El lenguaje despoblado
Por favor no hablen de la España vaciada, es como darle la vuelta a Trijueque y tirar todo el pueblo al precipicio que genera tan bonitas vistas. ¿No sería más correcto hablar de la España despoblada?
Tengo la ingrata manía de cuidar nuestro idioma, o al menos intentarlo. No me refiero a hablar o escribir correctamente, ya sea la ortografía, la gramática o su sintaxis u otras formas que vertebran nuestro idioma, se trata, además, de hacerlo bien. Y reconozco que no es fácil, quién no comete un error o se le cuela un gazapo. De hecho, y antes de que existiera internet, lo normal era tener a mano el Julio Casares o el María Moliner, diccionarios imprescindibles para cualquier escritor o profesional que precisara la redacción para su trabajo. Recuerdo con agrado el libro de consulta de Lázaro Carreter El dardo en la palabra” cuyo título explica gráficamente lo que pretendo decir.
Más allá de lo correcto, me gusta también aportar cierta elegancia, si es que puedo o estoy inspirado. Absurdamente, me pongo a reflexionar por qué se le llaman, por ejemplo, “enfermedades raras”, con la connotación un tanto despectiva que el término “raro” supone, cuando sería mucho más apropiado, pongo por caso, “enfermedades atípicas, o no comunes”, sin que el nombre perdiera su significado pero ganara en amabilidad.
Con lo del lenguaje inclusivo me pasa otro tanto, generándome no pocos conflictos frente a los que se quedan en una primera impresión sin reflexionar ni profundizar. Otro ejemplo, no entiendo porqué se recurre al término “jueza”, cuya fonética es como la de un violín desafinado, cuando simplemente “juez” –en condición de término neutro, sin terminar ni en “a” ni en “o”-, sirve para denominar a los que imparten justicia. El artículo correspondiente será el que determine si hablamos de hombre o mujer: “la juez” o “el juez”. Además de ser mucho más elegante, ciertos radicales podrían exigir por los mismos argumentos que se aplican al género femenino, el que a partir de ahora se denominara al “juez”, “el juezo”. Tamaño despropósito.
Con el Covid hemos asistido también a usos paradójicos. Llamar desescalada a lo que toda la vida hemos llamado descenso resulta, al menos, curioso. “Desescalan los accidentes de tráfico” (¡?). Rebajar, por otra parte, a la colectividad a la categoría de rebaño tampoco nos deja indiferentes.
Otra cosa es ampliar nuestro vocabulario para enriquecerlo, no para ser cursis o novedosos. Me río con mis amigos cuando propongo un nuevo término –son como pequeñas conquistas el conocerlos-: “-Echa un tuero más a la chimenea”. Venga, utilicen el diccionario, así me enseñó mi padre. Por eso no se me olvida que una jaculatoria es una “oración breve y fervorosa”, porque acudí al diccionario.
Y, por favor, no hablen de la España vaciada, es como darle la vuelta a Trijueque y tirar todo el pueblo al precipicio que genera tan bonitas vistas. ¿No sería más correcto –y elegante- hablar de la “España despoblada”?
Lamentablemente, la Real Academia Española se pone muchas veces de perfil, olvidando que en su frontispicio luce el clásico “Fija, limpia y da esplendor”.