El retorno del hijo pródigo

20/06/2020 - 19:49 Emilio Fernández Galiano

En  circunstancias como las actuales a mi el cuerpo me pide más ayudar que reprochar, recibir que amenazar. Tal vez porque no me gustan las puertas al campo.

Ahora sí, ahora que vengan, que retornen a su patria chica. Frente al alarmismo del miedo,  la bienvenida por necesidad, porque hay que reactivar la economía desde el sector más dañado, el turismo, por más que a algún ilustre ministro le parezca nimio. Y hacen bien, el mismo Núñez Feijóo demandaba visitantes a su Galicia natal para repoblar sus aldeas y sus playas. La España abandonada despierta sorprendida de su largo letargo, como el de los osos durante el invierno. 

En los últimos días se ha contrastado un fenómeno de forma penosa: “el antimadrileñismo”. Una cosa es apelar a la responsabilidad, justo y necesario,  y otra amenazar al que, por motivos justificados, pueda ejercer de “visitante”. Para mí que es un debate miedoso, estéril, tímido, acomplejado. Primero porque se marca a fuego -como a los toros bravos el sello de su ganadería- el origen de cada cual, como si todos tuviéramos un rh exclusivo, un gen predeterminado, un marchamo único, una trazabilidad privativa.  Como si el nacimiento del DNI decidiera nuestro destino, por circunstanciales que fueran ambos, nacimiento y destino. Los romanos ya distinguieron entre “ius soli”e “ius sanguinis” para igualar, equiparar. Los padres de nuestro ordenamiento jurídico ya superaron por entonces el viejo y marchito debate. 

Lo curioso es que, en ocasiones, el “charnego”, el oriundo, el indiano o inmigrante se erige como el más digno representante de la tribu, tal vez para mitigar su complejo o justificar su condición. Los más catalanistas son hijos de andaluces, los más abertzales, hijos de castellanos; cómo no, todos descendemos de una pata del caballo del Cid. Es lo que se conoce por “aldeanismo tribal”, de trabajarlo con ahínco terminaríamos emulando a un jefe masai. Inevitable recurrir, una vez más, a Josep Pla: “El nacionalismo (por extensión el aldeanismo o paletismo) se cura viajando”. 

 

Por más que una pandemia haya condicionado nuestras vidas obligándonos a una disciplina que, en definitiva, ha limitado nuestra libertad, por más que el ejercicio de nuestras propias responsabilidades nos haya confinado en nuestras residencias –depende de cuál fuera cuando se decretó el estado de alarma-, no seré yo quien juzgue a los demás. No hay una visión única y hay otros principios tan grandes como el de la responsabilidad; el de la solidaridad, por ejemplo, la ayuda a los demás, la hospitalidad sin preguntar el origen o la causa. En circunstancias como las actuales a mi el cuerpo me pide más ayudar que reprochar, recibir que amenazar. Tal vez porque no me gustan las puertas en el campo. Ni señalar a nadie, bastantes estrellas bordadas en pijamas de rayas hemos padecido. Curiosamente, en el III Reich, a quien más temían los judíos eran a los propios judíos que se habían cambiado de bando para colaborar con las Schutzstaffel (SS).

En la parábola del hijo pródigo el protagonista no es el hijo, es el padre, quien lo recibe con los brazos abiertos. Seamos maduros.