
Devoción que no se detiene: Yunquera arropa a su Cristo bajo el aguacero
A las 19:30 horas, las puertas de la parroquia de San Pedro Apóstol se abrieron con solemnidad. Era el inicio del Vía Crucis, y el silencio de la espera se rompió con el primer redoble de la Banda de Música de la Soledad. De rodillas, en gesto de entrega, los anderos alzaron la imagen del Cristo de la Vera Cruz entre los aplausos de los vecinos, que abarrotaban la plaza. Con paso firme, comenzó así un recorrido que unió fe y emoción, bajo un cielo que pronto quiso también hacerse presente.
El cortejo avanzó arropado por los sones de la Banda, que alternaba compases lentos y recogidos con otros más intensos, en una perfecta sintonía con los momentos del rito. Cada nota se convertía en plegaria, y cada esquina del pueblo se impregnaba de una espiritualidad contenida, sentida, compartida.
Pero fue a mitad del trayecto cuando la noche cambió de tono. Un aguacero inesperado obligó a modificar la ruta. Lejos de dispersarse, la comitiva se reagrupó con entereza y buscó refugio por la calle La Soledad. Desde allí, los pasos penitenciales retomaron su curso hacia la plaza de los Hermanos Gascuñana y, finalmente, la plaza de la Iglesia, donde aguardaban decenas de yunqueranos bajo sus paraguas.
Y fue en ese último tramo donde se concentró toda la emoción. Desde la plaza Gascuñana hasta la iglesia, los anderos aceleraron el paso, casi al trote, llevando al Cristo entre un silencio roto solo por los latidos del pueblo. La imagen avanzaba con fuerza, como si volara entre las gotas, provocando un estremecimiento colectivo.
Dentro del templo, el acto culminó con la lectura de las últimas estaciones. La lluvia seguía golpeando los cristales cuando sonaron los últimos redobles de la Banda de la Soledad. Fue el cierre perfecto a una jornada donde la fe no se detuvo ni ante el cielo abierto, y donde Yunquera volvió a demostrar que su Semana Santa se vive con el alma.