El Rey quiere venir a Reyes

12/12/2020 - 13:28 Emilio Fernández Galiano

Todo funcionó muy bien hasta la llegada de Rodríguez Zapatero, quien abrió una brecha incomprensible sobre una cicatriz ya saneada.

Como los elefantes a su cementerio, el Emérito quiere volver a casa a morir. Está mayor, muy mayor, y enfermo. Sería cruel e injusto sacar punta mediática a gesto tan triste y humano. Hubo un tiempo, cuando el espíritu de la Transición reinaba en nuestros corazones, que entre la prensa y el resto de medios de comunicación había un pacto no escrito por el que se omitían informaciones que pudieran perjudicar la imagen de nuestra monarquía. Se valoraba lo suficiente el esfuerzo de toda la clase política, y del propio don Juan Carlos, como para cuestionar el fenómeno político más importante de nuestro siglo por algunas sombras frívolas como consecuencia de las debilidades de nuestro monarca. A su vez, la Casa Real debía armarse financieramente, no le fuese a pasar lo que a su padre, a quien la “beautiful people” del régimen rendía pleitesía en las escapadas a Estoril.  Eso ya lo previó el propio Franco, que a toda costa quería evitar que le sucediera una monarquía paupérrima.

Todo funcionó muy bien hasta la llegada de Rodríguez Zapatero, quien abrió una brecha incomprensible sobre una cicatriz ya saneada. El “buenismo” del expresidente generó uno de los mayores males de nuestra reciente historia política. Hoy convertido en el tonto útil de Maduro y Pablo Iglesias, Zapatero abrió de nuevo el fantasma de las dos Españas mediante la calamitosa Memoria Histórica. Y a partir de ahí se partió la baraja, nacieron partidos extremistas, se radicalizaron los nacionalistas y se violó el duelo de las víctimas del terrorismo convirtiendo en héroes a los verdugos. Y comenzaron las colas del hambre, el fenómeno de los okupas, la visceralidad del los antisistemas. Y para colmo, la pandemia, como un  castigo divino. 

Las televisiones, habitualmente espejo de la sociedad ¿o es al revés?, entraron a cuajo en la basura informativa y, como las hienas, comenzaron a buscar entre risas sus víctimas propiciatorias. Ya no era suficiente el actor o artista de turno, el protagonista del concurso más chabacano o la última  víctima de género. El ansia por devorar se convirtió en insaciable y apenas sin darse cuenta se encontraron con el mayor tesoro, el arca perdida, la joya de la corona. Qué mayor morbo que desvirgar el tabú pactado en tiempos decentes, qué mayor satisfacción que cebarse en los intocables, en la casa real. Empezando por la cabeza, tal vez por tener expuestos mayores argumentos. 

Y de la noche a la mañana, como cuando España se acostó monárquica y se levantó republicana, se levantó la veda, comenzó la montería y cuanto más certero era el disparo más se exhibía la pieza herida. Y el artífice de la Transición, el protagonista del mayor periodo de progreso y libertad en España, el que más enriqueció a nuestro país convirtiendo a sus empresas en las principales multinacionales, el que dotó a nuestra complicada orografía con una de las mejores redes de infraestructuras del mundo, el que sitúo a España como estrella turística y de reclamo empresarial, ese hombre, comenzó a ser expuesto boca abajo y herido en los ganchos de las carnicerías de las principales televisiones. Algunas verdades y muchas mentiras, como bien se encarga de confirmar el sistema judicial español que no tiene ningún procedimiento abierto contra él. Con la lupa en la paja y el olvido en la viga el rey se retiró herido. Pero quiere volver para Reyes, la Pascua Militar y su cumpleaños, al vez el último.  No sean miserables con el que no lo fue con nadie.