El algoritmo de Azorín

02/07/2023 - 16:27 Emilio Fernández Galiano

Apoyemos el talento de nuestros menores para los nuevos avances en materias de las que no puedo hablar desde mi desconocimiento, pero no les convirtamos en ignorantes respecto a nuestras mejores referencias que el arte nos proporcionó.

Lo que se entiende hoy en día por un alumno brillante es aquél que domina un algoritmo o inicia sus primeros pasos por la inteligencia artificial (IA). Los nuevos medios creativos virtuales desde aplicaciones informáticas generan obras imaginarias que ya reservan importantes galeristas. Pronto la experiencia se extenderá a todas las manifestaciones artísticas del ser humano en sus diferentes versiones. ¿Del ser humano o de la ciencia cibernética?

La formación de nuestros jóvenes goza hoy de una libertad que nuestra generación no tuvo. Y me parece acertada la decisión de respetar las inquietudes de nuestros descendientes para desarrollar su talento desde sus gustos y preferencias, en la mejor acepción aristotélica, por mucho que la mayoría nunca sabrá lo mucho que hizo el filósofo por ellos. 

En mi caso, por ejemplo, mi padre me convenció de abandonar la idea de estudiar Bellas Artes usando razones pragmáticas propias de William James (padre de la escuela filosófica del pragmatismo), pero yo prefería parecerme a Fortuny en lugar del tal James. La pregunta clave que me hizo fue ¿cuántos artistas viven en España de su creatividad? ¿Y abogados, cuántos viven de las leyes? Claro, terminé licenciándome en Derecho.

No en vano, reconozco que gracias a la ciencia jurídica conocí brillantes ideas y no menos atractivas teorías filosóficas. Lo que clásicamente llamamos carreras sociales y de humanidades nos aportan una visión global que difícilmente pueden concebir los expertos en álgebra cuántica, pongo por caso -aunque los grandes matemáticos fueron eminentes filósofos-. La filosofía, el arte, la literatura, el derecho, la música o la pintura nos forman desde una visión universal, mientras que la especialización focaliza la atención en lo concreto aunque, gracias a ello, lo aportado para el progreso de la humanidad es incalculable.

Como siempre, las ciencias y las letras se complementan de forma mágica para el bien de nuestra civilización. Otra cosa es que, por mor de una irrefrenable pasión por las nuevas tecnologías, nuestros herederos olviden la magnitud de otras ciencias que no necesariamente se centran en complejas combinaciones matemáticas trasladadas a la informática y sus diferentes aplicaciones. Hace poco leí un texto elaborado por IA ante un asunto cualquiera, el que fuera. La respuesta era de una lógica aplastante y las formas, aceptables, sin salsa alguna, eso sí (hasta el maestro Antonio Herrera Casado ha jugado con la experiencia). No obstante, en algunas empresas yan han empezado a prohibir el recurso de la IA para el desarrollo de textos. Me parece bien, porque lo correcto puede resultar frío y finalmente artificial. 

Apoyemos el talento de nuestros menores para los nuevos avances en materias de las que no puedo hablar desde mi desconocimiento, pero no les convirtamos en ignorantes respecto a nuestras mejores referencias que el arte nos proporcionó. No vaya a ser que piensen que Fortuny tenía mucha pasta o que Cervantes era un tipo de ciervo. Como concluyeron en el Aula de Cultura de ABC sobre los ciento cincuenta años del autor de “Castilla”, “hoy casi nadie lee a Azorín, y esto es barbarie, ignorancia.