Esa manía de despreciarnos

11/09/2022 - 09:32 Emilio Fernández Galiano

Si la travesía de ElCano la hubiera realizado un inglés o un francés hoy serían hitos convertidos en una fiesta mundial. Aquí las celebraciones han pasado casi de puntillas.

 Si la travesía de Juan Sebastián Elcano, junto a Magallanes, en su glorioso periplo, la hubiera realizado un almirante inglés o un amanerado francés, hoy serían hitos convertidos en fiesta universal. Pero la hizo un español nacido en Guetaria, para más datos. La primera vuelta al mundo y el preámbulo del descubrimiento de Australia, con los medios de hace cinco siglos, es una heroicidad sólo comparable a la llegada del hombre a la luna, en términos geográficos o espaciales. Todos sabemos quiénes eran Collins, Aldrin y Amstrong, pocos reconocen a Elcano y Magallanes. Por no hablar de nuestros pequeños, que hasta ese paso sólo conocerán cómo se utiliza un video juego. En España, a pesar de los actos presididos por Felipe VI y la Armada Española, las celebraciones han pasado casi de puntillas y su trascendencia internacional ha sido casi nula. No sé si es mejor, porque las nuevas modas de inspiración indígena o populista arremeten contra todo lo que hizo  España en los Nuevos Mundos. 

Más de una vez lo he mencionado en este rincón de papel, pero he de recordar, una vez más, que España es la Nación más antigua del mundo, en los término actuales del concepto “Nación”. Que el parlamentarismo no nació en Inglaterra sino en Castilla, que nuestro colonialismo fue el más didáctico y social de la Historia, lejos del “aniquilanismo” de ingleses, franceses u holandeses, que nuestra flota fue la más grande jamás conocida, que nuestra monarquía es la decana por encima incluso de la británica. Habrá muchos que entre su ignorancia o escepticismo se preguntarán “¿y qué?”. Y en su pregunta hallarían la respuesta si en algo se quieren o quieren nuestra historia, al fin y al cabo, el resultado de lo que somos. 

El País Vasco, por ser cuna de nuestro héroe, debería encabezar el orgullo nacional, pero suena mal lo de orgullo nacional si no se refiere al de Euskalerría. Los catalanes deberían sentirse orgullosos de formar parte de España pues gracias a nuestros barcos se tejieron las primeras travesías del comercio internacional, pero de lo único que se sienten orgullosos –una parte de ellos- es de encerrarse en sí mismos despreciando el idioma más hablado del mundo más civilizado. 

Tuvo que ser un diplomático extranjero, embajador en España, quien se extrañara de la falta de orgullo español para, argumentándolo, exhibió una larga relación de virtudes: la geográfica, la cultural, la artística, la turística, la gastronómica, la de las infraestructuras y, para colmo, la de nuestros éxitos deportivos. 

Nadie duda de que gozamos de todas esas virtudes pero, tristemente, una encabeza al resto, la de la capacidad de despreciarnos. Otros la llaman “leyenda negra”. Por mucho menos, nuestros vecinos están encantados de conocerse. Y nosotros somos incapaces de reconocernos. Y así nos va, claro.