Septiembre de bronca
Los veraneantes/turistas han echado la llave a la casa del pueblo, se han despedido desde la curva en la que sus abuelos con ojos llorosos le decían adiós, y han dejado calles, callejuelas, plazas y caminos con una paz hermanada con los cementerios.
Algunos temporeros, los menguantes vecinos y sus ediles, que les siguen llamando “los de la capital” o “los de fuera”, se han quedado como perro sin pulgas.
Septiembre nada tiene que ver ya con aquel de “el que tenga trigo que siembre”, como aconsejaba el refranero, ni con las flores ‘quitameriendas’ (colchicum montanum), que adornan los caminos y praderas anunciando el recorte de los días y las duras faenas.
También han desaparecido aquellos romanticismos postverano de la película y famosa canción sesentera Cuando llegue septiembre.
Se avecina un septiembre tormentoso. Las ferias de Molina suelen ser regadas desde el cielo. En el Parador, como la soga en casa del ahorcado, mejor ni mentarlo. Tras la chicharrina las mujeres del tiempo siempre tienen una dana a mano para apuntalar el malvado cambio climático.
La temporada de incendios, con políticos ineptos y carroñeros, pasará. En breve se olvidarán las tierras calcinadas, los pactos de Estado y las promesas. Y el campo seguirá abandonado y maniatado con normas estúpidas.
Empezará el nuevo curso escolar y político con bronca y muchas asignaturas gubernamentales pendientes (salario mínimo, presupuestos…) tras un balance legislativo ruinoso. Tocará el perdón de la deuda a Cataluña a costa de todos y el regalo a los pseudoindepes de TV2, Talgos, aeropuertos y otras tajadas.
Este verano hemos sido algunos menos. Dice un colega que cada vez que las campanas de una iglesia de la España despoblada tocan a muerto es otra baja que no se repone, otro viejo guerrero que abandona, otra casa cerrada. Alguna quizá para siempre.