Clara Campoamor y su pecado mortal


Clara Campoamor fue una parlamentaria verdaderamente brillante que se involucró en numerosas iniciativas favorables a la infancia, las personas más desfavorecidas y, por supuesto, las mujeres.

Por Araceli Martínez Esteban 

Este año se conmemoran los cincuenta años de la muerte de Clara Campoamor, la gran artífice de la conquista del voto femenino y una de las principales activistas de los derechos de las mujeres hasta su óbito en Suiza en 1972. A pesar de su trayectoria, caracterizada por la coherencia y la humanidad, fue La mujer olvidada, como la definió el periodista Isaías Lafuente en una de las mejores biografías que se ha escrito sobre ella.

Al contrario que otras destacadas feministas de su época, no procedía de una familia más o menos acomodada. Tras realizar una gran variedad de trabajos humildes aprobó las oposiciones de Telégrafos, pero en su afán de superación, con más de treinta años, decidió retomar los estudios que se vio obligada a abandonar cuando falleció su padre, logrando sacar en poco más de tres cursos no solo el Bachillerato, sino también la carrera de Derecho.

Su padre, un republicano convencido, inculcó en su hija el amor por esta forma de Estado. Así, se opuso a la dictadura de Primo de Rivera, negándose a ocupar los puestos que este le ofreció (como pueden imaginar, esta postura le trajo consecuencias no muy positivas) y, con el advenimiento de la República, tuvo claro que esta no podía ser concebida sin la participación de las mujeres como ciudadanas de pleno derecho.

Clara Campoamor en su despacho del Congreso de los Diputados. Autor: Martín Santos Yubero.

Nunca ocultó su deseo de ser diputada para implicarse en la Constitución del nuevo tiempo político. Por ese motivo, aunque inicialmente formó parte de las filas de Acción Republicana – el Partido de Azaña-, cuando desde esta formación se le negó la posibilidad de ocupar escaño, se integró en el Partido Radical, logrando ser diputada constituyente y, además, miembro de la Comisión Constitucional.

Para ella, los partidos políticos no eran un fin en sí mismo, sino el instrumento para alcanzar la transformación social, que no le parecía posible sin la igualdad entre mujeres y hombres. En 1934 volvió a demostrar esta convicción abandonando el Partido Radical, entonces en el gobierno. Campoamor era la directora general de Beneficencia, pero las discrepancias con la gestión gubernamental y con la derechización de su grupo político le llevaron a redactar una durísima carta a Lerroux en la que le acusaba de haber traicionado los principios republicanos.

  En 1936, tras la victoria del Frente Popular, escribió El voto femenino y yo: mi pecado mortal, donde se reafirmó en sus postulados y, también, se sacudió la culpa que se le había atribuido tras la derrota electoral en 1933 de los partidos republicanos, que achacaban la victoria de las derechas al voto de las mujeres. A este respecto no pudo ser más elocuente, afirmando que el sufragio femenino se convirtió en «el chivo hebreo cargado con todos los pecados de los hombres y ellos respiraban tranquilos y satisfechos de sí mismos cuando encontraron esa inocente víctima, criatura a cuenta de la cual salvar sus culpas. El voto femenino fue, a partir de 1933, la lejía de mejor marca para lavar torpezas políticas varoniles».

Clara Campoamor es conocida por su impresionante labor política, llegando a ser una parlamentaria verdaderamente brillante que se involucró en numerosas iniciativas favorables a la infancia, las personas más desfavorecidas y, por supuesto, las mujeres. Como ya hemos comentado, peleó con soberbio denuedo por el sufragio universal, pero antes consiguió, no sin lucha, que la Constitución del 31 admitiera la igualdad de las mujeres y los hombres sin ningún tipo de condicionantes ni matices.

No hay constancia de que Campoamor estuviera en Guadalajara, pero sí de la expectación que causó que las mujeres fueran a estrenar sus derechos políticos; vean si no lo que publicó Flores y Abejas: «¿Por qué no han de votar? Votarán las mujeres. En el cumplimiento de todos sus deberes, las mujeres pueden dar lecciones a los hombres. Además, que todas tienen un concepto exacto del deber y en los momentos críticos las mujeres son más valientes y decididas que los hombres. Votarán las mujeres. Aquí, en Guadalajara, fácil es ser profeta (…)».

Tristemente, Campoamor pagó caro el no asumir la militancia como una suerte de feligresía acrítica, pero no por ello, y a pesar del ostracismo político al que fue sometida por la izquierda y por la derecha, dejó de defender sus ideales de igualdad y republicanismo. Entre ellos se encontraba la abolición de la prostitución – reivindicación feminista desde los orígenes del movimiento-, que siempre sostuvo desde las instancias en las que se encontrara, fueran políticas o sociales. 

En este sentido fue socia de una de las primeras organizaciones feministas del país, la ANME, y también de la Asociación de Mujeres Universitarias. Colaboró con el Lyceum Club, fue una de las fundadoras de la de la Liga por la Paz y la Libertad, que aunaba el feminismo y el pacifismo, y creó la Unión Republicana Femenina en con el objetivo de atraer a las mujeres de clase media y trabajadora a los ideales de la recién estrenada República por la que tanto luchó.

Medio siglo sin Clara Campoamor y muchos años de olvido para una mujer tan admirable. Afortunadamente su arrojo y honestidad siguen presentes a través de la genealogía feminista y, lo más importante, de su ejemplo.

PD. Este sábado, 21 de mayo, Isaías Lafuente y servidora participamos en un acto promovido por el Ayuntamiento de Guadalajara para reconocer la memoria de Campoamor. Fue el zaguán del Museo de Guadalajara, el Palacio del Infantado.