El camino de la esperanza
“Ahora mismo, mientras yo escribo estas líneas o tú estás leyéndolas, se está torturando y matando a animales para que la humanidad pueda comer, vestirse, maquillarse...”
Todos nos necesitamos. Los unos a los otros. Sin entender esa cadena de favores en el devenir de la vida de los seres vivos, la convivencia carece de sentido. Una convivencia entendida como vulnerabilidad, pero no como un signo de debilidad sino como la empatía hacia el otro, hacia el que más lo necesita.
En las últimas décadas estamos asistiendo a una revolución en la forma en que percibimos a los animales, siendo cada vez más visible el trato que les dispensamos. Ese despertar ante una nueva realidad la vivimos cada uno de nosotros de una manera distinta porque conocerla remueve nuestra conciencia y desestabiliza los cimientos bajo los que la hemos construido. En algunos permanece la pasividad sin que se produzcan cambios en sus acciones para paliar el sufrimiento en otros seres vivos, capaces de mirar hacia otro lado obviando, negando e invisibilizando a las víctimas. En otros comienza un nuevo horizonte por los cambios que supone ser activo, ya no solo en la alimentación para evitar muertes innecesarias por la forma en que estas se producen, sino en cada paso que se da para no generar sufrimiento en ningún animal que haya sido privado de su libertad y bienestar.
Tomar partido con determinación no es tarea fácil, cambiar la conducta mucho menos y llevarla a cabo, en muchas ocasiones, resulta harto complicado. Una vez que el reto está aceptado, la existencia ya no vuelve a ser la misma, aunque en la actualidad el camino abierto por aquellos que nos han precedido haga que la elección de quienes defendemos el derecho a una vida digna de los animales sea mucho más sencilla. Hace tan solo unos pocos años no existía el concepto de comida vegetariana y mucho menos vegana, elegir esta opción era un cuestionamiento, si no burla, en las relaciones con los demás. Ni qué decir de elegir un champú que estuviera libre de maltrato animal. Hoy es posible. Las posibilidades son múltiples y lo difícil es dar una excusa como válida para renunciar a la ética.
Casi todos amamos a los animales, cualquiera puede contarte lo conmovedor que le resultó el contacto con alguno de ellos, como un tierno cordero, aunque luego se lo comiera. Sin embargo, conectar con los animales como seres vivos sintientes es otra historia porque supone un cambio tan exigente en el día a día que muchos no están dispuestos a asumirlo, y resulta más cómodo renunciar a lo ético. Esta contradicción en los comportamientos es común, porque implicarse por estos motivos es el camino más costoso de elegir.
Como ya sucediera en Italia hace siete siglos de la mano del pintor florentino Giotto, que emprendió un nuevo estilo rompiendo con un pasado donde la rigidez, la planicie y lo bidimensional imperaban en la pintura, los activistas han iniciado un nuevo camino en busca de un ideal de belleza en el comportamiento de los humanos con los que no son de su especie. Buscan la ruptura con tradiciones y costumbres que nos impiden evolucionar.
Ahora mismo, mientras yo escribo estas líneas o tú estás leyéndolas, se está torturando y matando a animales para que la humanidad pueda comer, vestirse, maquillarse, perfumarse o divertirse. ¿Injusto? ¿Innecesario? ¿Obsceno? La realidad en su forma más cruda.
Conceptos como abolicionismo, empatía, defensa animal, vegano o especismo, conviven en la actual sociedad de manera natural, a estas alturas casi sin tener que explicar su significado. Se han incorporado al diccionario de la Real Academia Española recogiendo un nuevo estilo de vida que cada día y pausadamente se arraiga en nuestros hábitos. Dar voz a los animales, protegerlos, cuidarlos, alimentarlos y visibilizarlos no tiene que ser la excepción. Las personas que lo llevan a cabo no deben hacerlo desde el anonimato ni escondiéndose, son personas valientes y comprometidas en su acción y sus actos. El cambio social en este ámbito es ya un hecho imparable.
Llevo a mis espaldas dieciocho años de activismo en los que he aprendido todo lo bueno y todo lo malo de este mundo. Recuerdo con intensidad a cada uno de los animales que cuidé, protegí, di en adopción y aquellos a los que acompañé hasta su último aliento, y eso no se borra de mi memoria ni de mi historia. Ahora, aquí sentada, sigo escuchando esos mismos latidos en aquellos animales que continúo ayudando, y ese es, a mi entender, el sentido de la vida.
Mientras yo les ayudo a ellos, ellos me ayudan a mí. De su pata seguiré practicando el respeto a los seres vivos en el único camino que concibo, el de la esperanza.