El húesped del Ganges


Araceli Martínez, doctoranda de la Universidad de Alcalá y exdirectora del Instituto de la Mujer de Castilla-La Mancha inicia este viernes la sección 'Vindicaciones' en la edición impresa de Nueva Alcarria.

Esta sección que hoy iniciamos pretende contribuir con humildad, pero con determinación, al rescate de la memoria de las mujeres (una cuestión de «justicia histórica», como una vez escuché decir a la gran Laura Freixas), pues sin ellas, la historia de la humanidad quedaría incompleta.

Nadie duda de que el conocimiento del pasado nos ayuda a entender mejor el presente, para lo bueno y para lo malo. Al fin y al cabo, una parte significativa de lo somos hoy en día es el resultado de las decisiones, acciones y fenómenos que sucedieron en un tiempo pretérito. 

Además, hay algunos episodios que, cual maldición, parecieran repetirse de manera cíclica, como es el caso las epidemias. A menudo mencionamos la pandemia de gripe de 1918, pero aún podemos remontarnos más atrás de la mano de una de nuestras ilustres paisanas de adopción, mi admirada Isabel Muñoz Caravaca, a la cual, más adelante, dedicaremos un merecidísimo monográfico.

Allá por noviembre de 1910, nuestra cronista de excepción ya escribió sobre los temores a una nueva epidemia de cólera que se estaba desatando ese año. En el mismo artículo, publicado en Flores y Abejas, hace un repaso a las crisis sanitarias a las que tuvo que enfrentarse directamente o través de la huella familiar que dejaron, mostrándonos que el abordaje de las mismas ha variado poco desde el siglo XIX: mascarilla, desinfección y, como si estuviésemos en 2020, huida de Madrid.

Foto: Antiguo Hospital Civil junto al convento de los Remedios.

 

Así, nos dice que en el contagio de cólera de 1834 murió una gran parte de su familia sin haber recibido asistencia médica ni confesión debido al miedo imperante, pese haber sido “muy buenos católicos”. Ahora que tanto se habla del impacto que la pandemia puede causar en la infancia -y con razón-, Muñoz Caravaca cuenta cómo el espanto se fue transmitiendo a las siguientes generaciones. 

Mi opinión, si es que esta valiera de algo, es que no hay que engañar a nuestras criaturas sobre la realidad de lo que acontece, pero tampoco insuflarles pánico, pues este es paralizador y verdaderamente seguimos teniendo mucha necesidad de inteligencia y creatividad que ayude a construir un mejor mundo del que nos ha traído hasta aquí. Pero prosigamos, que sin querer me he desviado del tema.

En 1855, la maestra feminista relata que “el miedo en Madrid debió ser de primera calidad”, provocando algo que seguro nos resuena en estos momentos: “que todo el que podía se escapaba de Madrid, y en los pueblos no miraban con muy buenos ojos a tales inmigrantes (…)”. 

En cuanto a 1865, “los días de prueba fueron los primeros del mes de Octubre”. Se desinfectaba abundantemente con cloruro de cal, también conocido como polvos de gas y se ponían alcanfor en la boca y los labios como barrera al también llamado “huésped del Ganjes”.

Como ahora, el interés por la información era notable. “Buscábamos en los periódicos”, declara; sin embargo, “una consigna misteriosa para las relaciones corrientes existía entre los médicos, el público y la prensa: no se hablaba de cólera (…): decíamos enfermedad reinante”.

Las cuestiones relativas a salud pública parece que se habían perfeccionado en la epidemia de cólera de 1885, informándonos Muñoz Caravaca de que “iban de veras las cosas higiénicas, y se fumigaba sin compasión (…), salíamos del tren y nos metían en un casucho de tablas, donde nos pulverizaban con un vapor caliente insufrible”, al tiempo que se lamentaba de que esas medidas eran solo para entrar a Madrid y no a la salida.

Nadie duda de que las epidemias remueven los cimientos de una sociedad. Tras ellas las cosas raramente vuelven a ser iguales, siendo una responsabilidad colectiva que los cambios no constituyan una involución que acreciente la injustica social y las desigualdades, también las basadas en el sexo. La historia nos demuestra cómo la mayoría de las crisis se han saldado con consecuencias nefastas para las mujeres y las niñas, tal como nos lo advirtió Simone de Beauvoir, “nunca olvides que una crisis política, económica o religiosa será suficiente para que los derechos de las mujeres sean cuestionados”.