El Rey vuelve a casa
Juan Carlos I era el Jefe de Estado más respetado por las principales potencias europeas y con sólo descolgar el teléfono resolvía un problemón al gobierno de turno.
Por Emilio Fernández Galiano
Cae el verano de golpe, atragantándose con la primavera como la izquierda se atraganta con los últimos sondeos. Es el ciclo de la vida y el ciclo del poder, la alternancia de siempre pero ahora con muletas donde los dos grandes partidos han de apoyarse como lo hace don Juan Carlos con su maltrecha cadera. Sánchez, secuestrado por el rojerío más descarado, se empeña en escorarse a babor sin darse cuenta de que la maniobra está haciendo aguas sin darle tiempo a achicarla.
Feijoo no es Casado, tiene más tablas que una carabela y por ahora sujeta firme el timón. Mal lo tiene que ver el presidente –espejito, espejito, ¿ya no soy el más guapo?- para recuperar a Villarejo y a la Cospe en grabaciones de hace casi una década. Mal lo tienen que ver sus subalternos para empezar a dar caña a la Casa Real. Pronto sacarán al dóberman y la santísima trinidad anti derechona lucirá en el altar: Corrupción, Monarquía y Fachas.
A todo esto el Emérito, ninguneado injustamente sin causas abiertas, quiere volver a su casa, a España y a la Zarzuela. Espero que no se muera en estas circunstancias, porque de ser así muchos tendrán que mirar hacia otro lado y les envolverá el oprobio de la vergüenza. Nunca un Rey ha sido tan mal tratado, ni Alfonso XIII en su exilio voluntario, recuérdese, después de unas elecciones municipales en las que la monarquía siguió siendo mayoritaria, recuérdese. Para evitar males mayores se fue rumbo a Roma, vía Cartagena y Marbella. Con todo, la hoja de servicios del monarca no lució tanto como la de su nieto. No en vano se tragó una dictadura, la de Primo de Rivera, algo que finalmente pagó con su trono. Don Juan Carlos, sin embargo, luce la mejor gestión real de toda la historia de España. Hoy nadie se acuerda de cómo cedió todo el poder heredado de Franco para instaurar una democracia plena. De cómo, bajo su reinado, España se convirtió en uno de los Estados más desarrollados de la vieja Europa y de cómo sus empresas se consolidaban como multinacionales. Más de una vez he dicho que el anterior monarca creó más puestos de trabajos que todos los empresarios en cuatro décadas. Y que los trabajadores españoles progresaron más que con los sindicatos en otras tantas décadas, esos sindicatos que ahora ni se les ve, ni se les oye.
Juan Carlos I era el jefe del Estado más respetado por las principales potencias europeas y con sólo descolgar el teléfono le resolvía un problemón al gobierno de turno. De eso nadie quiere hablar, qué falso es el olvido cuando sólo es silencio. Sólo quieren hablar de sus aventuras en su vida privada. La única que tiene que perdonarle es doña Sofía y, al parece, ya lo ha hecho. O de sus presuntas comisiones, nunca a cargo del erario público español, más bien donaciones de ricas monarquías a otra que estaba más tiesa que la mojama. Cuántos políticos no pueden decir lo mismo, especialmente los más activistas. Lo mismos que se cargan los toros o pretenden cargarse a la monarquía porque, sencillamente, huelen a España.
Un Rey octogenario quiere volver a casa porque “esto se acaba”. Quiere estar, aunque sea unos días, con su familia y con sus amigos en la mar. Que de ello se invente una “causa belli” es una ignominia. ¿Hay algo más inhumano? Sólo la que nace del odio a España –el Estado más antiguo de Europa- y a la libertad. Mal hace Pedro Sánchez de no desmarcarse de los golpistas y de los hijos del terror. Y no me los comparen con el Rey, por favor. También las comparaciones son odiosas.