El Sí de las Niñas


En El sí de las niñas queda reflejada la preocupación social por los matrimonios desiguales, principalmente referidos a niñas casadas con hombres mucho mayores.

Tendríamos que tener el corazón de piedra para no estremecernos con lo que está sucediendo en Afganistán, una atmósfera especialmente asfixiante para los millones de mujeres y niñas que no podrán escapar de la acción demoniaca de los talibanes.

Sin embargo, y por desgracia, existen otros muchos conflictos en los que la dignidad de las mujeres se vulnera permanentemente, incluso consentimos con indolencia que en estados muy poco respetuosos con los derechos humanos se celebren eventos de la magnitud de un mundial de fútbol.

Todas las mujeres del mundo estamos expuestas a la desigualdad construida a partir del sexo, pero es innegable que hay zonas geográficas de nuestro planeta en las que la violencia de género es aún más intensa, extensa, normalizada y, también, institucionalizada.

Una de las manifestaciones más execrables de la violencia que se ejerce específicamente sobre las mujeres es el matrimonio a edad temprana, forzado o concertado, situación contemplada en la Ley de 2018 para una sociedad libre de violencia de género en Castilla-La Mancha, que fue impulsada y aprobada durante mi mandato al frente del Instituto de la Mujer.

En 1806 se estrenó en Madrid la obra teatral más exitosa de uno de los grandes de la literatura española: Leandro Fernández de Moratín. En El sí de las niñas queda reflejada la preocupación social por los matrimonios desiguales, principalmente referidos a niñas casadas con hombres mucho mayores.

No era el escritor un adalid del igualitarismo de las mujeres y los hombres, pero denunciar lo que él consideraba un exceso (conviene recordar que en 1776 firma Carlos III una pragmática que obliga a las hijas e hijos a contar con el consentimiento del padre para poder casarse), aunque tal vez alguien juzgue su actitud de débil e insuficiente, fue una de las espitas por las que luego se fueron colando otros debates más emancipatorios.

Estamos hablando de una comedia de buenas costumbres que, como exponente de los cánones del neoclasicismo, pretendía instruir a la población acerca del tema central, que en este caso es la libertad para elegir pareja y el abuso de la autoridad paterna.  Aun en clave de humor, no está pensada para la mera diversión, sino para aleccionar en el descubrimiento de la auténtica realidad y la racionalidad.

En El sí de las niñas, el personaje de Paquita ─o doña Francisca─ es prometida con dieciséis años a un hombre de cincuenta y nueve, varón de edad considerable en aquella época. Hasta su encuentro con los otros agonistas, la muchacha residía en un convento de Guadalajara bajo la observancia de una tía monja (recuerdo como si fuera hoy a Mariano del Amo, quien fuera mi profesor de Literatura en el Liceo Caracense, explicarnos que en los numerosos conventos guadalajareños habitaban internas muchas chicas de las «familias bien» de la corte).

La acción se desarrolla en una posada ubicada en la localidad vecina de Alcalá (por suerte, los límites administrativos no restringen la comunicación cultural que siempre ha existido en el valle del Henares), escenario bien conocido por Moratín, pues la ciudad complutense era parada fija en sus idas y venidas entre Madrid y Pastrana.

Don Leandro tuvo una vinculación larga y profunda con este pueblo alcarreño, dejándonos al respecto un ameno relato en su autobiografía, donde ofrece datos que tiempo después fueron ampliados por uno de sus principales seguidores, el también escritor Mesonero Romanos. 

Gran parte de la infancia la vivió con sus abuelos paternos, a quienes evoca con extraordinario cariño, como también los mimos que le dispensaron cuando siendo pequeño contrajo la viruela. Su abuela, Inés González Cordón, era oriunda de Pastrana y provenía de una familia de labradores propietarios.

Al igual que hiciera su padre, en Pastrana pasaba el literato una buena parte del año. En la Alcarria Baja hallaba descanso y tranquilidad para escribir, para recibir a sus más estrechas amistades y para mantener correspondencia con grandes ilustrados como Jovellanos, Floridablanca y su protector, el Príncipe de la Paz, el denostado Godoy.

Por lo que podemos leer, la residencia no era especialmente suntuosa, pero estaba rodeada de una espaciosa huerta de lo más sugerente: estanques refrescantes y arboleda diversa formada por «acacias, plátanos, sicomoros y otros árboles extraños, como dicen aquellas gentes (…)». Además, en sus estancias en Pastrana escucha el hablar de las zonas rurales, que transcrita en sus obras confería más verosimilitud a la trama.

La última ocasión en la que disfrutó de su casa pastranera discurrió en 1808. Desde entonces la finca sufrió un sinfín de vicisitudes: cesiones, desamortizaciones, etc. Para Fernández de Moratín la vida tampoco fue fácil, pues su condición de afrancesado y colaborador de José I no le trajo más que infortunios tras el regreso del rey felón, Fernando VII, de manera que, tras varios acaecimientos entre Valencia y Barcelona, hubo de exiliarse a Francia, donde murió en 1826.

Hasta aquí la Vindicación de la relación alcarreña de Leandro Fernández de Moratín y El sí de las niñas para, con ello, no olvidar a las mujeres y niñas afganas y todas aquellas que sufren el odio y la negación de su propia existencia como seres humanos dignos y con derechos.