Charlas a la fresca
Veraneantes y forasteros van llegando desde julio a sus segundas residencias o casa del pueblo. Algunas costumbres no se pierden. Como el paseo nocturno tras la cena y las charlas a la puerta de casa, sentados en los tradicionales poyos, hamacas y sillas de enea.
Varios pueblos andaluces promueven que esta cháchara al fresco entre vecinos y amigos para ponerse al día de noticias locales, sea declarada Patrimonio Inmaterial Cultural de la Humanidad. Una decena de otras regiones apoyan la iniciativa. Cierto que tampoco faltan alcaldes contrarios y dispuestos a multarlas.
Viajeros ingleses del XVIII ya se hacían eco de esta estampa typical spanish, tradicional y entrañable. Ofrecía, sin duda, una postal indiscutible de las ancestrales costumbres de pueblo.
Lo ideal de esta tradición, más propia de poblaciones pequeñas de la España profunda, es no más de nueve personas. Como las musas, según aconsejaba Cicerón para los banquetes. Lo normal es hablar del día a día, la infancia, lo que hacían de jóvenes, darse consejos y recordar los buenos tiempos.
En estos corros de chismorreo, especiales en noches con temperaturas tropicales insoportables dentro de las casas, se elude conversar de política y de fútbol para evitar peloteras sin ton ni son. Tampoco son bien recibidos «los cotilleos» picantones y el uso de móviles, salvo para enseñar fotos de cuando jóvenes o recordar algún momento.
A veces dan las tantas de la noche. Estudiosos modernos la incluyen entre las terapias, porque los participantes se apoyan entre todos, “matan el tiempo” y tratan de hacer más llevadero el calor.
Antes también había tertulias vespertinas, en las que algunas abuelas aprovechaban para hacer ganchillo, jugar a la brisca o al burro. Pero las nuevas tecnologías, la falta de jóvenes y de su interés, y el aire acondicionado les están dando jaque mate.