorífica por el cuadro titulado “La Poesía” en la Exposición Nacional de 1856, su primer éxito cuando apenas tenía 22 años. En 1862 y 1866, en esta misma cita expositiva artística nacional, también fueron reconocidas y premiadas con la medalla de primera clase dos obras suyas de temática religiosa: “Entierro de San Lorenzo” y “Santa Cecilia y San Valerio”. Numancia es un óleo sobre lienzo de gran tamaño (3,35 metros de alto por 5 de ancho) que adquirió el Museo del Prado directamente al autor en 1881, ajustándose el precio en 12.500 pesetas. Esta obra, que sigue siendo propiedad del Prado, aunque durante un tiempo estuvo afecta al Museo de Arte Moderno y después al Reina Sofía, está cedida en depósito a la Diputación de Soria desde 1963, en cuyo palacio provincial se expone, en un lugar preeminente junto al salón de plenos y cerca de un retrato del propio Alejo Vera, obra de Palmaroli. Numancia llegó a Soria después de estar un tiempo en la Cámara de Comercio de Salamanca, igualmente cedido por la gran pinacoteca nacional madrileña y formando parte, por ello, del llamado Prado disperso. La imagen del cuadro se ha reproducido en libros, revistas, cromos y hasta en un trampantojo en Soria ya que es una imagen icónica suya. El título original y completo de esta espectacular obra es Los últimos días de Numancia, aunque también hay referencias a ella como La toma de Numancia.
Tras triunfar con la gran obra numantina, Alejo Vera también recibe otro importante reconocimiento, en forma de mención de honor, en la Exposición Internacional de Viena de 1882 y tres años después le otorgan la Gran Cruz de la Orden Bávara de San Miguel, en la Exposición Internacional de Münich. El niño que un día saliera del pueblecito de Viñuelas ya es una figura reputada en el mundo de la pintura a nivel europeo, algo que, junto a su alta cualificación como docente, propicia que sea nombrado director de la Academia Española de Bellas Artes en Roma, cargo que ocupó de 1892 a 1898. A partir de ese año y tras regresar de su tercera y última estancia romana es cuando ya se dedica principalmente a la docencia, siendo nombrado en 1902 catedrático de la Clase de Colorido y Composición de la Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, de Madrid. En 1904 se jubiló por edad, pero prorrogó su labor docente hasta 1919, año en que la abandonó ya definitivamente, cuatro antes de morir. Falleció en Madrid, a los 88 años.
Alejo Vera fue, junto con Casto Plasencia (Cañizar, 1846), uno de los dos más importantes y célebres pintores nacidos en la provincia que desarrollaron la mayor parte de su obra en el siglo XIX. Se da la circunstancia de que ambos habrían podido trabajar juntos como muralistas en la decoración del interior de la iglesia madrileña de San Francisco el Grande, de cuya obra artística Plasencia fue subdirector, pero no lo hicieron finalmente. Se desconoce la causa, pero el artista de Viñuelas estuvo trabajando en bocetos para este templo, si bien no terminó formando parte del equipo de pintores y muralistas en el que sí se integró, y de manera destacada, el pintor de Cañizar a quien dedicaremos un futuro “Guardilón” pues, pese hasta tener calle con su nombre en la capital de la provincia -también en Madrid, en el barrio de Malasaña-, es una figura de primera línea a revisar y reconocer en su justa medida.
A quienes aún no lo hayan hecho, cabe recomendar la visita a la exposición de Alejo Vera en el palacio del Infantado aprovechando su prórroga de un mes. Si no tienen referencias de su obra, se van a sorprender porque estamos ante un gran artista que, objetivamente y no sólo por razón de paisanaje, merece la pena conocer, estudiar y poner en valor, como ahora se dice de forma tan recurrente y a veces hueca. No debería ser este el caso. En la muestra, que es la de mayor enjundia sobre este artista guadalajareño hecha hasta el momento, se pueden contemplar un centenar de obras al óleo, primeros apuntes, bosquejos, croquis e, incluso, documentos de su puño y letra y hasta fotografías tomadas por el propio artista en sus numerosos viajes. El discurso expositivo y la museografía están realmente bien concebidos, trabajados y ultimados. Termino ya diciendo que considero necesario que las instituciones públicas de la provincia negocien con la Fundación Cajasol para intentar que la obra de Vera y el conjunto de la que había en la obra social de la desaparecida Caja de Guadalajara, que actualmente se guarda en un almacén sevillano, regrese cedida a la provincia de la que nunca debió salir. Sabido es que cuando Caja de Guadalajara terminó (des) integrándose en Cajasol, después en Banca Cívica y, finalmente, en Caixabank, se nos “vendió” a todos que iba a constituirse una Fundación Caja de Guadalajara para gestionar y mantener en la provincia el patrimonio artístico de su obra social. Aquello no se cumplió y una importante parte de nuestro patrimonio artístico mueble se almacena y desaprovecha en Sevilla, corre el riesgo de venderse en almoneda y no está a disposición del público en un gran centro museístico en la provincia que es donde debería estar.