Casto Plasencia, el gran pintor de Cañizar que creó una colonia artística en Asturias


La obra que supuso la catapulca a la fama de Casto Plasencia y que le otorgó un puesto ya de reconocimiento general y definitivo en el campo de la pintura fue el ‘Origen de la República Romana’, hoy propiedad del Museo del Prado.

En nuestra anterior entrega mensual de El Guardilón, dedicada al gran pintor guadalajareño, Alejo Vera (Viñuelas, 1834), con ocasión de la magna exposición que con parte de su obra ha estado abierta al público en el palacio del infantado en el año en que se cumple el centenario de su muerte, ya comentábamos que este artista plástico conformaba, junto con Casto Plasencia (Cañizar, 1846), la dupla de los más importantes pintores nacidos en la provincia que crearon su obra, fundamentalmente, en la segunda mitad del siglo XIX. Si hace un mes hablábamos de Vera, hoy lo vamos a hacer de Plasencia, significando que ambos fueron dos reputados artistas que, pese a ser coetáneos y paisanos, no nos consta precisamente su amistad, incluso hay indicios de que el segundo pudiera haber vetado o, al menos, no apoyado al primero para formar parte del equipo de pintores y muralistas que decoró la iglesia madrileña de San Francisco el Grande. El hecho de que Plasencia formara parte destacada de ese equipo, siendo incluso su subdirector e inspector de obras, y de que Vera preparara algunos bocetos para este proyecto que finalmente no se realizaron, nos lleva a especular con esa posible discrepancia personal y/o artística entre ellos. Insisto en que no es una circunstancia documentada, pero los hechos apuntan a ella y entiendo que era necesario comentarla al inicio de este artículo pues lo que es seguro es que ambos se conocieron y sabían de sus comunes raíces guadalajareñas.

Las vidas personales y artísticas de Vera y Plasencia no solo coincidieron en el tiempo-aunque el primero era doce años mayor que el segundo- y la provincia de nacimiento, sino que también ambos salieron siendo adolescentes de sus respectivos pueblos de origen para iniciar sus estudios de plástica en la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando y después fueron pensionados en la Academia Española de Roma. En el caso del pintor de Cañizar, éste quedó huérfano de madre, Ángela Maestro, antes de cumplir los diez años y poco después perdió a su padre, Isidro Plasencia, médico rural. Gracias al amparo y protección de un condiscípulo y amigo de su padre, el brigadier Ramón Sandoval, el huérfano Casto Plasencia pudo ir a vivir y a estudiar a Madrid a la edad de 14 años, donde recibió una educación integral esmerada, especialmente en el campo de las artes plásticas en el que destacó desde niño. Era tanto su talento que ya en el segundo curso en San Fernando fue merecedor de una pensión del Ministerio de Fomento dotada con 4.000 reales, un importante peculio en la España de aquel tiempo. Esa pensión o beca, alivió la carga voluntariamente asumida con él por Sandoval quien, no obstante, tampoco pudo protegerle más allá de 1868, año en que falleció. Casto tenía entonces 22 años y ya había adquirido un nivel artístico tan notable que, incluso, fue merecedor de una de las dos becas de la Academia de España en Roma reservadas a pintura histórica, uno de los campos plásticos en los que más destacó siempre, junto al retrato, la pintura religiosa, el retrato, el costumbrismo y, a diferencia de Alejo Vera pues no lo cultivó pese a realizar algunos bocetos, el muralismo de gran tamaño.

Además de las pensiones públicas que obtuvo Plasencia por su talento y progreso artístico, tanto en Madrid como en Roma, tras el fallecimiento de su primer y más firme protector, el brigadier Sandoval, encontró el mecenazgo de dos importantes aristócratas españoles que, subyugados por su categoría pictórica, también apoyaron decididamente su carrera. Se trata del conde de San Bernardo y del marqués de la Vega de Armijo. Este último llegó a ser ministro de Fomento, de la Gobernación y presidente de la Diputación de Madrid. Antonio Aguilar y Correa, que así se llamaba el marqués, conoció la habilidad artística de Casto Plasencia cuando este era aún adolescente y obtuvo la beca de 4.000 reales antes aludida pues era él entonces, precisamente, el ministro de Fomento que la entregó.

'Origen de la República Romana', de Casto Plasencia. Colección: Museo Nacional del Prado.

