El valor de la ley


Me refiero en esta ocasión a la diputada canaria, Ana Oramas, que ha desafiado a su propio partido para hacer lo que considera correcto. 

Los amantes del cine recordarán el título de una hermosa película, rehecha en 2010, en la que un John Wayne mayor y tuerto acepta llevar a cabo el encargo de una valerosa joven que pide justicia para el asesino de su padre.  No es la de hoy, afortunadamente, la misma idea de justicia que vemos representada en las películas del Oeste, sean clásicas o modernas, ni tampoco los héroes que nos proponen tienen los valores socialmente aceptados en esta época que nos toca vivir. Pero estos días me viene a la cabeza, con machacona insistencia, este título para señalar la obstinada recurrencia del valor y los valores de algunas mujeres en la España actual. 

Me refiero en esta ocasión a la diputada canaria, Ana Oramas, que ha desafiado a su propio partido para hacer lo que considera correcto. Muchas cosas me distancian de Ana, probablemente tantas como me unen a ella. Ana Oramas es la representante de un partido regionalista canario que ha buscado, como otros, un nicho de oportunidad en el localismo para garantizar su cantera de votos y que, además, ha sabido aprovechar una cierta indefinición ideológica que le convierte muchas veces en  decisivo en un escenario político cada vez más fragmentado.

Hemos visto a esta mujer en la tribuna de oradores del Congreso, y le hemos aplaudido o criticado en función de la afinidad propia con el postulado que defendía. Hasta ahí, todo normal, nada sería noticiable si Ana Oramas no hubiera desafiado a su propio partido, anteponiendo su idea de España, la propia concepción de lo que es la defensa del interés común de todos los españoles, a la generalmente necesaria disciplina de voto.

Ha ejercido con valor el mandato constitucional de no estar ligado por mandato imperativo, como proclama el artículo 67,2 de la Carta Magna. Y lo ha hecho consciente de ese valor, en su doble acepción; valor de arriesgar, como pocos antes, su propia situación como parlamentaria y valor como cualidad por la que una persona o una cosa es estimable. 

Ha sido valerosa, valiente, generosa... Si a ese voto se hubiera unido otro, como muchos esperábamos, la investidura habría fracasado y la sombra de una nueva convocatoria electoral habría supuesto un importante riesgo para ella misma, para su continuidad como parlamentaria, creadora de la situación con su desobediencia a su partido.

Y ese valor entendido como valentía, supone también el valor como importancia, firmeza y utilidad. La importancia, la firmeza y la utilidad de esas mujeres que, en la política, buscan más que su propia seguridad, que el acomodo fácil al cargo o al escaño; que buscan, en definitiva, el servicio con mayúsculas, a todos los españoles. Aunque te aplaudan. Aunque no te aplaudan. Porque lo que ha hecho estos días Ana Oramas, estemos o no de acuerdo con ella, tiene valor de ley.