Cuando se apaga la luz

18/12/2021 - 11:43 Emilio Fernández Galiano

 Lo de Verónica Forqué no es más que un botón de una muestra anónima, silenciosa, de la que los medios hablan muy poco o nada porque viene a ser testimonio de nuestra propia vergüenza, la de una sociedad enferma.

 Lo de Verónica Forqué no es más que un botón de una muestra anónima, silenciosa, de la que los medios hablan muy poco o nada porque viene a ser testimonio de nuestra propia vergüenza, la de una sociedad enferma.

Se supuso durante tiempo que había una especie de pacto mediático para no hablar del “monstruo”, pues se pensaba que al airearlo se incitaba a coquetear con él, si no a terminar en sus fauces. Pero cuando alguien, famoso o no, muere, si existe la mínima sospecha, se despierta el morbo de lo innombrable. 

Resulta que durante la pandemia se han batido records de suicidios en España. Y no es que el virus haya sido la causa, no ha hecho mas que agravar una realidad a la que nadie quiere mirar de frente, no vaya a ser que termine por seducirle. Pero es también porque es el reflejo oscuro en el espejo de nosotros mismos, como colectividad, como otra pandemia pero en este caso sin bicho propiciatorio, sino como fracaso de un proyecto vital. 

El año pasado, en España, casi 4.000 personas decidieron quitarse la vida (presumiblemente más porque los hay que se empeñan en que parezca un accidente).  Cifra muy superior a otras causas que, sin embargo, recoge menos atención y, desde luego, menos recursos. 

En el “Crack del 29” muchos neoyorquinos decidieron arrojarse desde los rascacielos –éxito asegurado-, al contrastar que la bolsa se había llevado todos sus patrimonios. “Tenías que tener cuidado de que no te cayera alguno encima paseando por Wall Street”, comentan los supervivientes que quedan. El drama fue apenas publicitado, bastante menos que las consecuencias de la Ley Seca. Pero aquélla fue una crisis con un origen y un final, acción, reacción. Dicen que la peor de las depresiones, antesala del fatal destino, es la originada sin causa concreta. 

Según las cifras oficiales, en nuestro país se suicidan el triple de varones que de mujeres, siendo el promedio de edad más numeroso el comprendido entre los 50 a los 60 años. Llama la atención, muy significativa, el aumento de suicidios entre los jóvenes desde los 15 años. Genera escalofríos reflexionar sobre cualquier pérdida de vida voluntaria, pero especialmente en gente joven con todo el futuro por delante -vaya triste paradoja-. No en vano, ya es la principal causa de muerte no natural entre la juventud.

Nos enfrentamos a otro tipo de pandemia que, aunque nos empeñemos en silenciarla, empieza a adquirir tintes dramáticos. Hospitales saturados por enfermos mentales, falta de especialistas o aumento del consumo de ansiolíticos son sólo efecto del problema. Si no atendemos la causa y, lo que es peor, la desconocemos, mala terapia podremos aplicar. En mi opinión, una progresiva pérdida de valores está alterando nuestra convivencia, dejándonos sin referencias válidas a las que poder sujetarnos. Por desgracia, muchos, perdida esa referencia, deciden apagar la luz.