La obra que supuso la catapulta a la fama de Casto Plasencia y que le otorgó un puesto ya de reconocimiento general y definitivo en el campo de la pintura fue la titulada El origen de la república romana, actualmente propiedad del Museo del Prado junto con otras cuatro creaciones del artista guadalajareño. Ese cuadro historicista y de grandes dimensiones fue pintado durante su estancia como pensionado en Roma, siendo su obra cumbre allí inspirada y realizada. Este imponente cuadro mereció dos importantes distinciones de carácter nacional e internacional que contribuyeron a amplificar su prestigio y notoriedad artística: la primera medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, de 1878, y la tercera medalla y Legión de Honor de la Exposición Universal de París, del mismo año.

Dos jalones cimentan la carrera artística de Plasencia: su previamente comentada y destacada participación en la decoración de la iglesia de San Francisco el Grande y, ya en la etapa final de su corta vida, pues falleció a la temprana edad de 44 años, la creación de la “Colonia artística” de Muros, en Asturias, con la que impulsó en España el llamado “paisajismo plenairista”; es decir, sacó a los pintores de sus estudios y los llevó al campo para realizar sus obras al aire libre, en plena naturaleza, tomando como modelo el paisaje y las figuras humanas que en él laboraban u ociaban. Extraordinarios paisajes y escenas costumbristas de esta etapa forman parte del legado pictórico de Casto Plasencia.

La participación del pintor de Cañizar en la decoración de San Francisco el Grande fue muy relevante, en tanto en cuanto no solo aportó obra suya en espacios notorios del templo, como la cúpula principal-tres de los ocho cascos en que se estructura fueron pintados por él-, el coro y, sobre todo, la capilla de la Orden de Carlos III, sino que también fue el subdirector e inspector de obras, así designado por el máximo responsable de ellas y director del proyecto, el notable pintor Carlos Luis de Ribera. Uno de los críticos de arte más reputados de la época, José de Siles, destaca la aportación artística de Casto Plasencia en la decoración de la bóveda de la capilla carolina de San Francisco el Grande diciendo que su obra, allí, es de tan elevada categoría que “ha volado por los cielos” y en ella “el arte contemporáneo ha dado muestra irrecusable de gigante vitalidad”. Siles, incluso, compara el alto nivel artístico del muralismo de Plasencia con el alcanzado por artistas del renombre de Goya o Tiépolo que también practicaron esta forma de expresión pictórica plasmada directamente sobre superficies de pared. Nuestro paisano también dejó señera huella como muralista en otros edificios, como el Palacio del Marqués de Linares, donde pintó varias alcobas, el salón de recepción y el tocador, así como en el famoso e histórico Café de Fornos, inaugurado en 1870, lugar de tertulias de políticos, intelectuales y toreros, como recuerda la placa que el Ayuntamiento de Madrid instaló en 1991 en el lugar donde estuvo ubicado en la calle Virgen de los Peligros. Otros grandes pintores de la época, como Zuloaga o Emilio Salas, también participaron en la pintura decorativa de este mítico café esquinero que, como tantos otros recursos a caballo entre el mundo de las artes, la hostelería y la bohemia, terminó siendo sustituido por un banco en los años 40 del siglo XX.

Terminamos este acercamiento a Casto Plasencia destacando la creación a él debida de la llamada “Colonia artística de Muros”, un bello concejo asturiano occidental próximo a Cudillero del que depende la parroquia de San Esteban de Pravia, donde exactamente se residenció el enclave. Fue apenas un lustro antes de morir cuando nuestro paisano, cautivado por la belleza paisajística de aquel lugar, del que era oriundo uno de sus alumnos predilectos, Tomás García Sampedro, promoviera allí encuentros periódicos estivales de pintores para realizar y perfeccionar su trabajo al aire libre, practicando el ya nombrado “paisajismo plenairista”. En aquella singular colonia se dieron cita habitual artistas que en el tiempo de la Restauración tenían un cierto renombre, como es el caso de Francisco Alcántara, Vicente Bas, Tomás Campuzano, Manuel Domínguez, Lhardy, Tomás Muñoz Lucena, Alfredo Perea, José Robles o Luis Romea, entre otros. Se da la circunstancia de que a Plasencia le sobrevino la muerte por una pulmonía en mayo de 1890, apenas cinco meses después de que el ayuntamiento de Muros acordara cederle 18.376 metros de las marismas de la playa de San Esteban para construir allí un grupo de hórreos que dieran acogida en el futuro a los pintores de su colonia. Y con él, murió el proyecto de Muros, pero no la idea del paisajismo plenairista que él plasmó en España, pero que se extendió a nivel internacional y aún hoy pervive. Leopoldo Alas “Clarín”, parte de cuya infancia transcurrió en Guadalajara, despidió con estas palabras a Casto Plasencia: “¡Qué de prisa mueren los buenos, los poetas, los artistas!... ¡Cuántas almas nobles faltan! ¡Ya no hay Plasencia!...”.