El valor de nuestra Constitución
Nadie como Pedro Sánchez ha fabricado más constitucionalistas que los de Cádiz.
Mientras el presidente del gobierno rasga sus hojas para dejar al poder judicial sin sustento, sin apoyo ni argumento, nuestra Carta Magna se erige en Agustina de Aragón. Nadie como Pedro Sánchez ha fabricado más constitucionalistas que los de Cádiz, convirtiendo su pernicioso objetivo en la mayor y mejor defensa del electorado. Antes nos llamábamos comunistas -que también la defendían- socialdemocrátas, liberales, democristianos, conservadores o, simplemente, democráticos. Ahora somos constitucionalistas y muchos más que nunca. Gracias, Sánchez.
Hay una generación, precisamente la mía, que crecimos y nos formamos a la sombra de “La Cosnsti” -así la llamaba Forges-. Con algunas lagunas, principalmente las que se refieren al Título VIII y el sistema electoral adoptado en su día, nuestra Ley de leyes es la más vanguardista y mejor tallada de Europa y buena parte de los Estados que se consideran libres. No es una casualidad su permanencia y longevidad, 45 años ya, en un Estado como el español, tan recurrente a la hora de pergeñar magnos ordenamientos jurídicos a cada cual más improvisado. Todas las comparaciones son odiosas, pero si la hacemos entre los juristas actuales a los siete sabios que redactaron, estudiaron y moldearon la de 1978, el contraste raya lo ofensivo. Fraga, Herreros, Cisneros, Pérez Llorca, Peces-Barba y Sartorius, aportaron sabiduría y derramaron generosidad. Esos siete sabios, que hoy presiden la sala de comisiones más importante del Congreso de los Diputados bajo los pinceles de Hernán Cortés, conciliaron los intereses más complejos de la radical convivencia española. Habría que añadir a Abril-Martorell y a Alfonso Guerra que, como nomos entre setas, gestionaron discreta y silenciosamente la formalización de los acuerdos previos. Y cómo no el papel de Juan Carlos I, que fue más hombre de Estado que nunca, a pesar de que hoy le denostan por sus líos de faldas. Donde hay faldas debe haber mujeres, caramba, argumentaba Berlanga.
La salvaguarda de la Constitución la realiza, en sus diferentes grados, el Poder Judicial que ejerce el imperio de la Ley junto a su brazo armado, el Éjército y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Al igual que la Corona, que por extensión consolida nuestros cimientos frente a cualquier intento de erosión. Quien pretende atacar, fragmentar o debilitar a España, sabe que no puede hacerlo sin romper sendos baluartes. El desatino de Sánchez de pactar con quien pretende romper las reglas del juego no justifica ni la mayor de las ambiciones. Que el símbolo de la Justicia, junto a la balanza, aparezca vendado en toda su simbología, impidiendo que se vea condicionado por lo que sus ojos puedan pero no deban ver, no es una casualidad. La espada con la que imparte sus decisiones sin que se doblegue por nada ni nadie, tampoco es casual. Su destino es que le atice a quien se lo merece.
El Problema es que Pedro Sánchez se ha aliado con quienes precisamente le impiden apoyarse en la Carta Magna, generando un contrasentido difícilmente armonizable. Es como organizar un comando contra incendios a base de incorporar pirómanos. Con todo, la perversidad del presidente es superada por quienes, rompiendo sus códigos deontológicos, juristas cuya independencia debería protagonizar su ejemplo de imparcialidad y legalidad, ceden por intereses personales a un servilismo impúdico pensando en que Roma se lo devolverá en prebendas.
Por mi parte, alzaré mi copa y brindaré por nuestra Constitución de 1978 y el mayor periodo de progreso, libertad y estabilidad que nos ha proporcionado. A ver si consigo que sus musas retornen de sus vacaciones.