El nuevo obispo de la Diócesis hace la entrada en Sigüenza, montado en un caballo blanco
Siguiendo la tradición, el ‘rito de la entrada’ de los nuevos obispos, en la ciudad de Sigüenza, se hace ‘en caballo’, como lo hacían los conquistadores.
La historia pasó por Sigüenza dejando una huella imborrable. Su bella catedral es testigo pétreo de una gloriosa historia de nueve siglos que sigue viva en sus monumentos, en sus templos y en sus tradiciones. Bernardo de Agén, de origen francés, mitad monje y mitad guerrero, reconquistó la ciudad, el 22 de enero de 1123, expulsando a los musulmanes, que llevaban 400 años en Sigüenza, y convirtiéndose en el “señor de Sigüenza”, en lo civil por derecho de conquista y en lo religioso por haber sido nombrado obispo de la diócesis. El obispo guerrero puso su residencia en el castillo, convertido en palacio-fortaleza, en el que vivieron los “señores obispos” de Sigüenza hasta mediado el siglo XIX.
Siguiendo la tradición, el “rito de la entrada” de los nuevos obispos, en la ciudad de Sigüenza, se hace “en caballo”, como hacían los “conquistadores” y los “señores” de la época al tomar posesión de las ciudades reconquistadas o donadas por los reyes. Y tenía su lógica porque durante varios siglos, los obispos no sólo fueron “pastores de su grey” sino también “dueños y señores del territorio”. Cuando los obispos dejaron de ser “señores del territorio”, Sigüenza conservó la tradición de que el nuevo obispo de la diócesis hiciera su primera entrada en la ciudad, no en caballo, como los “grandes señores”, sino en una “mula blanca” para remarcar que su “señorío” no era terrenal sino espiritual y más cercano al pueblo llano. La mula era el animal que utilizaban los campesinos para la labranza y el transporte de personas y mercancías y la diócesis de Sigüenza era rural de un extremo a otro. En el orden espiritual el color blanco simboliza la pureza y la perfección. También, en otro tiempo, en otras circunstancias y con otro significado, Jesús entró en Jerusalén montado en una “borriquilla” entre las aclamaciones del pueblo.
Con la llegada de los tractores y la maquinaria agrícola, las mulas han desaparecido del campo español y ante la imposibilidad de encontrar una “mula blanca” se ha vuelto al “caballo blanco”, pero sin el significado que tuvo en su origen el cabello, aunque al obispo se le siga llamando el “señor obispo”. Por otra parte, hay que señalar que el medio de transporte de los obispos de antaño para hacer las “visitas pastorales” a los pueblos de su obispado eran la mula y el caballo. La tradición es la tradición, pero es anacrónico y llamativo que, en los tiempos que corren, los obispos de la diócesis de Sigüenza- Guadalajara hagan su entrada, en la ciudad mitrada, montados en una “mula” o en un “caballo”. Anécdotas aparte, lo que importa es que el obispo sea “un buen pastor de su rebaño, un pregonero de la misericordia del Señor y un misionero de la alegría del Evangelio”.
Adiós querido don Atilano y bienvenido querido don Julián.